Vuelve la clase obrera
Conflictos de Panrico en Cataluña o las basuras y de la lavandería hospitalaria en Madrid. Nos cuesta incluso imaginárnoslos con monos. Hasta ayer, casi ni les habíamos oído. Como si no tuvieran voz, como obreros sin clase, como obreros no reconocidos ni por su clase, ni como obreros.
Conflictos de Panrico en Cataluña o las basuras y de la lavandería hospitalaria en Madrid. Sectores de trabajadores que apenas entran en nuestra representación de la clase obrera, que casi siempre invoca imágenes de los sectores del metal o de la química. Nos cuesta incluso imaginárnoslos con monos, con el cuello azul que en un momento los ubicaba en la literatura sociológica especializada, frente al cuello blanco de los nuevos trabajadores, de los empleados y funcionarios de oficina.
Conflictos que están surgiendo entre los sectores de asalariados con peores condiciones laborales y salariales. Hasta ayer, casi ni les habíamos oído. Eran una especie de trabajadores escondidos y nos parecía que la basura se recoge sola y las sábanas de los hospitales se limpian autónomamente, pues van sucias y vuelven limpias, sin apenas poder verse más esfuerzo que el de los transportistas. Como si no tuvieran voz, como obreros sin clase, como obreros no reconocidos ni por su clase, ni como obreros. Y cuando muchos creían que eso de la clase obrera era una antigualla a eliminar en un mundo en el que todos son emprendedores, repiten sin cesar que son obreros cuando hablan en televisión, la radio o tuitean. El tono con el que pronuncian la palabra trabajador es también sintomático del proceso que viven. Parece que se agarran a ella como a un tablón de madera que les sirviera de salvavidas. Un tono que tiene que ver con sus conflictos, que no son para exigir prácticamente nada, sino para defenderse de agresiones. Conflictos a la defensiva, en los que decir trabajador es el deseo de querer seguir siéndolo, en lugar de parado o de trabajador pobre, esa nueva categoría social que está trayendo la crisis y sus reformas laborales.
En muy poco tiempo, tres alumnos de cursos de postgrado del área de ciencias sociales, de diferentes puntos de España, me hacen saber de su interés por conocer la clase obrera de sus territorios. Uno se encuentra investigando la relación entre distintas generaciones de obreros y el significado de este concepto -y esta conciencia- en un barrio de larga tradición trabajadora-industrial, a pesar de que durante los últimos años se han ido desmantelando las fábricas y los talleres allí donde vive, quedándose en barrio dormitorio desde el que salen al tajo, quienes tienen empleo, todos los días, según el turno. Otro se sumerge en el sentido que tiene la solidaridad en la actualidad entre familias de jóvenes trabajadores y cómo se hace desde la conciencia de pertenencia a un mismo grupo social, a una misma posición en la estructura social, a una misma clase social. El tercero, en un curso destinado a estar al tanto de las nuevas tendencias culturales, afirma que se está creando un nuevo estilo de vida entre los jóvenes sobre la conciencia de ser clase obrera, reivindicando valores propios de ella.
Tal vez sea casualidad, pero es sorprendente la convergencia de intereses juveniles por un actor social que se daba por muerto. Pero en sociología sabemos que las casualidades no existen cuando se trata de comportamientos. Al menos, hay que tomarlo como síntoma de que algo está pasando. Hasta hace poco, estos jóvenes pasaban por la universidad para situarse lo más lejos posible de su origen social. Ni querer hablar de ello, pues el futuro estaba en hacer dinero, la moda, las nuevas tecnologías, etc. Ni huella del cuello azul.
Los jóvenes estudiantes que siguen reclamando en las calles lo que les está quitando Wert, la posibilidad de estudiar, lo hacen asumiendo su identidad de hijos de trabajadores: "Se quiere impedir que los hijos de los trabajadores lleguen a la Universidad..." Y tienen razón al enfrentarse con este argumento a un ministro de Educación cuyo máximo empeño es que cada vez estudie menos gente. En lugar de motivar al estudio, desmotiva. Se guarda los incentivos para los colegios confesionales y los empresarios del sector. Allí pueden estudiar todos aquellos que puedan pagar. Aunque suspendan, ya vendrá papá emprendedor-empresario para arreglar la situación. En el sistema educativo se está acentuando la lucha de clases, después de más de treinta años de relativa paz.
Una parte importante de la industria musical nunca ha dejado de reclamar sus orígenes trabajadores. Rock, metal, punk, ska son algunas de las etiquetas más genuinamente identificadas con la clase obrera, que siguen convocando a muchos jóvenes en actos reivindicativos: contra el fracking, contra la desindustrialización de zonas... La industria cultural siempre ha sabido que no había desaparecido la conciencia de clase, que siempre había rescoldos a los que seguir satisfaciendo.
Working Class: marca de ropa de moda, como el nombres de varios bares en Estados Unidos y Gran Bretaña, tal vez banales intentos de hacer beneficios económicos con guiños a una pulsión regresiva. Como si la imagen obrerista estuviera de moda, con la contradicción que esto pueda llegar a significar. Como intentar recuperar algo que ya se hubiera desactivado. Tal vez la clase obrera no ha dejado nunca de estar ahí, aunque ya no formara parte de la cadena de montaje fabril o los altos hornos. Estaba en el comercio que abre todos los días, en los becarios, en la hostelería, en obreros que no veíamos, pues no hay más ciego que el que no quiere ver.