El librero libre
A Marcos no le gustaba la escuela, igual que luego no le gustaron los trabajos de oficina. Ni los negocios estables. Ni los deberes del matrimonio, que le dio tres hijos a los que no ve demasiado. Por eso vive de pueblo en pueblo, viajando en su coche, lleno de libros.
Cuando Marcos Aucapiña llegó a la ciudad ecuatoriana de Quevedo, productor mundial de banano, alguna gente debía estar matando el tiempo libre en el chopin center, porque no tenían demasiados sitios a donde ir. Seguramente comían algún helado de coco, pedían un arroz con menestra en el patio central del centro comercial o pensaban en la película americana con doblaje mexicano que estaban a punto de ver. Pero Marcos Aucapiña, que llevaba pelo de galán y estaba tranquilo como un profeta, tenía otras cosas que hacer. Se fue a hablar con las autoridades de la universidad local, montó una carpa, puso unas burras, unos tablones, los llenó de libros y los empezó a vender.
Marcos Aucapiña en su librería ambulante. Foto: JB.
Marcos siempre había ido a contracorriente, desde que a los cinco años les pidió a sus padres un cajón para lustrar zapatos y un pequeño puesto de revistas: Tarzán, Calimano, Superman o Melinda. Se leía unas 30 a la semana. "No lo pedí por necesidad, sino por la libertad de sentirme libre". A Marcos no le gustaba la escuela, igual que luego no le gustaron los trabajos de oficina. Ni los negocios estables. Ni los deberes del matrimonio, que le dio tres hijos a los que no ve demasiado: "Sé que me guardan su rencor, pero también sé que algún día encontrarán cierto valor en mi forma de vivir". Por eso vive de pueblo en pueblo, durmiendo en pensiones humildes y limpias, viajando en su coche, lleno de libros. "¿Y si se pone enfermo?". "Ahí sí, llamo a mi mamá, que tiene plata". Aunque sea todo un señor de 52 años.
Mientras Marcos descargaba sus cosas, es posible que algún sicario de la zona estuviera pensando en balear a un amante intrépido. O a un pequeño camello que no había pagado algún gramo que debía. O a un simple deudor que nunca devolvía la plata que pedía prestada. Por eso aquella librería tan anárquica sabía a manjar. Estaba todo mezclado, pero yo no había visto nada mejor en Quevedo hasta ese momento: El Quijote y García Márquez acompañados de Platón y Séneca, rodeados por libros de Paulo Coelho, asaltados por manuales de autoayuda y libros de filosofía oriental.
Marcos Aucapillo dice que siempre le ha importado ser una buena persona. Quizá sea para redimirse de algún viejo pecado. O quizá porque para vivir libre se necesita un extra de bondad que le evite a uno sentirse culpable. Y por eso empezó a buscar entre los gurús orientales como Osho y Deepak Chopra, que le han dado una medida de cómo actuar en la vida. Como hace unos años, que se encontró 300 dólares por la calle y en vez de quedárselos llamó a la radio para buscar a su dueño: "No tengo móvil donde localizarme, pero mi proveedor no tiene problemas para fiarme libros. Sabe que siempre le voy a pagar".
Cuando ya se acababa la conversación, Marcos mandó que me trajeran un pollo con arroz y se sentó a fumarse un cigarrillo de sobremesa. Entonces, me hizo una confesión: "¿Sabes? Yo hay libros que casi no cobro. Si viene alguien que no tiene dinero y se interesa por un libro que me parece importante, a veces se lo regalo". Amén, don Marcos.