Formación líquida
Aquí el empresario siempre ha sido del capitalismo líquido, por lo que ni siquiera ha apostado por una educación-formación líquida, como señala el sociólogo Premio Príncipe de Asturias Zygmunt Bauman que ocurre en el mundo desarrollado de nuestros días, sino por una mano de obra líquida y liquidable, fácilmente prescindible.
¡Fuga de cerebros!, claman los medios de comunicación, señalando así cómo se nos escapa lo bueno. Tal vez haya un poco de dramatización en el asunto. Es cierto que, como ya empiezan a apuntar las estadísticas, jóvenes españoles con bastante formación emigran en busca de un empleo. Jóvenes formados aquí, en su mayor parte con recursos colectivos propios, en los que la sociedad -por supuesto, empezando por ellos mismos- ha invertido. Tal vez lo más grave no es que se vayan los más listos, como si los que quedasen aquí fueran los más tontos, sino que lo que se escapa por esas fronteras es una inversión que aquí no adquiere valor y de la que se aprovecharán otros países, que así seguirán siendo más competitivos que el nuestro. Y no es tanto que se vayan los mejores, sino que nuestro sistema productivo ha venido apostando secularmente por los peores, por los que pagaba muy poco, de quienes podía prescindir en cualquier momento y no corría el peligro de que se fueran a la competencia, con todo lo que sabían.
Sin embargo, se mantiene la idea de que sólo se podrá obtener un empleo con buena formación, siendo la única llave para entrar en el mercado laboral. Hay buenas razones para creer en esto, pues la formación, tal curso especializado en tal campo, puede llegar a significar el elemento diferencial de una competencia feroz. También es cierto que siempre será más fácil colocarse con formación, que sin ella. Los universitarios encuentran empleo antes que otros con niveles educativos inferiores; aunque sea en actividades que nada tienen que ver con la formación recibida. Por lo tanto, no es tanto formarse para algo, como formarse para diferenciarse, como las marcas en las estanterías del supermercado. Lo importante es el significante -el título- y no el contenido del mismo.
Quien haya tenido la experiencia de apuntarse a una de esas páginas web de búsqueda de empleo, apenas recibirá noticias de un trabajo convincente, pero toneladas digitales -¡menos mal!- de mensajes publicitarios sobre los más diversos cursos destinados a volver rápidamente a la actividad productiva, como una especie de imprescindible engrase para el mercado laboral. De estar a la última en tal o cual tema; pero, a la vez, la sensación de que nunca se llega a estar del todo formado. Parece darse por supuesto que los empleadores apuestan por trabajadores de calidad y, por lo tanto, bien formados, en lugar de ser el aspecto en el que más se recorta, bajando y bajando los salarios.
La formación profesional con directa salida en la producción es propia de un mundo industrial estable, con una organización bastante rígida, como la propia producción. Era, puesto que ya parece del pasado, una formación profesional muy vinculada a la máquina, pues el trabajador se concebía más como una prolongación de la cadena de montaje. Era una estrategia de protección, tanto de los trabajadores, como de la industria. Por ello, en los países que han hecho de la industria la columna vertebral de su desarrollo, como Alemania, sindicatos y empresas mimaron la formación profesional, haciendo un gran esfuerzo en las negociaciones colectivas para desarrollar planes para la misma, con compromisos por ambas partes. No obstante, también hay que señalar que, en los últimos años, las asociaciones empresariales han puesto menos interés en este aspecto, debido tanto a la revolución digital que está modificando radicalmente los procesos productivos, como a que, en un mercado global de trabajadores, con una oferta de mano de obra que tiende a establecerse en un mercado mundial, se inclinan porque la formación ya sea aportada por los propios empleados.
Una preocupación por mimar la formación para el trabajo que, hay que reconocerlo, aquí apenas ha existido. Es más, las inmensas cantidades de dinero público que se pusieron sobre la mesa para la formación desembocaron en manos de sindicatos, asociaciones empresariales o instituciones políticas para administrarlos y ponerlos en marcha. Lo que la mayor parte de indicios señalan es que principalmente sirvieron para financiar estas organizaciones. Lo curioso es que mientras algunos sindicalistas de hace tiempo todavía transitan en este tipo de organizaciones del campo laboral-empresarial, del juez que puso en las salas de tribunales el entramado de la formación-financiación, Moreiras, no hemos vuelto a saber nada. Recuerdo que, en aquellos días en que se investigaba el turbio asunto de cursos que se decían que se daban a parados -y que realmente no se llevaban a cabo, pero se cobraban- un sindicalista de los de antes, de los de asamblea en el tajo y mirada frontal a sus compañeros, dijo que con la formación que habían recibido los parados en España tenían que ser todos catedráticos.
El tejido empresarial español no ha creído en la formación. Eso sería pensar a largo plazo. Tal vez tenga que ver con su propio tejido productivo, más pendiente de los ciclos, del corto plazo, de un sector servicios que se formaba in situ, de la obtención del máximo rendimiento en el mínimo tiempo y, después, liquidar. Aquí el empresario siempre ha sido del capitalismo líquido, por lo que ni siquiera ha apostado por una educación-formación líquida, como señala el sociólogo Premio Príncipe de Asturias Zygmunt Bauman que ocurre en el mundo desarrollado de nuestros días, sino por una mano de obra líquida y liquidable, fácilmente prescindible. Por ello, nuestros jóvenes -y no tan jóvenes- prefieren esconder sus títulos cuando dejan su trayectoria en los departamentos de recursos humanos. Conscientes de su escasa validez aquí, temen que sea utilizado en su contra en los procesos de selección. Al menos, les pesará poco en la maleta que lleven cuando se sientan definitivamente expulsados del mercado laboral español. ¿Por qué fuera, en países con mayor potencial económico que el nuestro, se reconoce por los empresarios los títulos expedidos por centros formativos españoles? ¿Es un problema de la formación española? Aun cuando haya muchas cosas que mejorar en ésta, no parece. ¿Es un problema del tejido empresarial español y la ausencia absoluta de una política industrial? Tal vez haya que mirar por aquí. El sistema educativo en su conjunto, lo que incluye la formación profesional, sólo adquiere sentido articulado en un sistema productivo. Y con el término sistema quiero decir algo estable, que tiene su propia lógica, que plantea estrategias. En el capitalismo líquido, sólo parece caber una formación liquidada. En liquidación.