Lo que no pude contar en 'Especies en extinción'
Volví al periódico cuando tenía 55 años, que es la edad en que ya se declara senior o incluso jubilado o muy jubilable a muchísima gente en este mismo momento. En aquel instante, 2005, ese abismo de la edad no se había abierto. Tomar conciencia de ello me produjo un enorme choque retrospectivo.
Me dijo Joaquín Estefanía cuando supo que me iba a trabajar como editor, dejando atrás una larga relación con El País:
- Eso es muy bueno: serás el enviado especial a un nuevo oficio.
Él era entonces el director del periódico, había sucedido a Juan Luis Cebrián, y por lo tanto tenía un oficio mucho más comprometido que aquel que yo iba acometer.
En El País ya había hecho muchas tareas, y por supuesto imaginaba que podía hacer muchas más. Esto lo piensa uno siempre: que es capaz de hacer más que lo que hace, y sobre todo que es capaz de hacer una cosa distinta a la que hace. Él me había ofrecido la corresponsalía en Nueva York.
Ese trabajo en Nueva York, cuando pasa el tiempo, se ve como esa oportunidad que uno no debe dejar escapar; visto desde ahora fue una estupidez no aceptarlo: no valoré la importancia cultural, de formación y de información, que me estaba abriendo Joaquín Estefanía.
Pero me quedé agarrado de la concha: pensaba que la vida familiar, que entonces estaba en veremos, me requería en Madrid. En ese entretanto vino la oferta de Juan Luis Cebrián de hacerme cargo de Alfaguara. Desde el primer momento sentí que estaba pisando sobre las nubes, pero que en cualquier momento aquello se iba a resolver en un diluvio, porque yo no estaba preparado para la gestión de una empresa así. Gracias a compañeros (Rodolfo González, luego Javier Murga y sobre todo Amaya Elezcano) y a jefes, como Emiliano Martínez e Isabel Polanco, pude ordenar un poco mis ideas, y pude dejar que me las ordenaran.
Así comencé a hacer ese trabajo. Pero no hubo ningún instante, y eso fue enfermizo, en que no dejara de pensar que estaba, como me había dicho Joaquín Estefanía, con mi cuerpo prestado en otro sitio, mientras que mi alma vagaba por la Redacción de El País. No hubo un solo día en esos años (1992-2005) en que me empeñé en tareas editoriales en que no hubiera jamás ningún corte con el periódico.
Esa aguda dicotomía debió tener efectos psicológicos muy terminantes en mi manera de ver ambos oficios, y creó ámbitos de indecisa melancolía que he tratado de contar en este libro, Especies en extinción, que ahora publica Tusquets. Se iba a titular El Diario de un Día, porque alguna vez Toni López, el director general de Tusquets, me había pedido que le explicara cómo organizaba mi vida cotidiana para que me diera tiempo de hacer (según él) tantas cosas. Luego concluimos, el editor Juan Cerezo y yo, que el libro es en realidad una excursión, apasionada a veces y melancólica en otras ocasiones, acerca de dos mundos que ahora se hallan en peligro de extinción. Y se iba a titular así, Especies en peligro de extinción; la técnica de la composición de las portadas eliminó lo que falta.
Mi tesis es que esas especies no están verdaderamente en peligro de extinción, que tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra.
Hubo algo que me pasó, una vez acabado el libro: hablando con Jesús Ceberio, el director de El País que sucedió a Estefanía y que tuvo la amabilidad de recuperarme para el periódico, nos dimos cuenta ambos de algo que quizá supone una osadía o una locura: volví al periódico cuando tenía 55 años, que es la edad en que ya se declara senior o incluso jubilado o muy jubilable a muchísima gente en este mismo momento. En aquel instante, 2005, ese abismo de la edad no se había abierto. Tomar conciencia de ello me produjo un enorme choque retrospectivo. Ahora que ya el libro está escrito y publicado, pensar en eso me produce tanto desasosiego como la propia escritura de estas memorias en las que me desnudo quizá más de la cuenta.
Lo cierto es que ahora veo este libro como el resultado de dos trabajos en los que me he sentido, antes y ahora, un enviado especial a dos oficios que han sido declarados, sin mucho fundamento todavía, en peligro de extinción. Y lo que trato de mostrar es cómo viví esos mundos, en los que sigo respirando.