"¿Me amas?" "Querido, te respeto"
Hemos domesticado la alta tecnología, la hemos puesto a nuestro servicio y nos acompaña como un perro fiel. Y por supuesto la amamos, porque no cabe duda de que además la hemos hecho bella, con diseños esmerados. Pero, ¿la sentimos amiga, compartimos emociones y sentimientos con ella?
El próximo diciembre celebraremos los primeros 20 años de telefonía móvil digital en España. En dos décadas hemos pasado de la inteligencia digital estática a la inteligencia en movimiento, a llevar toda la información del mundo en nuestro bolsillo. Una evolución espectacular en tan poco espacio de tiempo. ¿Cuál será el siguiente paso evolutivo?
Todavía queda un largo camino por recorrer. Hemos domesticado la alta tecnología, la hemos puesto a nuestro servicio y nos acompaña como un perro fiel a todas partes. Y por supuesto la amamos, porque no cabe duda de que además la hemos hecho bella, con diseños esmerados. Pero, ¿la sentimos amiga, compartimos emociones y sentimientos con ella? La respuesta es no. "Un teléfono es sólo un teléfono", nos diremos: "Sirve para lo que sirve, para obedecer órdenes y hacernos más fácil la vida". No puedo estar más en desacuerdo.
Tengo una anécdota muy ilustrativa de lo que es un teléfono hoy. Le formulé en una ocasión al asistente de voz de uno de los modelos de teléfono más populares la gran pregunta de la vida: "¿Me amas?". Me espetó: "Querido, te respeto". Es una contestación muy ingeniosa que demuestra el sentido del humor de los buenos ingenieros, pero ¿puede haber una respuesta más glacial?
La tecnología es una aliada fiel y capaz, pero no es nuestra amiga, no nos hace sentir nada ni nos proporciona ninguna experiencia especial más allá de la satisfacción por la eficacia demostrada. Es algo que se debe corregir, porque el teléfono, el máximo representante de la tecnología, debe ser mucho más que inteligencia, tiene que ser un sentimiento, transmitirnos emociones a través de su pantalla, de la calidez de sus imágenes y la fluidez con que responde a nuestras necesidades. Debe ser un Feelphone.
Como he dicho antes, estamos muy al principio de la era tecnológica. Aunque nos parezca espectacular lo conseguido hasta ahora, en realidad estamos en paños menores. Disfrutamos de aparatos bonitos y capaces, pero en realidad no interactuamos con ellos: simplemente les damos órdenes que ellos obedecen. Para el caso, para que me obedezca ciegamente, yo prefiero llevar al lado un robot que un smartphone en el bolsillo.
Que nadie se equivoque, no pido teléfonos con espiritualidad encendida; no creo que sea posible que una máquina tenga sentimientos. Sin embargo, sí creo sus características (la calidad de las imágenes que nos muestre su pantalla, el tacto que tenga, la sensación que experimentemos al sostenerlo en una mano, la armonía con la que ejecute las diversas funciones, etc.) pueden llevarnos a pensar que nuestro dispositivo es algo más que una máquina, tiene cualidades espirituales que desarrollan nuestros mejores sentimientos.
Muy probablemente la tecnología formará parte de nuestro día a día cotidiano por el resto de nuestra vida, y precisamente por eso, porque en muchas ocasiones será el puente que nos una a nuestros seres más queridos, debe ser el mejor traductor de los sentimientos que nos llegan a través de ella.
Un "te quiero" desde el otro lado del mundo es algo demasiado emocionante para, simplemente, reflejarse mediante complejas fórmulas matemáticas en el micrófono de un objeto frío e inerte; no basta con que llegue la voz como hasta ahora, tenemos que sentir esas palabras con la calidez que nos daría la cercanía física del ser querido.
Hoy tenemos los materiales y conocimientos necesarios para dar este nuevo salto tecnológico en el mundo digital; tal vez sea el momento de reclamar a los fabricantes de teléfonos que se detengan un momento en su loca carrera por sacar nuevos modelos al mercado y reflexionen sobre lo que tiene que ser el siguiente paso evolutivo. No es tan difícil, solo pedimos un Feelphone, que nuestros queridos aparatos pasen a formar parte de la banda sonora de nuestras vidas.