El debate está en la calle
Más que debatir sobre el estado de la nación, me gustaría proponer un debate sobre el futuro de la nación. Sobre qué sociedad nos gustaría ser y sobre cómo conseguirla.
Durante los dos últimos días hemos asistido a una serie de monólogos en el Congreso de los diputados, que a mi juicio no alcanzó la categoría de debate y que, en muchos casos, estuvo muy alejado del estado de esta nación.
Sorprende sobremanera que temas como la desigualdad y la pobreza, que son dos de los principales dramas que aquejan a España, hayan brillado por su ausencia en el discurso de Rajoy, mientras organismos internacionales como el FMI o las Naciones Unidas los subrayan como los principales desafíos de la humanidad y específicos de nuestro país.
Es muy difícil que se pongan en marcha medidas para corregir la desigualdad y atacar la pobreza cuando se niega su misma existencia.
Pero más que debatir sobre el estado de la nación, me gustaría proponer un debate sobre el futuro de la nación. Sobre qué sociedad nos gustaría ser y sobre cómo conseguirla. Este debate sí está en la calle, aunque muchos hagan oídos sordos.
Yo personalmente quiero una sociedad de ciudadanos activos, con espíritu crítico y solidario. En donde el debate de ideas se promueva desde la escuela y acabe permeando hasta los rincones más recónditos de nuestras instituciones.
Quiero una sociedad en la que se combata la pobreza y por lo tanto la desigualdad que crece a pasos vertiginosos. En la que las personas sean siempre más importantes que los intereses económicos. Una sociedad donde no se permita que miles de ciudadanos sean expulsados de sus casas sin que ello suponga siquiera la cancelación de sus deudas. Una sociedad que, precisamente por vivir esta situación, se solidarice y denuncie que otros, en otras latitudes, son expulsados de sus tierras por la misma codicia y mentira.
Yo quiero una sociedad limpia y transparente, en la que saber qué se hace con el dinero de todos sea un derecho y participar en cómo se gasta un deber. Donde no se consienta que el fraude fiscal alcance los 90.000 millones de euros que escapan al fisco, mientras otros (los de siempre) se empobrecen y pierden derechos básicos.
Una sociedad que no consienta que nueve de cada diez de nuestras empresas más emblemáticas (las del Ibex35) tengan oficinas en paraísos fiscales y tributen a un tipo irrisorio, comparado con lo que pagamos los que vivimos de nuestro salario.
Quiero una sociedad en la que el acceso a la salud y la educación de calidad no dependan del nivel de ingresos, sino que sean un derecho universal. Un país que mantenga su cooperación y responda a las crisis humanitarias como lo ha hecho hasta ahora, como un imperativo ético respaldado por buena parte de nuestra sociedad.
Yo quiero, en definitiva, una sociedad en la que los problemas que nos afectan sean debatidos y que proponga cambios. Donde no necesitemos esperar un año para que desde el Congreso nos cuenten cómo estamos y no nos reconozcamos. Esto se construye cada día y es una responsabilidad de todos.