La cooperación insoslayable
He insistido en varias ocasiones en este espacio sobre la pujanza económica y cultural de Iberoamérica. Este buen comportamiento ha llevado a algunos a preguntarse sobre la necesidad de la cooperación con Iberoamérica, máxime cuando Naciones Unidas se ha centrado en los países con pobreza extrema.
He insistido en varias ocasiones en este espacio sobre la pujanza económica y cultural de Iberoamérica. En conjunto, el continente ha crecido a un ritmo medio del 4% en la última década y en la actualidad se encuentra viviendo el mayor periodo de prosperidad de sus últimos 40 años. Es sintomático que, de acuerdo con un reciente informe del Global Entrepreneurship Monitor, la tasa media de actividad emprendedora en Iberoamérica sea del 17%, una cifra superior a la de Estados Unidos o la Unión Europea. Los buenos datos se traducen en una mayor estabilidad institucional, la ampliación de las clases medias y la llegada de más inversión extranjera. México y Chile ya pertenecen a la OCDE, el llamado "club de los países ricos" -producto del Plan Marshall- al cual posiblemente se integren pronto Colombia y Costa Rica. Brasil, por su parte, y pese a las desigualdades que arrastra, es el séptimo país más rico del mundo. Y, en síntesis, la mayoría de sus naciones se engloban bajo la etiqueta de "países de renta media".
Este buen comportamiento ha llevado a algunos a preguntarse sobre la necesidad de prolongar la cooperación con Iberoamérica, máxime cuando en los últimos años las prioridades definidas por Naciones Unidas se han centrado en los países que padecen pobreza extrema. Afortunadamente, ante esta drástica postura, ha prevalecido un enfoque equilibrado, basado más bien en una reformulación del sistema de cooperación -ahora focalizado en la innovación, la sostenibilidad y el conocimiento- en el que por cierto España juega un papel crucial. Y es que, sin perjuicio de las mejoras citadas, no cabe olvidar la persistencia de graves problemas en la región, en términos de seguridad, éxito educativo o desigualdad, a los que se suma la tenacidad de un populismo que siempre amenaza con desmantelar los pilares del Estado de Derecho.
Es más, gran parte de los logros económicos todavía dependen en exceso de la producción y exportación de materias primas, esta vez en dirección a Asia, prolongando -frente al emprendimiento- un modelo de crecimiento de escaso valor añadido. Es cierto que, gracias a esta nueva relación con Oriente se han abierto canales de financiación inéditos, según muestra la incorporación de China y Corea del Sur al Banco Interamericano de Desarrollo. Se está construyendo así un nuevo esquema de colaboración (sur-sur) muy prometedor, pero todavía por perfilar. Y en el que -repito- debería robustecerse el énfasis en los activos técnicos y competitivos.
Pues bien, sin duda la renovación de la cooperación española con Iberoamérica puede aprovecharse de estos planteamientos recientes, dando una continuidad reformista a la histórica hoja de servicios de cara al continente. Una apreciable -¡y obligada!- trayectoria que, resulta importante subrayar, se ha mantenido incluso en época de crisis. Ahí están, a título de ejemplo, las más de 7.000 becas y ayudas al estudio y a la investigación que la Fundación Carolina ha otorgado a iberoamericanos desde que se inició la crisis en 2008. El hincapié que la cooperación española está poniendo en materia de formación, capacitación e intercambio -avalado precisamente por el apoyo suscrito a principios de junio al Programa Iberoamericano para el Fortalecimiento de la Cooperación Sur-Sur- garantiza no solo la permanencia sino el reimpulso de esta línea de actividad en el futuro. No en vano, tal es la forma más lógica y coherente de afrontar y resolver las dificultades inmediatas: tan solo una mayor inversión en educación superior y capital humano ancla una robusta institucionalidad democrática y genera riqueza. Por supuesto, al igual que en el pasado, en la Carolina continuaremos contribuyendo con orgullo y eficacia a esta imprescindible labor.