Política Exterior Europea: ¡todavía por inventar!
Una UE diplomáticamente activa y capaz sería la mejor noticia planetaria: no solo la mejor diferencia respecto del desabrido balance de las Comisiones Barroso (2004-2014) sino una contribución crucial de relanzamiento de un ideal europeo.
El Consejo extraordinario de la UE celebrado en Bruselas el último fin de semana de agosto ha desbloqueado dos nombramientos pendientes: el próximo presidente del Consejo será el conservador Donald Tusk, actual primer ministro polaco; la próxima alta representante de Asuntos Exteriores será Federica Mogherini, actual ministra de Asuntos Exteriores de Italia. La prensa internacional ha saludado estas decisiones -instaladas, habrá que lamentarlo una vez más, en el mínimo común denominador de una UE desfalleciente- y se ha apresurado a dibujar las tareas inminentes: completar la Comisión Juncker (con la propuesta y ratificación parlamentaria de 28 comisarios/as; absurdamente, todavía, uno por Estado miembro) y "relanzar el crecimiento", lo que requerirá no sólo en devaluar el euro (política monetaria a disposición del BCE), sino sobre todo invertir; hacerlo selectivamente, pero hacerlo, revirtiendo la catástrofe de la austeridad recesiva que insiste en degradar a la UE en la peor crisis de su historia.
El desafío de Mogherini es mayúsculo. No disminuye un ápice por suceder a la inanidad en la que Catherine Ashton ha mantenido lo que debería haber sido una Política Exterior Europea y una acción común pareja en Seguridad y Defensa tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa (2009). La nueva alta representante debería comprometer el desatascamiento de la actual impotencia e irrelevancia de la UE. Ni EEUU, ni Asia, ni América Latina en bloque, ni sus gobiernos más expuestos a la arena internacional (Brasil, México, Argentina...) escuchan -ni siquiera esperan- la opinión de una UE dividida y carente de criterios comunes y relevantes sobre los grandes conflictos en que se desangra el planeta.
El califato iraquí (Estado Islámico en Mosul); la interminable y sangrienta guerra civil en Siria; Gaza y su sufrimiento... y la oprobiosa prueba de Ucrania en nuestra vecindad más inmediata hacia el Este, exhiben penosamente la ausencia de una UE global pareja a nuestra porción del PIB y al comercio mundial, o la enormidad de los retos que deberían hacer surgir la nueva High Representative desde el primero de los días en la posición que le espera ocupar.
La confrontación en Ucrania entre la visión europea de la seguridad y la cooperación (involucrando a la UE, a la OSCCE y a la OTAN) y el nuevo nacionalismo irrendentista panruso nos arriesga a abismarnos a un escalation de proporción incontrolable.
Las sanciones económicas decididas hasta ahora se han mostrado ineficaces o, incluso, contraproducentes. A falta de suficiente UE, la entera comunidad internacional (con la Administración Obama mucho más comprometida de lo que lo ha sido hasta la fecha) debería garantizar un control efectivo de las fronteras ucranianas y un programa serio de reconstrucción de la paz, y luego la estabilización y modernización de una economía clientelar y fétidamente corrupta.
También la situación en Irak reclama y exige un incremento de las ayudas humanitarias cuya creciente entidad ha generado déficit en el presupuesto comunitario. La situación en esta zona, combinada con la brutalidad de la guerra siria y la espiral de violencia (acción/reacción) en Gaza, exigirá la esperanza de una Europa consciente del clamoroso déficit de su ambición exterior, mucho más inquietante que el de un puntual desmadre presupuestario.
Una UE diplomáticamente activa y capaz sería la mejor noticia planetaria: no solo la mejor diferencia respecto del desabrido balance de las Comisiones Barroso (2004-2014) sino una contribución crucial de relanzamiento de un ideal europeo que enganche a los crecientes millones de europeos desencantados, abocados o instalados en el coste de la No Europa en el mundo corolario de la ruta de un euroescepticismo y una eurofobia rampantes.