Aclaraciones al 'buen enfermo'
Padecer una enfermedad no nos da patente de corso, es una realidad incontestable con la que viven muchas personas. Querer ser buen enfermo no supone falta de ánimo, es una toma de conciencia de nuestra realidad primera y desde ahí a por todo lo que podamos, teniendo claro que la enfermedad implica renuncias y también nos abre caminos antes insospechados.
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Hace unos meses escribí un texto, El sentido, que creo merece algunas aclaraciones y es que no siempre uno encuentra las palabras adecuadas. Quizá sea necesario establecer con claridad desde dónde se escribe algo. En este caso se hace, en primer lugar, desde una segunda fase de la vida, ese momento en el que, como dice Salvador Paniker, uno se va desprendiendo del ego; en la primera parte uno se carga del mismo para hacerse un hueco en el mundo y en esa personalidad llena de ego los sueños y las expectativas han de estar al nivel de la misma, es lógico, no debe de ser de otra manera.
En la segunda parte, sin embargo, cuando uno vislumbra en el horizonte la decadencia física y la muerte, algo completamente natural y no por ello negativo, también es lógico que las ilusiones se empequeñezcan. El lenguaje siempre puede tener algo de paradójico, que una ilusión sea pequeña no tiene por qué significar una falta de grandeza pues lo pequeño y lo grande cambian dependiendo del momento de la vida en el que se esté, ya que la visión con la que se percibe también es diferente. Siempre es posible la ilusión, aunque las ilusiones se fijen en otras cosas; de la misma forma que siempre es posible la esperanza, aunque ésta se tenga en algo distinto.
El segundo lugar desde el que escribo es el profundo deterioro físico y este es evidente, e inevitablemente conlleva momentos de desánimo en los que la vida se oscurece. Lo valeroso no reside en que estos momentos no existan, eso sería sorprendente, por no decir imposible. La visión de la vida también cambia del mismo modo que cambia la visión del futuro, incluso me atrevería a decir, que cambia la visión del pasado. En ese cambio se generan sombras. ¿Cómo no han de generarse sombras contra las que hay que luchar y contra las que una victoria ocasional no va a significar que no vuelvan a producirse alguna vez? Es en ese forcejeo en el que se produce la musculatura anímica necesaria para enfrentarse a los nubarrones que de vez en cuando llegarán.
Desprenderse del ego es caminar más ligero y hace posible descubrir un sentido de la vida que debería haber estado ahí desde siempre y que nunca dejará de estar, sea cual sea nuestro estado físico, sea cual sea nuestra posición en el mundo. Este sentido no es otro que el de ser mejor persona, sentido que está desapercibido mientras queremos comernos el mundo pero que valoramos cada vez más cuando el tiempo pasa y las dificultades de la vida se van haciendo presentes, es ahí donde hay que encajar cualquier otro fin como el de ser mejor enfermo.
Es ese el papel que me ha tocado y el que debo hacer bien, es ese el testimonio a dejar a los que vengan detrás y puedan encontrarse en un aprieto semejante. Padecer una enfermedad no nos da patente de corso, es una realidad incontestable que vivenciar, una enfermedad amarga a bastantes personas y esta amargura amarga a su vez a las personas que tiene alrededor. Ser buen enfermo es mantener la alegría, aún dentro de una tristeza inevitable, es mantener la esperanza sabiendo bien lo que podemos esperar de la vida, no una esperanza en cualquier cosa, alocada, con el riesgo de vivir en una permanente montaña rusa, generándonos ilusiones y desencantos después, de ser proclives al engaño, de necesitar salvadores aunque sean falsos.
Ser buen enfermo es ser sensible, empático con el sufrimiento ajeno, es evitar la queja permanente, el lamento continuo y la necesidad de descargar en otro mi insatisfacción, es percibir nuestros errores, nuestros pecados y saber pedir perdón, es aceptar nuestra dependencia (dependencia que en alguna medida siempre habremos de tener), darnos cuenta de las ayudas que recibimos y saber dar las gracias.
Querer ser buen enfermo no supone falta de ánimo sino que es una toma de conciencia de la que es nuestra realidad primera y desde ahí a por todo lo que podamos, teniendo claro que la enfermedad implica renuncias pero que también nos abre caminos que antes nos eran insospechados. Sabiendo que la grandeza no se encuentra en lo que creímos en un pasado, en la fama, la riqueza y el poder, sino en cuestiones que antes nos pudieron parecer pequeñeces. La felicidad no deja de estar a nuestro alcance, cambia sus registros pero nos puede acompañar ahora, incluso, más que antes