La nueva pobreza
Fue recorriendo cinco instituciones para conocer de primera mano cómo era la vida de la gente sin techo cuando me reencontré con un conocido al que no reconocí. Debía tener mi edad pero parecía tener muchos años más.
Fue recorriendo cinco instituciones para conocer de primera mano cómo era la vida de la gente sin techo cuando me reencontré con un conocido al que no reconocí.
-Hola, Martí -me saludó.
-Hola -le respondí.
-¿No me recuerdas? -me preguntó.
-Pues no -le confesé.
Se presentó:
-Trabajamos en el mismo diario durante varios años. Tú como periodista y yo como jefe de relaciones públicas.
Le reconocí. Debía tener mi edad pero parecía tener muchos años más. Llevaba una barba mal cuidada y se apoyaba en un bastón. Iba limpio y la ropa que vestía no era vieja porque en los centros de acogida hay buenas duchas y unos roperos que sirven todas las necesidades. Fue el encuentro inesperado con la nueva pobreza.
Porque la nueva pobreza es esta: la de una clase media que por diversos motivos se ha visto abocada a la marginación. ¿Qué ha llevado a mi antiguo compañero de trabajo a ser un sin techo que, con suerte, puede dormir alguna noche en la habitación de un piso tutelado o una pensión que paga la institución que trata de mitigar su desamparo, su fracaso, su soledad, quizás todo a la vez?
En esas instituciones siguen siendo habituales los marginados cronificados ya para siempre pero la novedad no son ellos. La novedad es la gente que nunca pensó que tendría que llamar a sus puertas. ¿Por qué mi conocido traspuso el dintel de la puerta de la institución del Raval barcelonés? Y cuando lo hizo, ¿le quedaba algo de esperanza?
Son dos preguntas que me golpearon calle abajo, caminando por la calle estrecha. Volví días después a conversar con el director para que me diera una respuesta.
Y me la dio:
-Son historias de vidas a las que un día, por diversas circunstancias que se fueron sumando, se les rompió el amarre con su mundo. Imagínate la cuerda, hecha de un trenzado de varios cordeles, con los que se amarra un barco. Un día a ese hombre que lleva una vida normal le despiden del trabajo tras años de fidelidad a la empresa. Es la crisis, le dicen. Se hace necesario un reajuste en la empresa, le explican. Se rompe un trenzado de la cuerda. Tiene vergüenza de decirlo a los amigos y deja de verles. Se rompe otro trocito de la cuerda. Sin trabajo y sin amigos se tira a la bebida. Zaaaas...otro trenzado se rompe. Cansada de sus borracheras y sus malos tratos la esposa le saca de casa. Duerme en la calle, se encierra en sí mismo, cae en la depresión... La cuerda se rompe del todo y la vida de ese hombre es como el barco que roto el amarre se pierde en el mar.
Así de sencilla es la historia de cómo pudo empezar a ir a la deriva la vida de mi conocido, de como puede ir a la deriva la vida de uno cualquiera, de nosotros, usted, yo... Un tanto por ciento muy elevado de la gente que ha perdido el trabajo y no volverá a trabajar nunca. Son los desechos humanos sobre los que ha reflexionado el sociólogo Bauman.
Gente al pairo que, eso es lo más dramático, arrastrará inexorablemente a sus hijos a la marginación económica y cultural. Los niños víctimas de la crisis de hoy van a ser los pobres del mañana, advierten entidades que siguen de cerca el problema. El poder, en sus variadas formas, no presta atención a ese aviso. El poder vive de lo inmediato y ha perdido lo que puedo tener un día de sensibilidad social.
La nueva pobreza tendrá el rostro de lo que fue clase media. De gente que hasta hace poco vivió confiada e incluso creyendo que podía ser feliz.