Democracia vs populismo en Italia, ¿patología o premonición?
¿Es Italia una anomalía, un eslabón enfermo en la cadena de las democracias europeas surgidas después de la II Guerra Mundial? ¿O es más bien el horizonte anticipatorio al que se avecinan todas?
¿Es Italia una anomalía, un eslabón enfermo en la cadena de las democracias europeas surgidas después de la II Guerra Mundial? ¿O es más bien el horizonte anticipatorio al que se avecinan todas?
Desde los años 70 del pasado siglo, la democracia italiana, fundada sobre la Constitución de 1948 (30 años anterior a la española), es objeto de un debate intelectual e ideológico de alto voltaje, perdurable a lo largo de las décadas. Especialmente intenso a lo largo de los años 80 y 90, su argumento principal es el que confronta a quienes ven en los síntomas de la desafección cronificada de la sociedad italiana hacia sus instituciones -altos niveles de "cinismo" político, desconfianza, corrupción pandémica y colusión de intereses entre poderes públicos y negocios ilícitos- una excepción o contraejemplo paroxístico de las debilidades y amenazas que gravitan sobre las democracias avanzadas, frente a quienes entrevén, más bien, en la "italianización" el síndrome degenerativo de una representación cada vez más desvinculada de la ciudadanía no solamente en Italia sino extensiva a toda Europa.
No en vano, los estigmatizadores vituperios a la "casta" -entendiendo por miembro de la misma a todo el que se dedique a la política- y los pioneros ejercicios de populismo mediático -desde Berlusconi a Beppe Grillo- arrastran un distintivo marchamo italiano de origen. Lo mismo que sucedió con el originario fascismo mussoliniano: porque éste fue, no lo olvidemos, un movimiento reaccionario de confrontación exasperada contra el liberalismo (bajo la acusación de régimen "decadente") y contra los riesgos que para las burguesías y aristocracias nacionalistas planteaba en el primer tercio del siglo XX la insurgencia de la clase obrera. Y no fue sólo en Italia, sino en todo el continente europeo.
Todo esto viene a cuenta de las elecciones legislativas italianas sostenidas el 24 y 25 de febrero. La resiliencia del electorado más conservador se ha puesto de manifiesto en la espectacular remontada de Silvio Berlusconi. Ese electorado dispuesto a sostenerle en la frontera del 30% de los votos conmociona y desafía la razón crítica de muchos. Pone de manifiesto un electorado conservador que en Italia -lo mismo que en otras latitudes, así por ejemplo en España-, se muestra indolente e inmune a la corrupción infinita de sus propios gobernantes. Así, buena parte de los italianos se ha demostrado capaz de apoyar las falsas proclamas e histriónicas puestas en escena de Berlusconi a pesar del desastroso balance social de su historial -tres veces primer ministro-, y sobre todo, a pesar de la acumulación de procesos penales por todo tipo de delitos económicos y fiscales, y masiva corrupción, además de los indicios de asociación mafiosa, por no hablar de los abochornantes episodios relacionados con su conducta personal y su forma de tratar con y/o vejar a las mujeres (uno de sus casos penales conciernen, como es conocido, a una persona que era menor de edad en el momento de los hechos investigados).
Frente a esta militarización del voto más conservador, el voto progresista y de contestación, sin embargo, se muestra dolorosamente incapaz a la hora de mostrar una alternativa unitaria. Y no solamente en Italia.
De un lado, el Movimiento Cinque Stelle encabezado por Beppe Grillo, incorpora un virulento ejercicio de contraprogramación populista: reverso del de Berlusconi. El grito y el aspaviento sustituyen al razonamiento, sin darle una sola oportunidad a la contraposición racional de respuestas a la crisis para pasar directamente al "¡que se vayan todos!" (con su coreado eslogan "Vaffanculo tutti").
De otro lado, el centro izquierda de Pier Luigi Bersani -antiguos comunistas, democráticos de izquierda y progresistas cívicos- ha dado muestras creíbles de su determinación de reencuentro con el electorado más exigente. Primarias participativas y abiertas para todos los candidatos (incluido el propio Bersani para la presidencia del Gobierno), y formulación dialogada de un programa sin concesiones a la demagogia.
Su viabilidad depende de la coalición con Monti y otras formaciones del espectro del centro progresista y la izquierda; despersonalización de su plataforma política y hasta de la campaña misma: el candidato Bersani se resiste a aparecer en la cartelería.
Resulta irónico que se critique a Bersani por no resultar "carismático" ni "mediático", cuando es contra eso contra lo que, cabalmente, lucha su alternativa a la degradación política llevada a su paroxismo por la "berlusconización" de la democracia mediática.
Frente a la tentación de la simplificación, hay que tener el coraje de afirmar a contracorriente que no se puede pedir en la calle una cosa y su contraria. Los manifestantes que braman su protesta contra la desconexión de los representados frente a sus representantes, no pueden pedir un cambio de la forma de hacer política y mayor proximidad de sus representantes mientras premian lo contrario y castigan con exabruptos y vituperios a quienes lo intentan con todas las dificultades y riesgos que comporta ese esfuerzo de rectificación.
El pasado 16 de febrero consumí toda el día en las Jornadas que el PSOE dedicó a la necesaria Conversación sobre Europa, sumida fatalmente en la peor crisis de su historia por el desastroso manejo que le ha impuesto la derecha. La jornada fue una magnífica experiencia en la que tuve el honor de sostener la intervención de cierre. Al salir del seminario muy participativo, la manifestación contra los desahucios recorría la Gran Vía en dirección al Congreso. Algunos no la rehuimos: la acompañamos escuchando el enfado de mucha gente indignada contra las injusticias, más extremas que nunca, en el reparto de los sacrificios causados por la recesión. Cientos de ellos estrecharon nuestras manos y agradecieron nuestra proximidad. Una docena nos increpó. Su actitud no convalida ni el discurso antipolítico ni la contradicción de exigir "proximidad" a la política al mismo tiempo que se insulta a quien se preste a escuchar o a compartir su sentimiento de agravio e indignación.
Una última reflexión: la saturación de soflamas regeneracionistas invocando la inminencia de los cirujanos de hierro nunca funcionó en la historia como tratamiento de choque de higiene democratizadora. Más bien todo lo contrario: esa regeneración fue antesala de utopías regresivas y fracturación social. Somos muchos los que vamos a dejarnos la piel en combatir el riesgo de desarmar la democracia hasta dejarla inerme frente a esa tentación de propugnar a gritos una "democracia real" cada vez más despectiva con los demócratas de carne y hueso -más escasos de lo que se cree-, y en la que los razonamientos se vean cada vez más asfixiados.