Esto no es una reseña de 'Los amantes pasajeros'
Resulta reconfortante que Almodóvar haya vuelto a la comedia en unos tiempos en que todos conocemos ya a alguien cuya situación empieza a ser desesperada. Y en este país, lo que más gracia nos hace son los chistes de caca, de pedos, de mariquitas...
Resulta reconfortante que Almodóvar haya vuelto a la comedia en unos tiempos en que todos conocemos ya a alguien cuya situación empieza a ser desesperada (se llama responsabilidad social del artista, y se olvida muchas veces). Y en este país, lo que más gracia nos hace son los chistes de caca, de pedos, de mariquitas... (¿hace falta que les recuerde No desearás al vecino del quinto? ¿Me remonto?).
Nos hace muchísima gracia reírnos de la muerte, de los mongolitos, de los lisiados, de los sudacas, de las mujeres. Sin embargo, la mayor parte de la crítica de cine española se ha puesto de acuerdo en que los chistes de penes no hacen gracia. Porque se empieza uno riendo del pene y acaba volviéndose, ¿qué sé yo?... feminista. O algo peor. El caso es que se cuenta un chiste de pollas y, sin saber muy bien por qué, enseguida se imagina uno con la susodicha en la boca.
En la Clase Business (¿cuándo empezó a llamarse así a la Primera Clase? ¿quizá cuando los socialistas empezaron a volar a la Expo?) viajan los corruptos de los aeropuertos vacíos, estafadores de ancianitas preferentes, asesinos a sueldo, videntes supercheras de medio pelo, macrofurcias internacionales de caza mayor, caducos machirulos de tercera regional: sí, esos mismos a los que no les hacen nada de gracia las películas de Almodóvar.
En la Clase Turista estamos tan intoxicados con nuestros propios pedos (siempre huele mucho peor un pedo de clase turista: eso es así) que viajamos ya dormidos, semiinconscientes. Y solo nos despertamos cuando nos dicen que el Whatsapp va a ser de pago. Eso sí: la Sanidad y la Educación, que se vayan al carajo. Las azafatas nos toman por idiotas pero a lo mejor es que somos idiotas, algo que no descarto. Mientras, esperamos a que nos ofrezcan alguna simulación de bebida, aunque sea en diferido.
Abajo, el Aeropuerto de La Mancha (¿acaso no es un gigantesco oxímoron?), broma brutal, mayúscula desfachatez que mata de risa si no fuera porque es verdad, espera vacío a que el avión aterrice o a que se estrelle de una vez. El avión, dirigido por los pilotos que han hecho de la mentira su modo de vida (porque todo el mundo sabe, a estas alturas, que mienten, pero ahí siguen), da vueltas en el cielo con un tren de aterrizaje estropeado esperando quizá un milagro, un rescate, o que venga el Señor y se nos lleve pronto.
No es la hipervisibilidad marica de los tres (maravillosos) azafatos lo que molesta. Quizá la culpa de todo es de Willy Toledo. Eso es más de lo que muchos pueden aguantar. Porque una cosa es que se cumpla ese ansiado sueño heterosexual en el que se ve uno rodeado de negros en las duchas de una cárcel y se le cae (por supuesto, sin querer) el jabón al suelo, y otra es que te den un pollazo en toda la cara y encima tengas que pagar nueve euros. Llámame corrupto pero Willy Toledo ¡no!
Esto no es una reseña de Los amantes pasajeros: esto es España, oiga.