Desunidos ante la adversidad
En la semana pasada tuvo lugar en Estrasburgo el Debate anual sobre el Estado de la Unión. Como su nombre indica, se trata del punto más caliente de la actividad de control que el Parlamento Europeo (PE) ejerce sobre el ejecutivo comunitario: La Comisión y el Consejo.
Participé en el debate, y tuve la oportunidad de expresar en el Plenario las posiciones que he venido sosteniendo, desde el arranque de la crisis, frente a la imposición de una política marcadamente conservadora y necesariamente antisocial que, a la vista está, ni nos está sacando del bache ni está generando empleo.
Al contrario, la UE se halla sumida en la peor crisis de su historia. La actual doble recesión europea (double dip) es objeto de preocupación en todos los rincones del globo, amenazando en EE UU la reelección de Obama.
Tanto es así que, tras cuatro años de contumacia en un diagnóstico erróneo ("el problema es el déficit público". Falso: lo fue, en origen, la deuda privada de los bancos); de estrategia equivocada (la "austeridad recesiva" ha deprimido la demanda e imposibilitado el cumplimiento del objetivo proclamado de reducción del déficit y de "recuperación de la confianza de los mercados") y recetario antisocial (los incesantes recortes han incrementado las desigualdades de renta y de oportunidades entre los Estados miembros y dentro de los Estados miembros), en la campaña presidencial de EE UU, "Europa" es sólo mencionada en clave peyorativa, como ejemplo negativo y como "antimodelo" de lo que no hay que hacer. Mientras, América Latina -sacudida en los 80 del Siglo XX por su propia "crisis de deuda externa"- asiste con desdén y estupor al deterioro de las economías europeas, resuelta a no tolerar "lecciones" -ni mucho menos sermones- de una UE declinante y atascada en sus errores.
Frente a este panorama, los socialistas europeos hemos vuelto a insistir en la urgencia de impulsar un cambio radical de políticas; esto es, de dirección y de contenidos en la respuesta ante la crisis y en el manejo de la misma. Ello exige acometer la desequilibrada correlación de fuerzas -marcada por la abrumadora mayoría de la derecha- que nos ha impuesto un tratamiento que, lejos de "recuperar" al paciente, no ha hecho sino empeorar todas y cada una de sus constantes vitales. Se ha impuesto, así, una terapia rayana en el encarnizamiento, indiferente con el sufrimiento causado a las capas vulnerables de una sociedad europea cada vez más desigual y cada vez más injusta en el reparto de las cargas y los sacrificios.
Pero este debate en el PE ha sido también la ocasión para expresar el malestar sin precedentes de millones de europeos frente a ese diagnóstico erróneo en el manejo de la crisis, frente a esa estrategia fallida y frente a ese recetario insoportablemente injusto que ha causado a estas alturas un daño incuantificable a la integración europea.
Para expresarlo con rotundidad, es hora de propugnar otra Europa. No solamente "más Europa". Con un incremento de presupuesto europeo y con un pacto fiscal que combata el fraude, los paraísos fiscales y las inequidades e injusticias tributarias dentro de los Estados miembros y entre los Estados miembros, para asegurar el mantenimiento del modelo social en lugar de derruirlo.
El presente "estado de la Unión" incluye 25 millones de parados, opiniones públicas nacionales enfrentadas y un grosero incremento de las desigualdades entre los Estados y en las sociedades europeas.
La actual Comisión Europea arriesga, como nunca antes hasta ahora, que su legado se recuerde por tolerar el naufragio del método comunitario, los repliegues nacionales y el incremento de un protagonismo intergubernamental en el que, como en la granja de Orwell (Animal Farm) algunos Gobiernos nacionales se creen "más iguales" que otros.
El Tratado de Lisboa ha hecho del PE el parlamento más poderoso de la historia no sólo para enmendar la iniciativa de la supervisión bancaria, sino para debatir los graves problemas que plantean hoy los derechos de la ciudadanía, la libre circulación de personas, la integración territorial y la cohesión social en la Unión Europea, además del deterioro de la confianza mutua entre los Estados miembros. Hay que apostar, por lo tanto, por un federalismo europeo y una Europa federal que no puede reducirse a la garantía europea de los depósitos bancarios.
El lema de la construcción europea propugna, como todo el mundo sabe, una UE en la que los Estados miembros sepan mostrarse "unidos en la diversidad". Lejos de hacer honor al ideal proclamado, la "crisis del año 2008", devenida a estas alturas en esta Gran Recesión de principios del Siglo XXI -no por casualidad ni menos aún por accidente, sino como consecuencia de una política abyecta- ha mostrado a los Estados, con claridad insultante, "desunidos ante la adversidad".
La conclusión es terminante: federalismo europeo o irrelevancia global. Ese es ahora el dilema.