Podemos y Vistalegre II: adiós a la nueva política
La reafirmación de Podemos a la izquierda de la izquierda en el tablero político español supone perder la esencia de lo nuevo. De lo transversal. Del eje arriba/abajo que inspiró inicialmente al partido y que debía persuadir tanto al votante socialista como al desafecto del sistema.
Foto: EFE
Podemos politizó el 15-M y politizó, con un excelente diagnóstico, algunos de los pilares sobre los que se cimentaba el sistema político español hacia 2011. Bipartidismo cerrado, agotamiento de parte del modelo constitucional de 1978 o austeridad y corrupción como un binomio envenenado, eran aspectos que construyeron parte del relato de las calles de aquel mayo, ya lejano, y que fueron incorporadas al discurso de Podemos, a inicios de 2014.
Sin embargo, el inicial modelo horizontal, cuasi-asambleario, que hacía de Podemos un híbrido entre movimiento social y partido político, sustantivado en los famosos "Círculos", paulatinamente fue desdibujándose. Es decir, se hizo valer, posiblemente, la única ley intemporal de la Ciencia Política, según la cual, como nos diría Robert Michels en 1922, en Los partidos políticos, la naturaleza de cualquier organización política desemboca en el control y disputa por el poder de unas élites minoritarias. Élites que burocratizan el partido. Élites que instrumentalizan la democracia interna en su propio beneficio. Y élites que profesan un irremediable culto al líder. Tres elementos que, si comparamos el Podemos de inicios de 2014 con el Podemos actual, saltan a la vista.
Vistalegre II, aun cuando esto se niegue, era un punto de inflexión, no tanto en estrategia, sino en táctica. Reforma o ruptura. Viraje transversal hacia el centro o enésima reafirmación a la izquierda. Y, claramente, se optó por lo segundo. Esto es, reafirmar el protagonismo de Pablo Iglesias como candidato y jugar en el lado izquierdo del tablero. ¿Acertado? No sé. Desde luego, legítimo y transparente como no ha lugar en otros partidos.
Pese a todo, desde una opinión estrictamente personal, considero que Podemos se equivoca de camino. El camino es el de madurar la senda transcurrida durante estos años, y que ha dejado consigo el nada desdeñable resultado de más de cinco millones de votos. Pero esto se debe realizar sin obviar cuestiones como que, en cuanto a intención de voto, con un PSOE absolutamente descabezado por su particular coyuntura interna, la capacidad de atracción de potenciales votantes socialistas continúa siendo marginal. El adversario para Podemos, que no enemigo político, como diría Miguel Urbán, no es el PSOE, es el Partido Popular. Y es que, sin el PSOE, o en el mejor de los casos, sin el votante socialista (mayoritariamente, mayor de 50 años y en este nicho, poco volátil), Podemos no tiene opción alguna de llegar al poder. Con cinco millones de votos no se accede a la presidencia en España. Y menos aún, si el secretario General y cabeza del partido, como es Pablo Iglesias, tiene una valoración como candidato presidencial de 2.81, es decir, casi medio punto con respecto a Mariano Rajoy. Tampoco olvidemos que, en las elecciones del pasado junio, de lo que no hace tanto tiempo, en el mejor escenario posible, y frente al PSOE más debilitado de los últimos tiempos, no hubo posibilidad alguna de sorpasso.
La reafirmación de Podemos a la izquierda de la izquierda en el tablero político español supone, también, perder la esencia de lo nuevo. De lo transversal. Del eje arriba/abajo que inspiró inicialmente al partido y que debía persuadir tanto al votante socialista como al desafecto del sistema. El resultado de Vistalegre II, asimismo, implica un nuevo - el enésimo- giro discursivo en el relato sobre qué es Podemos. Un Podemos que, si quiere ser gobierno en 2020, como decía algún cartel en Vistalegre, mucho va a tener que jugar con la coyuntura a su favor.
Y es que, Podemos, desde la izquierda, y desde la calle, necesita de un caldo de cultivo de condiciones socioeconómicas lo suficientemente afectadas como para agitar y movilizar a una sociedad como la española, caracterizada, sociológicamente, por su poca amistad con la ruptura y la acción colectiva. Tal vez Pablo Iglesias entiende que el 15-M es una nueva realidad y, por tanto, concibe que parte de la estructura de voto resultante es producto de la nueva estructura y, por ende, que no es coyuntural. Sin embargo, también puede ser que las consecuencias del 15-M sean una suerte de excepcionalidad y, por tanto, a falta de mayor consolidación, sin transversalidad y sin disputa por el centro ideológico, cualquier atisbo de llegar al poder termine siendo mera utopía.
Sea como fuere, la consolidación de las tesis de Iglesias sobre las de Errejón comportan una lectura por el poder político donde la noción de dualidad irresoluble de Schmitt le ha ganado la partida a la hegemonía bottom-up de Antonio Gramsci. Será cuestión de tiempo ver si fue, o no, la senda acertada.