La foto de Garibaldi
La estampa que marca este verano que preludia un "nuevo invierno de nuestro descontento" es la de la solemne declaración efectuada a lomos del portaviones Garibaldi por tres gobernantes que, en apuros, aún se tienen en pie: Matteo Renzi (convocante), François Hollande y Angela Merkel.
La imagen que hoy despide la UE, al concluir el verano, no es desde luego mejor que la que padecía su arranque.
El cuadro aparece teñido por los colores más sombríos: repliegue nacional, miedos cruzados, inmigración desesperada por todas las rutas terrestres y marítimas imaginables, recetas sesgadas e insuficientes, y la Comisión Juncker desafiada por la aún muy deficiente implementación del Plan (público-privado) de inversiones que todavía lleva el nombre de su presidente, y por el retador anuncio del Gobierno de ultraderecha nacionalista de Víctor Orban, en Hungría, de celebrar el 2 de octubre un referéndum de rechazo. Sí, tal y como lo oyen: a la "política de cuotas que expresa el tímido intento de hacer de los refugiados una responsabilidad compartida", tal y como propugna el Tratado de Lisboa, que los gobernantes de los estados miembros firmaron allá por 2009, todavía no hace mucho, aunque parezcan transcurridos cien años de tanto desflecar las ambiciones incumplidas que entonces fueron proclamadas.
De hecho, la estampa que marca este verano que preludia un "nuevo invierno de nuestro descontento" (y duran ya casi una década) es la de la solemne declaración efectuada a lomos del portaviones Garibaldi -insignia de la armada italiana- por tres gobernantes que, en apuros, aún se tienen en pie: Matteo Renzi (convocante), François Hollande y Angela Merkel.
Por un primer lado, el del anfitrión italiano, el primer ministro Renzi se enfrenta no sólo al infortunio con que el terremoto en el Lazio se ha llevado la vida de casi 300 personas, y acabado al mismo tiempo con las esperanzas de miles, sino a un escenario político marcado por un referéndum a celebrar en noviembre sobre su proyecto estrella de reforma constitucional para acabar de una vez con la "anomalía italiana" del "bicameralismo perfecto". No superar ese envite (por falta de quorum o por rechazo mayoritario) supondría la caída de su gobierno en declinante popularidad. No se pierde de vista que las elecciones locales conllevaron el ascenso de 5 Stelle a la alcaldía de Roma y mayorías populistas en la mayor parte las capitales en liza. La perspectiva de derrota en el referéndum de otoño se llevaría por delante según sus propios compromisos.
La decepción de buena parte de la izquierda gala con la presidencia Hollande trasciende las fronteras de la República francesa. En toda la Unión Europea se duelen los socialistas y socialdemócratas de las incumplidas promesas de cambiar sin dilación el rumbo de la fracasada austeridad recesiva y de un combate frontal al capitalismo financiero "de casino" en que "la banca siempre gana", por graves que sean los destrozos que vayan causando a su paso sus caudales desbordados. Atenazada Francia por la amenaza de Le Pen, toda su política se escora ahora a la "lepenización" de los discursos, empezando por Sarkozy (¡otra vez!) a la derecha, pero contaminando también los espacios fronterizos del centro izquierda local, atribulado por debates como el del burkin en las playas que desenfocan los auténticos e innegables desafíos de la seguridad y de la integración de la diversidad religiosa, étnica y cultural ante la realidad de una globalización requerida de gobernanza democrática con equidad y justicia.
Pero Angela Merkel declina también en su popularidad. Marcada a su derecha por su socio preferente -Horst Seehofer, líder de la CSU que gobierna desde siempre en la conservadora Bavaria-, en su propia CDU le reprochan su perfil de Mutti Merkel en su primera respuesta al acogimiento de inmigrantes. Lamentablemente, las expectativas del SPD de Sigmar Gabriel apenas alcanzan el 18% de intención de voto para las generales de 2017, con peores resultados que nunca, minando así la esperanza de un giro propuesto en Alemania que sigue siendo crucial para un asilo de rumbo en la UE.
Y en todo esto, en la foto del verano a bordo del Garibaldi, Rajoy ni está ni se le espera, pese a su sobreactuación a la hora de secundar las consignas más abyectas del recetario que ha hundido a la UE en la peor crisis de su historia.
Después del brexit, a la vista está el desesperante estado de la Unión: Europa, todavía a la deriva en manos de un reductivo estado mayor de gobernantes acuciados por un liderazgo menguante ante contramaestres que amagan con remar en direcciones opuestas, si es que no con su amotinamiento -a la manera de Orban en Hungría o de Kaczyński en Polonia- contra los principios fundantes de la integración europea.