El BMW que conducirá Guardiola en Múnich
Por evitar a Mourinho en España, porque la tradición del Bayern era el señuelo perfecto o porque la Bundesliga es una liga emergente, sean cual sean las razones Guardiola desechó cualquier oferta y antepuso la del gigante alemán. Ése que busca alcanzar por tercera vez en cuatro años la final de la Champions.
La inyección de moral que supuso su contratación fue un golpe de efecto para sus rivales; la oda al fútbol ofensivo usando sus piezas como peones de una máquina trituradora, la ecuación final para desgranar el juego del Barça. Alemania y el Bayern han recuperado el prestigio arrebatado por el Barça y la Selección española los últimos años, aunque la esencia ha cambiado. Ya no avasallan al rival por el físico, sino mediante la disposición táctica y la técnica. Recobra todo su sentido la máxima "el fútbol es un deporte de once contra once en el que siempre gana Alemania".
Durante las últimas semanas los malos presagios se arremolinaban en torno al Camp Nou. Las sensaciones en los encuentros precedentes más cercanos, los partidos de colmillo retorcido (Milán y PSG), no fueron halagüeñas. La defensa ensimismada de la posesión como santo grial por parte de Alves, Xavi o Piqué y el crédito ilimitado que según éstos había que conceder a ciertos jugadores y por extensión a todo el equipo, convirtió aparentemente la víspera del partido de Múnich en calma ficticia.
La realidad fue bien distinta. El vertiginoso vendaval del vigoroso Bayern fue estruendoso y distó mucho de la parsimonia azulgrana, un equipo temeroso por los aires y pusilánime con el balón. Un títere, en definitiva, en manos de un equipo entregado a la causa. La industria pesada alemana no pasó por alto la oportunidad de postularse como heredero al trono del Barça en Europa y en el mundo. Apretó las tuercas a la indefensa y experimental defensa culé hasta que la descuajeringó. Las estampidas se sucedían y entre Robben, Ribery, Müller y el titán de Javi Martínez bastaron para asfixiar al Barça. Fueron cuatro, si bien pudieron ser más. El Barça se descompuso por primera vez en cinco años. Ni siquiera Mourinho había provocado ese sofoco en los azulgranas.
Guardiola, ante un reto mayúsculo
Por evitar a Mourinho en España, porque la tradición del Bayern era el señuelo perfecto o porque la Bundesliga es una liga emergente, sean cual sean las razones Guardiola desechó cualquier oferta y antepuso la del gigante alemán. Ése que busca alcanzar por tercera vez en cuatro años la final de la Champions. Un hito de gran calado, sin precedentes en la historia reciente de la competición, solo al alcance del Milán de Sacchi o la Juventus de Lippi. Este Bayern amenaza con romper todos los registros.
Este flamante BMW, de última generación, es el que se va a encontrar el exentrenador culé a partir del mes de junio, mejorado con algunas piezas (Götze y, quizás, Lewandowski) que le llevarán a la consideración de equipo intratable. Reforzarse y debilitar a sus rivales domésticos ha sido la tónica habitual del Bayern en los últimos años.
Con el motor engrasado, a Guardiola solo le faltará poner el punto y seguido, no desviarse de la senda del éxito y proporcionarle algo de temple al brioso juego alemán. Si con su excelente cinésica, de otra parte, puede hacer entender a Robben que hace más daño cuando elige zonas calientes donde desbordar y no cuando se pierde en otros menesteres, y consigue hacer de él un Messi a la holandesa, un tipo que rentabilice al máximo sus recursos, su labor será, nuevamente, ensalzada por la crítica mundial.
La hoja de ruta está marcada pero la exigencia será máxima para el técnico catalán.