Moción de censura, moción de frescura
Los avances sociales no fueron espontáneos. Nacieron gracias al esfuerzo y la lucha que desde la izquierda impulsaron multitud de personas, muchas de las cuales dieron lo mejor de su vida, incluso su vida, para que otros pudiéramos disfrutar de un futuro mejor.
El presidente Rajoy, en su función de gestor que no de Gobierno, nos da en el Congreso el susto previo a la muerte que aprueba su Gabinete hoy viernes 13. Sigue ejerciendo de fiel jardinero de los mercados en su trabajo de poda de todos los derechos sociales que tanto nos ha costado construir en los últimos decenios. La europa avanzada y libre que surge tras la derrota de los fascismos (con la triste excepción del franquismo en España) está cambiando. Nos la están cambiando. Los avances sociales, económicos, culturales y en materia de libertades de la Europa occidental eran una seña de identidad que contrastaban con la tristeza, la miseria y el autoritarismo de los regímenes del Este. De esa confrontación surgieron muchas desigualdades y un crecimiento feroz del armamento que hizo ricos a muchos. Las derechas europeas quisieron demostrar que era posible impulsar un estado de cierto bienestar social, no exento de desigualdades, que conviviera con una economía de mercado. Pero estos avances sociales no fueron espontáneos. Nacieron gracias al esfuerzo y la lucha que desde la izquierda impulsaron multitud de personas, muchas de las cuales dieron lo mejor de su vida, incluso su vida, para que otros pudiéramos disfrutar de un futuro mejor. Al mismo tiempo, quienes dirigían los destinos económicos de las democracias occidentales preferían ceder derechos y repartir algo de riqueza que perder su capacidad de influencia. Todo ello con el objetivo de atemperar el crecimiento emergente de las izquierdas que llegaron a amagar con desestabilizar el propio sistema tal y como sucedió en el mayo francés de 1968. Ahora ya nada de eso es necesario. No hay adversario que justifique esas cesiones y es la hora de recoger el carrete de los derechos. Hoy, cautivos y desarmados los ejércitos rojos del Este, los mercados están alcanzando sus últimos objetivos. El Estado del bienestar se ha terminado. ¡Vivan los mercados! ¡Arriba el IVA!
En ese escenario las medidas que impone y le imponen al Partido Popular tienen toda la lógica y la fuerza imprescindible para desmontar los principales pilares del Estado del bienestar. Los derechos sociales, el derecho al cobro del desempleo, la dependencia, los impuestos progresivos, la enseñanza, sanidad y educación pública, nuestra RTVE plural y de prestigio, la Justicia y un largo etcétera son dinamitados metódicamente y con frialdad tal y como haría un psicópata de los derechos sociales. Con la diferencia de que en este caso la patología es consciente, consentida y acaba siendo deseada e instigada por sus ejecutores. Al fin y al cabo llevan el mismo ADN que sus mentores.
El pueblo se indigna y al mismo tiempo crece la distancia con sus representantes institucionales. Las movilizaciones transforman la frustración personal en expresión social. No son los colectivos los que mayoritariamente salen a las calles sino las conciencias individuales que estructuran grupos amorfos pero que se mueven en la misma dirección. Hace un año fue el 15-M, ayer eran las mareas y hoy son los mineros. Mañana quizás seamos más y seamos todos. Pero esas movilizaciones necesitan también una identidad política e institucional. De la misma forma que los parlamentos necesitan sentir el pulso e incluso el aliento social de la ciudadanía. Por eso es imprescindible articular una respuesta política e institucional que responda democráticamente a la agresión del Gobierno. Una respuesta que acerque el sentir ciudadano a sus representantes y que sea capaz de trasladar esa indignación, ese aliento, a los mercados y a sus sacerdotes de la Moncloa. Nuestra Constitución lo prevé y desarrolla a través de la moción de censura. Pocas han sido las veces que las oposiciones parlamentarias se han atrevido a formularla. La experiencia no siempre salió bien para los promotores. Nuestro ordenamiento establece que una moción de censura debe incluir el nombre de un candidato o candidata alternativo y eso suscita el recelo de la pluralidad de grupos políticos que comparten labor de oposición. Pero con todas esas dificultades, ¿de verdad piensan que este Gobierno no se merece una censura parlamentaria además de la social?
Ahora bien, sabemos que la mayoría absoluta de Rajoy impide una victoria matemática de esa censura. Pero la necesidad de un triunfo social y, sobre todo, de fortalecer un acercamiento y empatía entre los representados y sus representantes debe primar sobre el resultado numérico de la misma. Esa moción de censura es también una moción de frescura. Es una necesidad y un deseo mayoritario que vamos a seguir viendo en las calles. ¿Por qué no verlo también en el Congreso?
Pero si importante es la idea de la censura, más importante es la articulación de la misma. No se trata de que alguien se apunte un tanto partidario. Necesitamos algo más. Mucho más. Esa moción de censura debería ser presentada y firmada conjuntamente por todos aquellos diputados y diputadas que compartieran esa idea y que la quisieran exponer de forma mancomunada ante la sociedad. Esa propuesta unitaria de expresión es en sí misma más importante que la propia moción de censura. Explicitaría la idea de que es posible una común unión en defensa de los derechos sociales que están siendo tan salvajemente atacados.
Nos faltan dos detalles. La candidatura alternativa y el programa común. La persona propuesta para encabezar el futuro Gobierno no debiera ser ningún diputado o diputada de los partidos que están representados en el Parlamento. Los firmantes de la moción de censura están obligados a proponer a una persona de reconocido prestigio social, de amplio consenso y con capacidad para dirigir no sólo un futuro Gobierno sino, lo que es más importante, una futura alternativa que pudiera articular toda la oposición progresista al Gobierno que hoy asola nuestros derechos. Una personalidad capaz de conformar un frente común, tal y como ha propuesto Gaspar Llamazares, y que dé respuestas y esperanzas a la izquierda de este país. Ya sólo nos falta un pequeño detalle: el programa de Gobierno de esa alternativa. Rajoy nos lo ha puesto fácil, deconstruir todo lo (des)hecho por su Gobierno. Aunque también podemos aprender lo mejor de los nuevos caminos iniciados por Hollande en Francia y Syriza en Grecia. ¡Ah! y por si alguien tiene todavía alguna duda nuestra Constitución permite hacer todo lo que sugiero.