Hacedores de imágenes
Razón no les falta a quienes advierten sobre los riegos de adición a internet y los móviles, en detrimento de la lectura. Pero ante los vaticinios catastrofistas o paranoicos cabe preguntarse si esta época no nos estará haciendo más creativos y agudos, incluso elegantes.
Suele decirse que la era de las imágenes en la que vivimos, cercados de pantallas por doquier (las del ordenador, la televisión, los smartphones, etc.), ha sustituido a la de la escritura, fenómeno que reduciría nuestras facultades intelectivas. Aunque la aceptemos tal cual, obviando la fuerza de la escritura en las redes sociales y en la sobreabundancia de emails, SMS y toda clase de mensajes, ésta creencia oculta que la producción de imágenes precedió a la de textos y que los pictogramas prefiguran la aparición de los alfabetos. De ahí viene la fuerza de persuasión de los símbolos y las imágenes como arquetipos colectivos, idea junguiana que en parte ha corroborado la investigación científica: la visualización simbólica arraiga en nuestra memoria de forma mucho más duradera que, por ejemplo, un discurso.
Ya a mediados del siglo XX, el historiador del arte Ernst Panofsky estudió la correlación entre pensamiento e imagen, fundando la disciplina que conocemos por iconología. Uno de sus maestros, Ernst Cassirer, formuló unas décadas antes la tesis de que el hombre es básicamente un animal simbólico, dado que nuestra esencia se plasma en los sistemas culturales que construimos (mitos, religión, música, etc.). Dimensión, por cierto, que sus contemporáneos nazis aprovecharon y, como cuanto tocaban, pervirtieron: no hay más que ver el vasto catálogo icónico del que se rodearon: espadas, antorchas y, por supuesto, la esvástica, un monograma hipnótico tomado de la cultura védica. Es más, intuyendo la capacidad de seducción que estaba adquiriendo el cinematógrafo (etimológicamente: "imagen en movimiento"), Goebbels le ofreció sin éxito a Fritz Lang la dirección de los estudios UFA. Desde entonces hasta ahora ha sido precisamente el cine el que ha popularizado la expresión pensar en imágenes.
El poder de los símbolos no es, por tanto, nuevo y a él recurrieron asiduamente los gobernantes antes de la aparición de la imprenta. Ahora bien, es cierto que en la actualidad el bombardeo incesante de imágenes no está solo condicionando sino modificando nuestra interpretación de la realidad. Probablemente por ello las industrias audiovisuales estén pasando a ocupar un lugar privilegiado en el espacio público. Y más aún teniendo en cuenta la relevancia que han cobrado tanto lo que llamamos inteligencia intuitiva, como la gestión de las emociones. Gracias a su eficaz empleo de los códigos expresivos, el cine influye directamente sobre dichos elementos, convirtiéndose en un instrumento cognitivo de enorme relevancia.
En efecto, más allá de la belleza y de la conmoción que nos depara su magia, el tratamiento artístico de las imágenes, unido a los esquemas narrativos con los que experimentan los guionistas, impactan decisivamente sobre el modo en el que vemos el mundo. Y ese impacto ha eclosionado en la era digital en la que ya estamos. Algunas voces insisten en la degradación que ello supondría, debido al hipotético acartonamiento, o pérdida de profundidad, que estaría sufriendo nuestro raciocinio. Hay quien hasta vislumbra oscuras intenciones de manipulación, retomando el planteamiento del Gran Hermano de Orwell.
Desde luego, razón no les falta a quienes advierten sobre los riegos de adición a internet y los móviles, en detrimento de la lectura. Pero ante los vaticinios catastrofistas o paranoicos cabe preguntarse si esta época no nos estará haciendo más creativos y agudos, incluso elegantes (o al menos, ofreciéndonos tal posibilidad) en virtud precisamente del regreso de las imágenes, el diseño y los símbolos. Siempre, claro está, que sepamos descifrar la sabiduría que encierran y deslindar el grano de la paja, esfuerzo que nos incumbe a cada cual en exclusiva. Bien lo saben los becarios Carolina del Curso de Desarrollo de Proyectos Cinematográficos, dirigido por Gerardo Herrero, con los que hace unos días tuve la oportunidad de compartir algunas de estas reflexiones.