El inexistente legado de Mourinho
Mourinho se va y solo deja tierra quemada. No es una metáfora, es la cruda realidad: una tierra que ha estado en barbecho tres años, esperando a que alguien la cultivara y regara, se ha quedado deshidratada y sin opciones de brotes verdes. Y no sólo por la ausencia de trofeos.
Mourinho se va y solo deja tierra quemada. No es una metáfora, es la cruda realidad: una tierra que ha estado en barbecho tres años, esperando a que alguien la cultivara y regara, se ha quedado deshidratada y sin opciones de brotes verdes.
Tanto es así que el cisma del final del partido ante el Atlético de Madrid remite a las intrigas de camerino que ha montado estas últimas semanas el mánager portugués, cuando su salida de Chamartín se daba por hecha. Su huella a tenor de los resultados, negativa a todas las luces, produce un balance desolador. Y no sólo por la ausencia de trofeos.
La imagen de algunos jugadores del Real Madrid reflejaba la frustración interna que llevaban acumulando desde hacía días. El enésimo fuego provocado por el míster portugués con su expulsión -obviada por los periodistas en la rueda de prensa por considerarla un asunto ordinario-, perturbó a los jugadores blancos. Los distrajo de tal modo que perdieron el hilo del encuentro. Cristiano Ronaldo, incisivo y puntilloso hasta ese momento, fue el paradigma de la locura que vivieron los blancos.
Un triste epílogo para un cuento que parecía edulcorarse hace no mucho, tras apear al Barça de las semifinales de la Copa del Rey y dar los azulgranas síntomas de agotamiento físico y mental. Cuando todas las quinielas apuntaban a que el cambio de ciclo se estaba consumando, el Madrid se descabalgó de la Champions y cerró la temporada perdiendo la Copa ante su molesto vecino.
Lo cierto es que el legado Mourinho es casi inexistente. Más pronto que tarde los aficionados madridistas borrarán de sus retinas la imagen presuntuosa y arrogante que con tanto éxito cultiva el de Setúbal. La corriente que tantas páginas de prensa ha llenado, el mourinhismo, clausurará sus puertas para siempre. Ni cantera ni un estilo de juego definido en tres años. Nada de nada deja el portugués. Ni siquiera títulos, que para eso se le contrató.
Al final, ha estado más cerca de acabar con el Madrid que con el propio Barça. La némesis culé no fue Mourinho, sino el Bayern y su propia autogestión. Eso sí su verdadera herencia, más virtual que real, puede sintetizarse en la panoplia de gestos y la colección de titulares periodísticos que ha dejado.
Dos grandes títulos de nueve posibles es un bagaje muy pobre para un entrenador tan mediático. Él mismo aseguró en la rueda de prensa posterior al encuentro que esta había sido la peor temporada de su carrera. Una conferencia de prensa marcada por el yo ensimismado y no por el nosotros, como viene siendo la tónica habitual. Gane o pierda, el protagonista durante estos tres años al frente del club blanco siempre ha sido Mourinho, el hombre orquesta. Pensar que su figura era más importante que el club y la institución a la que representaba -con 111 años de historia- es algo que no le perdonan ni la prensa ni la afición.
El viernes afeó al rey y a la hinchada del Real Madrid con su desplante al no acudir a recoger la medalla de subcampeón, aunque luego defienda su nobleza por no esconderse nunca en las derrotas. Un personaje lleno de contradicciones que, al igual que el fútbol, es cíclico. Las victorias y los títulos jamás serán vitalicios.
Ahora toca firmar un tratado de paz entre los jugadores y la masa social del club y dar por cerrado el truculento capítulo de Mourinho para siempre. Tanta paz lleves (a Londres, al Chelsea) como descanso dejas, Mou.