Carta a la esperanza
Es duro, triste y preocupante; dan ganas de tirar la toalla. La realidad está muy mal, y todos la sufrimos, pero sólo quiero recordarte que tenemos el elemento más importante y esperanzador para mejorarla: nos tenemos a nosotros, las personas.
Me he levantado preocupado, e incluso una persona positiva como yo debe ser absolutamente realista por un día: tenemos casi cinco millones de parados, hay horribles asesinos saliendo de la cárcel, más de mil empresas cierran cada día en nuestro país, el sistema recorta las becas para el talento y todas las semanas nos informan acerca de quién nos robó el año pasado: que si un político, que si una empresa, que si una Diputación, que si alguien de la familia real, que si un sindicato... ¿Sabes de lo que hablo verdad?
Es duro, triste y preocupante; dan ganas de tirar la toalla. Y es en este borde del abismo, donde quisiera compartir con vosotros lo que me hace pararme y volver atrás. Cuando observo a todas y cada una de las personas que cada día me animan a pensar que el tiempo pondrá a los que mantenemos la esperanza en nuestro lugar.
Cada día veo a algo mucho más grande que los empresarios: los microempresarios, levantándose a las seis de la mañana para trabajar hasta las diez de la noche por tratar de cobrar las deudas de la Administración (Jorge, Carlos, Esperanza... seguid así). Mi círculo más cercano me permite observar todos los días a trabajadores tan comprometidos con sus organizaciones que no entienden de derechos, sino de valores (Mirian, Juan, Elva, José Ramón... sois un ejemplo). Este sábado un funcionario me ha contestado a las doce de la mañana una cuestión porque quiere hacer su trabajo lo mejor posible (ojalá fuera obligatorio trabajar contigo Antonio). Un abogado me ha contado cómo ayuda de oficio a personas sin recursos para hacer de esta una sociedad mejor (eres grande Arnau). No hace mucho en mi ciudad he visto a más de cincuenta niños recolectando comida para dar a los más necesitados (qué buena iniciativa la del colegio Patricia). Pocos meses atrás pude ver cómo ante una tragedia en Galicia, se colapsaban los hospitales para donar sangre, las calles para ayudar, y la policía para organizar voluntarios (gallegos, somos únicos). Veo cómo mi hermana envuelve los juguetes que no usa mi sobrino en papel de regalo para dar a otros niños de la ciudad (genial Paula). Acabo de compartir un fin de semana con más de doscientos voluntarios que dedican su tiempo libre a ayudar a los demás (Guillermo, Cris, Pedro... sois increíbles). Sé de primera mano que profesores gallegos vamos a juntarnos para compartir nuestro tiempo y humilde conocimiento con personas que no pueden acceder a formación (Leandro, Felipe, Gonzalo, estamos liderando algo grande). Me cruzo con personas que estando sin trabajo, sin salud o sin esperanza, me sonríen para hacerme la vida mejor (gracias señora Carmen). Conozco a sindicalistas y políticos comprometidos con nuestra sociedad (Laura, Teresa, conseguiréis grandes cosas, ya veréis). Comparto experiencias con personas que casi agotan sus ahorros por crear iniciativas sociales (César, Marcos, nunca os canséis por favor)... y así hasta completar un increíble listado sin fin, que me lleva a una simple conclusión: tú también conoces a muchos más Diegos, Paulas o Javieres solidarios; que políticos, empresarios o sindicalistas corruptos.
La realidad está muy mal, y todos la sufrimos, pero sólo quiero recordarte que tenemos el elemento más importante y esperanzador para mejorarla: nos tenemos a nosotros, las personas.
Este articulo se publicó originalmente en el blog del autor.