El día que José Mujica nos dejó sin palabras
Frágil Equilibrio es una película basada en una larga entrevista a Mujica donde aborda los grandes temas del mundo hoy, centrales en este 2016 inquietante que parece alumbrar otra época más incierta que nunca. Una globalización sin ley, liderada por la élite financiera, que ha dejado a millones en la cuneta llevando la desigualdad a niveles obscenos. Un patrón de consumo que encamina al ser humano hacia el vacío interior, al tiempo que tritura el planeta como lo conocemos.
Cuando Marta y yo acabamos de ver Frágil Equilibrio, nos quedamos sin hablar un largo rato. No procedía, no podíamos. Es de esas raras ocasiones en las que un profundo impacto emocional exige digestión de uno con su interior, antes de compartir nada mínimamente amasado. Luego, tras respirar, no paramos de hablar. Tuve claro que Oxfam Intermón apoyaría ese documental con el único objetivo de que lo viera mucha gente.
Para una organización que lucha por los derechos y la dignidad de cada ser humano, es esencial influir en las ideas y actitudes que se asientan en nuestras sociedades. Es un privilegio hacerlo de la mano de José Mujica y de un equipo de cine, nunca mejor dicho, que han sacado este documental a pulmón con una calidad impresionante.
La película se basa en una larga entrevista a Mujica en la que éste desgrana su sencilla mirada sobre la vida, siempre esperanzada, en el ser humano, contundente al tiempo con las estructuras de poder. Las palabras van surgiendo con suavidad y se ilustran con tres historias intensamente visuales. Migrantes subsaharianos en el monte Gurugú, frontera con Melilla, ejecutivos japoneses agotados en el devenir y familias madrileñas desahuciadas de sus casas. Historias duras, plenas de vitalidad, que muestran la capacidad del ser humano para resistir y superarse, aun cuando más machacado está. Que hablan de lo comunitario para enfrentar el reto, para ganarle a la soledad. Historias que muestran la fuerza del sistema cuando conforma hábitos, eleva vallas y dicta reglas. Cuando considera al ser humano como máquinas japonesas de producir y consumir, descartes del mundo que apartar de nuestras fronteras africanas, piezas de un sistema bancario español que no sabe de humanidad.
Mujica aborda los grandes temas del mundo hoy, centrales en este 2016 inquietante que parece alumbrar otra época más incierta que nunca. Una globalización sin ley, liderada por la élite financiera, que ha dejado a millones en la cuneta llevando la desigualdad a niveles obscenos. Un patrón de consumo que encamina al ser humano hacia el vacío interior, al tiempo que tritura el planeta como lo conocemos, abocándonos al suicidio como especie. El surgimiento de corrientes xenófobas, sostenidas por el miedo al diferente, en conflicto con los nacionales por el empleo escaso y unos derechos sociales a la baja.
Nada nuevo. Lo nuevo es como lo cuenta Mujica. Para empezar, lo hace desde su experiencia, incluyendo la reciente de presidente de Uruguay. No estamos ante un idealista que usa la demagogia. Este hombre ha gobernado y sabe lo que es ceder, pactar, ajustar expectativas a posibilidades reales en una región complicada y en momentos económicos difíciles. Desde ahí nos plantea un oximorón, una utopía alcanzable.
En tiempos de Brexit y Trump, amenazados por Le Pen, enfrentados a una corriente de cerrazón agresiva, muchos análisis apuntan a un conflicto entre globalizados cosmopolitas versus localistas aterrados por la precarización de su modo de vida, arrojados en brazos de un nacionalismo feroz que usa como sparring al migrante más precarizado aún. Como si todos los internacionalistas fuéramos lo mismo. Como si Wall Street o el Ibex tuvieran los mismos objetivos que quienes abogamos por la universalidad de los derechos humanos, la justicia fiscal y salarial, la protección estricta del medio ambiente, una democracia efectiva y no capturada por el 1 %.
José Mujica pone en su justo lugar este debate. Defiende valores universales, plantea retos que solo la humanidad entera puede abordar, juntos, en solidaridad. Dicho esto, lo hace desde un profundo sentido de comunidad local. No sirven las grandes ideas, las teorías que sobrevuelan a la gente, los barrios y pueblos, sin contar con ellas, con su indispensable singularidad. Lo común empieza cerca, muy cerca, en los hermanos que saltan la valla, en los círculos de solidaridad entre desahuciados, en la amistad de dos ejecutivos que se confiesan. De estas experiencias podríamos viajar a millones de iniciativas locales que abren puertas al diferente en situación de vulnerabilidad, como ésta entre griegos y sirios.
Finalmente, Mujica llega al fondo del ser humano como individuo. Su estilo de vida frugal, verdadero, tan distinto de esa élite internacionalista foco de ataques de los Farage y Trumps. Mujica es consciente de que nada es posible sin la transformación profunda de la persona que resiste al consumismo. Cambio personal desde la religión, el humanismo, cualquier sentido de trascendencia que hace a la persona viajar a su interior continuamente para volver al mundo y vivir con otros en paz.
Sí, es un "equilibrio frágil" entre la sostenibilidad del planeta, la justicia social y una incertidumbre desasosegante. Mujica, la película, no eluden la confrontación. Y sin embargo uno acaba de verla en esperanza.
No lo duden, véanla. Y traten de respirar mientras tanto.