Grifería de lujo, pero WiFi de medio pelo
Dicen que España es una de las potencias mundiales en turismo, y sigo sin entender cómo los empresarios del sector hotelero no afinan en este punto. Al igual que el agua caliente o la luz , el WiFi debería estar por defecto, y, por supuesto, no debería añadir un céntimo a la factura.
Lo sé. Voy a escribir la enésima queja sobre el WiFi en hoteles, pero es que la cosa no mejora con el paso de los años.
Imagina: hotel de cinco estrellas, habitación de más de 100 metros cuadrados con vistas a la bahía, cama mullida de dos por dos, piscina climatizada, grifería de lujo (aunque incomprensible), muebles de diseño, pantalla de televisión mayor que la de un minicine, desayuno para gourmets... y cuando vas a conectar tu PC o la tableta, todo son problemas. O es muy caro hacerlo, o la conexión va a pedales o, en ocasiones, nadie te la proporciona.
Los propietarios de estos establecimientos (de los modestos, pero también de los caros y sofisticados) no aprenden y nos engañan literalmente cuando exhiben la conexión a Internet como un reclamo en sus folletos o en la página web. El WiFi no debería ser un lujo hoy en día, sino una necesidad. No debería cobrarse a precio de oro, como las llamadas desde esos teléfonos que nos ponen en la mesilla de noche y que nadie usa, salvo para pedir algo al bar o que le despierten temprano.
Este verano estuve en un hotel en Lanzarote donde el reclamo publicitario del "WiFi gratis" dejaba en segundo plano cualquier otra excelencia del lugar. Yo me frotaba las manos imaginando horas de feliz navegación y trabajo en la terraza, situada estratégicamente para tener a mis hijos controlados a distancia mientras berreaban y salpicaban a diestra y siniestra en la piscina. Pero ¡mi gozo en un pozo! porque el WiFi anunciado con bellas y sugerentes capitulares, esa promesa de conectividad total, no iba ni a la de tres.
Según me explicaron en la recepción, el servicio era real y estaba operativo, pero yo cometía la "imprudencia" de engancharme cuando los niños y las familias del hotel también conectaban sus consolas y tabletas para jugar en red, acaparando así todo el ancho de banda. Lo peor es que, al cabo de unos días, descubrí que eso ocurría a toda hora y que para pillar red debía esperar a la madrugada, cuando los pequeños jugones, agotados por la playa, la piscina y el ocio cibernético, caían rendidos. Feliz en mi terraza, pero con mi portátil y mi tableta fuera de juego, no me quedó más remedio que atender a las urgencias a través de la diminuta pantalla del móvil, y esperar el resto del tiempo a un despiste de mis hiperconectados vecinos.
Dicen que España es una de las potencias mundiales en turismo, y sigo sin entender cómo los empresarios del sector hotelero no afinan en este punto. Al igual que el agua caliente o la luz , el WiFi debería estar por defecto, y, por supuesto, no debería añadir un céntimo a la factura. Pero esto parece complicado. Al fin y al cabo, la batalla de precios en el mundo del turismo es tan cruenta que en muchos casos el margen de los empresarios no sale del servicio básico del alojamiento, sino de "extras", como el prohibitivo teléfono, Internet o las patatas fritas del minibar. El mundo al revés. Un poco como en el cine, donde son las palomitas las que salvan el balance de los exhibidores.
Me dicen que en muchos casos a los hoteles no les queda más remedio que cobrarte por el WiFi porque en algún momento cedieron ese servicio a especialistas como Swisscom, Kubi o Telefónica, o porque todavía tienen que amortizar la inversión en equipos. Sin embargo, los costes hoy de la tecnología, bastante probada y popular, y del acceso son bastante asequibles.
A la larga, sablear o dar un servicio lento o con constantes interrupciones a los clientes es una mala política. Cada vez más, los huéspedes elegimos el establecimiento en función de la disponibilidad de conexión. Hay estudios que dicen que si no hay WiFi la gente no repite, y que muchos consideran la conexión a Internet el principal atractivo, por encima de la vista a la bahía o la piscina climatizada.
Yo, por supuesto, no pienso volver a aquel hotel de Lanzarote en el que los pequeños jugones me robaron Internet y nadie supo darme una solución.