Todo esto ha estado pasando mientras hablábamos del euro y de "calmar los mercados"
La crisis que un día fue global hace tiempo que dejó de serlo para transmutarse en una crisis distintivamente europea. Mientras la práctica totalidad de las potencias regionales globalmente relevantes -Brasil, China, India, EE UU...- se recuperan y crecen, Europa chapotea penosamente en una doble recesión. Pero la crisis que en su día fue diagnosticada como una crisis financiera, hace tiempo que dejó de explicarse como un mero colapso de una burbuja especulativa groseramente divorciada de la economía real para pasar a ser una crisis económica, social y política sin precedentes en la historia de la UE.
A estas alturas, "la crisis" conglomera muchas crisis. Y a esa "asimetría" de los "choques", de los que habla la prensa especializada al referirse a la insostenibilidad de la deuda soberana denominada en euros, han venido a sumarse también otras "asimétricas" no menos preocupantes e insoportables. Primero, el desacoplamiento de las economías de la zona euro y de la UE, en donde se han incrementado las dificultades y las injusticias sociales de manera escandalosa, caminando en sentido contrario a la convergencia. Segundo, el desacoplamiento entre la velocidad vertiginosa de las transformaciones tecnológicas y de la realidad y el procedimiento farragoso de adopción de decisiones, cada vez más próximo a la subordinación -por omisión, cobardía o complicidad- a la ley del más fuerte: Alemania se financia con intereses próximos al 0%, mientras se imponen intereses usurarios a los países en dificultades. En otras palabras, se ha producido un desmoronamiento del vector de la cohesión y de la solidaridad que el Tratado de Lisboa pretendía consagrar como nuevos principios estructurales y constitucionales de la UE. Pero es que, en tercer lugar, se ha producido una dramática disolución de la narrativa europea, carente de nervio, de propósito y de capacidad de sugestión y de motivación.
En testimonio de este clima de deterioro sin precedentes, el Gobierno conservador del Reino Unido coquetea con un referéndum de secesión de la UE, espoleado por una prensa más rabiosamente eurofóbica que nunca antes. El Gobierno ultraconservador de Hungría perpetra toda suerte de reformas constitucionales regresivas y reaccionarias, en la dirección contraria a la tradición europea de profundización y avance en materia de derechos fundamentales y libertades públicas, además de atentatorias contra la independencia judicial, contra el principio del juego predeterminado por la ley y contra el pluralismo informativo.
El Gobierno conservador de Holanda -trufado de ultraderecha- se alía con el de Finlandia -trufado también del populismo de los "auténticos finlandeses"- para dificultar las ayudas a la recapitalización de las entidades financieras y para imponer "condicionalidades macroeconómicas" por cada euro "gastado" en "rescatar" a los "países pecadores", "culpables" de sus propios problemas.
Todo esto está pasando, aunque apenas se hable de ello. Todos estos retrocesos en la narrativa europea, en su cohesión interna, en su voluntad de ser fiel a su modelo social, están sucediéndose sin freno durante cuatro largos años, sin que se aperciban apenas las opiniones públicas cada vez más fragmentadas y abandonadas al pánico o al espanto ante el futuro.
Todo esto está pasando, siendo tan grave como es, mientras no nos ocupábamos en prestarle tan siquiera un segundo de atención, ocupados como estábamos en la prima de riesgo contra la deuda soberana y en "calmar a los mercados" con "mensajes contundentes" para mostrar al mundo nuestra "determinación" de "recuperar la confianza" de los especuladores.