Fútbol de barrio
En el escenario del Mundial parece que son las sociedades las que directamente se comparan y enfrentan por los resultados que obtienen en el césped. Tras nuestro debacle del pasado viernes 13, parece confirmarse la percepción de que vivíamos en una burbuja, por encima de nuestros recursos.
En el escenario del Mundial de Fútbol de Brasil, parece que son las sociedades las que directamente se comparan y enfrentan por los resultados que obtienen en el césped. Tras nuestro debacle del pasado viernes 13, parece confirmarse la percepción internacionalmente compartida de que vivíamos en una burbuja, por encima de nuestros recursos. Bueno, al menos lo hemos disfrutado. Y, sobre todo, queda tiempo para demostrar que eso no es cierto y que una cosa es un bache, con sus consecuencias, y otra ponernos a la cola del mundo, por muy mundial que sea este campeonato balompédico.
Por mucho que quieran señalarlo como un escaparate, no es un termómetro de la situación de los distintos países. Sólo hace falta comprobar el pequeño papel que tienden a jugar en este deporte países como Estados Unidos, China o Australia, por nombrar uno con el que nos toca disputar el campeonato. Allí no están las respectivas sociedades sino la fuerza de sus federaciones deportivas y el arraigo y tradición de la práctica del fútbol al más alto nivel.
La práctica del fútbol muestra la sociedad en otros niveles. Especialmente en las pequeñas localidades y los barrios. Se convierte ahí más en un indicador de tejido social, que de estilo de vida sano y deportivo. Muchachos y padres que se juntan para participar en el campeonato local, que se dividen los papeles, dando así muestra de su implicación y madurez democrática, calibrando cada decisión para que nadie se sienta excluido. Se contacta y contrata el entrenador. Se nombra presidente. Se divide el trabajo de los entrenamientos, el papeleo, el ir de aquí para allá con los chavales, de guardar la buena camaradería. Tal vez aquí no seamos mucho de asociaciones civiles, ni siquiera de comunidad de propietarios. Pero no he visto la pereza a la hora de organizarse como equipo de fútbol. En cuanto aparezca, será un indicador más de individualismo y ausencia de integración social, especialmente en los barrios más populares. Los ricos, al fin y al cabo, pueden tener sus clubs privados, en busca del negocio del ocio.
Se ve también la sociedad en el comportamiento en los campos. En la solicitud de respeto para los chavales. Comúnmente protegidos, frente a la desprotección del árbitro, que se convierte así en el termómetro de la socialización de esa sociedad concreta en el fair play y aceptación de la competitividad y las reglas establecidas para ella. En cómo trata cada hinchada al árbitro, especialmente si éste se equivoca como cualquier hijo de vecino, se refleja el grado de tolerancia de una sociedad. Los insultos suelen echar tierra.
Claro que muchos quieren llegar a ser grandes figuras. A jugar en grandes equipos. Aunque me temo que son más los padres los que desean eso. Por ello suelen ser la fuente de los conflictos. Es más, si hay algún conflicto fruto del juego en el campo, son los padres los que tienen la responsabilidad de extender el fuego o apagarlo. Como en la propia sociedad, los políticos o los distintos cargos, tienen la responsabilidad de sofocar los conflictos; aunque nos sobren ejemplos cercanos que van en el sentido opuesto.
Cada entrenamiento y, sobre todo, cada partido se convierten así en un laboratorio de la sociedad. Pueden observarse cómo se configuran las relaciones entre los distintos actores; pero, sobre todo, cabe registrar el estado emocional de una comunidad. Es decir, el estado de sus emociones y las tácticas incorporadas para gestionarlas. Éstas son las tácticas relevantes. Más que aquellas destinadas a ganar un partido o ganar un campeonato. La balanza de lo que se cuece durante dos horas a la semana alrededor de esta hectárea puede estar entre la barbarie y la convivencia en tolerancia. La inclinación hacia uno u otro polo debiera ser motivo de atención, de registro. Propongo desde aquí que los árbitros reflejen en las actas, escritas al final del partido, estos aspectos, y que, al final de cada temporada, se analice el material recopilado durante toda la temporada y se haga un informe sobre la situación civilizatoria en los campos de fútbol de nuestros barrios y nuestros pueblos. Al fin y al cabo, los árbitros son la figura más sensible. Incluso, podrían establecerse campeones en comportamiento en las gradas. Claro que, algunos dirán ¿y por qué no se empieza con el registro y análisis de lo que ocurre en las gradas de los equipos de la Primera División? Y, en cierta forma, tendrían razón. Pero el cuerpo a cuerpo que se vive en el fútbol base, deja más en evidencia nuestra capacidad de razonar y reflexionar socialmente, sin la duda de que son las vallas o los cuerpos de seguridad los que ponen el freno.