Lo que he aprendido de mi hija de siete años
Como padres que somos, sabemos que nuestros hijos nos tienen en un pedestal. Siempre he hecho lo que he podido para enseñarle a mi hija a ser fuerte, a tener seguridad, a defender lo que cree, a confiar en su capacidad y a creer en sí misma. Sin embargo, lo gracioso es que no estoy segura de en cuántas de esas cosas he influido yo.
Desde que me convertí en madre, he tardado siete años en apreciar todo lo que he aprendido de mi primera hija. A medida que avanzamos por el laberinto de la paternidad, se supone que nosotros, como padres, somos una fuente de sabiduría. Se espera que estemos armados y preparados para contestar a cualquier pregunta que nos hagan nuestros hijos. A veces es como jugar al Trivial en bucle. Hace poco, mi hija me hizo la siguiente pregunta: "¿Cuándo se convierte la niebla en rocío y cuándo se convierte el rocío en niebla?". Buena pregunta. Le hablé sobre la densidad e intenté darle alguna respuesta mientras íbamos de camino a casa, pero no tenía ni la más remota idea. Aunque no siempre tenemos la respuesta a todas sus preguntas, me tomé un momento para pensar en lo alucinantes que son las mentes de los niños.
Cuando mi hija me hace preguntas, ella espera que la esté escuchando. Pero, seré sincera: a veces estoy escuchando y a veces desconecto, por cansancio o porque se me va la cabeza a otra parte. Empiezo a tomar notas mentales de las cosas de las que debería acordarme o que debería hacer y se me va llenando la cabeza de listas. Acabo de darme cuenta de lo que debe molestarle que yo desconecte o que esté pensando en los mails del trabajo. Probablemente le moleste tanto como a mí el tener que llamarla veinte veces para que luego ni siquiera me conteste. Puede parecer que las dos somos igual de malas con la otra. ¿Qué tipo de relación tendríamos si pasáramos todo el fin de semana juntas, pero sin implicarnos con la otra? Mi hija se sentiría como si la estuvieran engañando.
Como padres que somos, sabemos que nuestros hijos nos tienen en un pedestal. Siempre he hecho lo que he podido para enseñarle a mi hija a ser fuerte, a tener seguridad, a defender lo que cree, a confiar en su capacidad y a creer en sí misma. Sin embargo, lo gracioso es que no estoy segura de en cuántas de esas cosas he influido yo.
Mi hija es fuerte y segura de una forma en la que yo no lo era cuando tenía su edad. De acuerdo, tiene mucho camino y muchas dificultades por delante, pero yo seré la primera en decirle que los chicos monos vienen y van. Que algunos minarán su seguridad, o le dirán que no es lo suficientemente guapa, pero yo le recordaré que es lo suficientemente buena y guapa y que los amigos de verdad estarán ahí para ella.
Ya no me preocupa que no sea lo suficientemente segura como para triunfar; me preocupa la persona que se vaya a interponer en su camino. Pero sé que no debo pecar de ingenua. Aún no hemos llegado a la pubertad, pero, cuando lo hagamos, sé que será un desafío más que formará parte de este viaje. Muchas adolescentes pasan por un periodo de experimentar, de expresarse y de menospreciarse. Con 14 años, en parte debido al dominio de las redes sociales, la sociedad nos dice que la belleza consiste en tener un pelo perfecto, el vientre plano y una cara bonita. Para los adolescentes, pocas cosas hay más importantes que ser popular, encajar y ser guapo. Durante mi adolescencia me tocó llevar, como decíamos nosotros, "raíles". Llevé aparato durante años... muchos años. Nunca enseñaba los dientes al sonreír por miedo a que me llamaran Tiburón, como al villano de James Bond.
Estuve dos años así y con aparatos especiales para dormir. Si echo la vista atrás, me doy cuenta de que tenía la autoestima muy baja por aquel entonces, pero no cambiaría los dientes blancos y rectos que tengo ahora por nada del mundo. Y ahora puedo decir con seguridad que entiendo lo que significa realmente la belleza. Miro la cara de mi hija y veo la amabilidad en sus ojos, a través de sus gafitas. Veo la fuerza en sus muslos y las cosas maravillosas que puede conseguir el cuerpo femenino.
A mi hija no le da miedo probar cualquier actividad física y se da cuenta de que su cuerpo es fuerte y bonito. Quiero que crezca sabiendo que puede hacer lo que quiera. Que tiene la opción de ser directora de una empresa, ingeniera, científica... o lo que le pida el corazón. Y que sus compañeros no la mirarán de forma distinta solo porque sea una mujer. Y que tendrá el trabajo que sea porque se le dará bien y porque es la persona más indicada para el puesto, independientemente de su género. Me miro en el espejo y veo el reflejo de las tres cosas que me ha enseñado mi hija:
1. Con práctica, se puede mejorar en todo
No se puede ser bueno en todo, así que tenemos que centrarnos en las cosas que se nos dan bien. Mi hija entiende esta idea a la perfección y me la recuerda a menudo. Me encanta que se centre en tres asignaturas clave en el colegio en vez de intentar que todo se le dé bien. Hay tres cosas que se le dan genial y que hacen que se sienta segura de sí misma. Es madura y es consciente de que no es de las mejores de la clase y de que no tiene por qué serlo. Con tiempo y con práctica, se puede mejorar en todo.
2. Hay que estar presente
A veces, aunque estemos juntas, no la escucho. A veces estoy ahí, pero no estoy presente. Tengo la cabeza en otra parte. Cuando se pone a echarme la bronca, sé que lo he hecho mal. Ella no quiere mi tiempo, me quiere a mí.
3. No hay que tener miedo a probar cosas nuevas
Me encanta que mi hija esté dispuesta a probar cosas nuevas, ya sea un deporte nuevo o algo distinto, ella siempre piensa que "hay que dar una oportunidad a las cosas". Independientemente de la edad, siempre está bien probar cosas nuevas y las oportunidades no aparecen en las zonas de confort. Cuando prueba algo nuevo, aunque luego a largo plazo no le convenza, aprende de esa experiencia y cultiva el juicio.
Este post fue publicado originalmente en la edición de Reino Unido de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.