Al chico que me piropeó hace 20 años

Al chico que me piropeó hace 20 años

Parecía una escena sacada de una comedia romántica para adolescentes de serie B (el chico popular le quita las gafas de empollona a la chica, la chica se sonroja, el chico se inclina para besarla), pero sin tensión sexual subyacente. Aunque sabía que no estabas intentando conquistarme y que estabas achispado, tu piropo inesperado significó muchísimo para mí.

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Probablemente no te acuerdes de mí. Íbamos a Comunicación Gráfica juntos el último año de instituto, pero no interactuamos. Yo me sentaba en las primeras filas, atendía al profesor y trazaba líneas perfectas con mi lápiz perfectamente afilado. Tú te sentabas atrás, grafiteabas tu estuche con típex y lanzabas trocitos de goma a los fluorescentes.

Creo que eras skater. Llevabas el pelo por los hombros, como Kurt Cobain, y un collar de cuentas a lo surfero. Te metías en problemas a menudo, pero no eras malo, solo distraído.

Yo era algo introvertida y bastante empollona. Estaba en el equipo de debate, me encantaba hacer presentaciones para clase, actué en el musical de fin de curso. Pero si alguien me hablaba en el pasillo, me ponía roja y enmudecía, era incapaz de transformar mis pensamientos en algo audible.

También era lo opuesto a lo guay. Las demás chicas se arreglaban, se teñían el pelo, llevaban rímel y gloss y los calcetines sin estirar. Yo le daba prioridad a la funcionalidad por encima del estilo. Llevaba el pelo corto y no tenía ningún piercing. Llevaba chándales confeccionados en casa y deportivas de segunda mano.

Nadie se metía conmigo, pero nadie sabía que existía. Cuando teníamos 14 años, Lauren (que tenía novio y un piercing en la nariz) me preguntó: "¿Eres de mi clase?". Y llevaba sentándome en la misma aula que ella cinco días a la semana durante seis meses.

Por supuesto, los chicos no estaban interesados en mí. Una vez oí a Melanie y a Jess poniendo verde al nuevo alumno de intercambio. "Le ha pedido salir a todo el mundo", decía Melanie, poniendo los ojos en blanco. "Sí", le daba la razón Jess. "Es de esos que van a por todo lo que se mueva".

La conclusión que saqué: que era igual de atractiva que un cadáver.

Y por eso sigo acordándome de lo que me dijiste.

Fue en 1997, durante la noche de nuestro baile de graduación. Se habían acabado los exámenes y el instituto; estábamos a punto de dar el salto a la vida adulta. El evento se celebró en una sala de fiestas con una lujosa moqueta granate, mesas de color crema, una pista de baile entarimada y la correspondiente bola de discoteca.

A pesar de mi nulo sentido de la moda, me arreglé. Fui a la peluquería a que me peinaran y maquillaran, y llevaba un vestido -confeccionado en casa- igual que el de Lisa Kudrow en la película Romy y Michelle. Además, llevaba tacones por primera vez.

La noche transcurrió sin incidentes. Disfrutamos de una elegante cena de tres platos y escuchamos emotivos discursos. Bailamos al ritmo de las Spice Girls y charlamos con profesores a los que nunca volveríamos a ver.

Y entonces, justo después del postre, viniste directo a mi mesa, me llevaste aparte y me dijiste: "Solo quería decirte que estás guapísima esta noche". No recuerdo cómo reaccioné -probablemente te respondí con una de mis sonrisas estándar, sin enseñar los dientes-, pero por dentro me sentía a rebosar de asombro y alegría.

Parecía una escena sacada de una comedia romántica para adolescentes de serie B (el chico popular le quita las gafas de empollona a la chica, la chica se sonroja, el chico se inclina para besarla), pero sin tensión sexual subyacente. Aunque sabía que no estabas intentando conquistarme (de todos modos, no es que fuera lo que yo quería; no me gustabas en absoluto) y que estabas evidentemente achispado (o quizá borracho), tu piropo inesperado significó muchísimo para mí.

Sé que se supone que no tengo que valorarme por mi apariencia, sino por quién soy: por mi personalidad, mi inteligencia, mis principios. Y, créeme, lo hago. Ahora -que me meto de lleno en la mediana edad- soy una persona segura de sí misma, y ya no enmudezco en situaciones de interacción social.

Pero la verdad es que tu piropo etílico y superficial me alegró el día, y sigo recordándolo de vez en cuando. Ojalá tuviera el valor para devolver el piropo; después de todo, tú también estabas bastante bien con traje y corbata. Ojalá alguien organizara una reunión de la promoción del 97...

Este post fue publicado originalmente en la edición australiana de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.