Los coches y la manzana mordida de Apple
Y ahora llega el dispositivo de Apple. Me imagino dentro de un par de años a miles o tal vez millones de conductores pendientes de su reloj. Ya sé que habrá órdenes de voz y que, obviamente, se deberá desconectar durante la conducción, que es lo recomendable. Pero eso no va a ocurrir, como no ocurre que desconectemos los teléfonos.
Estos días Apple ha presentado su nuevo iWatch.
Aunque no es un dispositivo realmente nuevo, sí que supone un paso más en la intercomunicación personal. Si el siglo XX se significó por el desarrollo del transporte individual, no cabe duda de que los inicios del siglo XXI pasarán a la historia como los años en los que la comunicación rompió la barrera de las distancias y del tiempo.
Aunque el iWatch de Apple no es en sí mismo una novedad, sí parece que va a suponer la popularización de este gadget. En pocos años, millones de ciudadanos dispondrán de una pulsera con la que facilitar la utilización de los smartphones.
Esta comunicación interpersonal es ya tan usual y cotidiana que a la mayoría de los ciudadanos nos cuesta permanecer aislados durante espacios de tiempo que pueden parecer ridículos. El humanoide del siglo XXI, mayor de 10 años (o incluso menor), permanece las 24 horas del día sujeto a un dispositivo electrónico como si le fuera la vida en ello. Nos despertamos con el sonido del cacharro; vemos si durante la noche nos ha llegado algún mensaje; lo llevamos al baño por si suena mientras nos lavamos los dientes; desayunamos viendo las noticias..., y si vamos en bicicleta al trabajo o a la oficina del paro, llevamos conectada una aplicación en el móvil que nos dice cuánta energía hemos consumido y qué recorrido hemos realizado, con su correspondiente altimetría. Habrá quien crea que es una exageración, pero me temo que son más los que creen que me quedo corto.
El problema surge cuando pensamos en la utilización de estos dispositivos y el automóvil. Este humanoide del siglo XXI obsesionado con la comunicación también se pasa un tiempo considerable a bordo de medios de transporte; y en muchos casos, conduciéndolo.
Ignoro desde cuándo la Ciencia ha determinado que un hombre es incapaz de hacer más de una cosa simultáneamente. También ignoro qué actividades exigen una atención jerarquizada y si todos los ciudadanos necesitan el mismo grado de atención para cada una de las actividades que pueden simultanear, aunque algo sospecho. Creo que fue en la campaña presidencial de 1976 cuando el candidato Ronald Reagan acusó a su adversario Gerald Ford de ser incapaz de "pensar y mascar chicle a la vez". Y hay decenas de estudios de sesudos eruditos que establecen que el cerebro humano no tiene una capacidad infinita de actuación, por lo que incluso mascar chicle resta capacidad de concentración.
Para un conductor, toda otra actividad, física o intelectual, ajena al manejo de su vehículo, va a restarle capacidad de concentración. El problema surge al determinar qué otras actividades son verdaderamente absorbentes y cuáles otras son compatibles con la conducción. En nuestro complejísimo ordenamiento sobre la conducción existe una obligación de tipo genérico de prestar la atención necesaria para el control del vehículo, y luego una serie de limitaciones cuyo criterio escapa a toda lógica: se puede escuchar música, o hablar por teléfono, a cualquier volumen, pero no a través de auriculares.
Se puede fumar, pero no poner en marcha un navegador... salvo que los mandos estén integrados en el volante..., pero se puede manejar una radio cuyos mandos están más lejos que los de un navegador. Se puede hablar con un pasajero, pero ¡ha habido denuncias por mirar al acompañante!
Sinceramente: los legisladores no saben por dónde meterle mano a las limitaciones a la conducción. Dan palos de ciego y marchan siempre por detrás de los avances de la técnica.
Los coches traen cada vez más dispositivos que en teoría ayudan a concentrar la atención en la conducción, pero cuyo manejo exige un tiempo y un hábito que cada vez condiciona e incluso complica el manejo del vehículo. Por ejemplo, los controladores de velocidad. Son dispositivos absolutamente recomendables; especialmente los que incorporan también controladores de la distancia al vehículo que nos precede. Pero exigen una permanente atención a la señalización. En un trayecto entre Madrid y Málaga, por autovía, hay más de 100 cambios de velocidad (comencé a contarlos y me perdí cuando iba por más de 80 y aun estaba a 200 kilómetros del destino), que exige conectar y desconectar el dispositivo, ya que bajar la velocidad de modo manual supone recorrer centenares de metros a una velocidad superior a la obligatoria. Aunque hablaremos de eso otro día con más calma, es solo un ejemplo de cómo la complejidad normativa complica y hace más insegura insegura la conducción.
Y ahora llega el dispositivo de Apple. Me imagino dentro de un par de años a miles o tal vez millones de conductores pendientes de su reloj. Ya sé que habrá órdenes de voz y que, obviamente, se deberá desconectar durante la conducción, que es lo recomendable. Pero eso no va a ocurrir, como no ocurre que desconectemos los teléfonos. Su uso es ya tan cotidiano, tan usual y tan automático, que no lo consideramos una actividad incompatible. Como el escuchar la radio o hablar con el acompañante.
Sinceramente: quien no sea capaz de simultanear estas actividades, más vale que no conduzca. Quien no sea capaz de pensar y mascar chicle, que no se presente a presidente.
Y ahora a esperar a ver qué decisiones toman los legisladores sobre el iWatch... o las Google Glass... o el eCall... Me temo que, una vez más, seguirán dando palos de ciego y prohibir cuanto más mejor. "Muerto el perro se acabó la rabia".