Ángel de Lucas: maestro de la escucha
Para la mayor parte de los sociólogos e investigadores sociales fue un maestro, en el pleno sentido de la palabra, más allá de transmitir un conocimiento, una forma de hacer, dejaba una profunda huella ética.
El 27 de junio falleció Ángel de Lucas, como si hubiera esperado a terminar un curso más, el de 2012. Para la mayor parte de los sociólogos e investigadores sociales hoy en activo, fue un maestro, en el pleno sentido de la palabra, pues, más allá de transmitir un conocimiento, una forma de hacer, lo que dejaba en quien le escuchaba es una profunda huella ética, poniéndose en juego -en la propia docencia- el cómo había que trabajar, tras la reflexión del para qué de cada estudio, de cada análisis.
Miembro de la denominada generación del 56, como ha terminado de certificarlo el libro de López Pina, incorporó la necesidad de una sociedad democrática y salir de la dictadura. Bien es cierto que tan heterogénea cohorte generacional entendía por democracia muy distintas cosas. En el caso de Ángel de Lucas, las expectativas de sociedad democrática tenían un sabor profundo y los colores de la República.
Compromiso con la sociedad que le tocó vivir, que le llevaron al ejercicio docente y profesional de la sociología. Mejor dicho, de una forma de sociología que partía del principio de que para entender la sociedad hay que observar sus posibilidades de transformación, frente a una sociología de la gestión. También una sociología que optaba por escuchar a la sociedad, en lugar de buscar como imponerse a ella y amoldarla. Una práctica de la escucha que, desde mi punto de vista, se convirtió en su seña de identidad.
Cuando, en la naciente sociedad de consumo española, apenas nadie hablaba de investigación de mercados, Ángel de Lucas, junto a sociólogos como Jesús Ibáñez o Alfonso Ortí, se dedicaron a ella. Algo que siempre relató con ironía, pues tal actividad se convirtió en su modus vivendi por los obstáculos políticos que encontraron para desarrollar la docencia en la Universidad. Sufrió en carne propia las durezas de la represión franquista, con encarcelamientos donde compartió espacio con buena parte de lo que después conformó la clase política e intelectual de la transición democrática española. Muchos de ellos, mudaron su percepción del mundo según se fueron asentando en cargos. Hasta de ideología política, atribuyéndolo al cambio de contexto político o, simplemente, la edad. Desde este punto de vista, Ángel de Lucas ha muerto joven.
Quienes fuimos sus discípulos -durante la carrera, en los primeros pasos profesionales, en los distintos cursos de postgrado- recordaremos su fuerte compromiso con el psicoanálisis, algo que compartía con algunos de los colegas españoles de su generación, pero que era raro en el panorama sociológico, tanto de ese momento de los inicios de la profesión en España, como, aún más, en momentos posteriores. Minuciosamente, recorría en público los textos de Freud, como hace alguien empeñado en mostrar lo que ha visto y, a la vez, es consciente de los obstáculos que tienen para tal visión los que oyen. Y es que, ahí mismo, estaba buena parte de su enseñanza. El compromiso era con la escucha, con el significado que tiene esa práctica que es escuchar, fundamental para la práctica de la sociología. Aún más importante para la práctica de la vida.
En sus clases, programadas al final del turno de noche y cuando se suponía que todos llegábamos agotados, siendo seguidas por un nutrido número de alumnos, ya que abundaban los que volvían a pesar de haber superado oficialmente la asignatura, aprendimos a escuchar. En primer lugar, su discurso pausado, pidiendo implícitamente que se mascase cada una de sus frases. Después, con el entrenamiento, los discursos de la sociedad, en las prácticas que colectivamente realizábamos. Quienes, después, tuvimos la fortuna de asomarnos a su quehacer como investigador social, vimos cómo investigar era, sobre todo, asumir una ética de la escucha. Eso que estaba en el psicoanálisis, de manera que el análisis era rumiar y rumiar lo que decía la gente en las prácticas de observación que se ponían en marcha. Investigar era escuchar los textos de la sociedad. Algo muy lejano de esas máquinas o softwares decodificadores que demandan y buscan los nuevos investigadores. Para éstos, un estudio se soluciona introduciendo lo que ha dicho la gente en, por ejemplo, entrevistas en un algoritmo capaz de escupir un informe. ¡Y ya está! Tan felices. Para Ángel de Lucas jamás algo dicho se acaba de escuchar, como tampoco se acaba de interpretar un texto leído. El hombre jamás acaba nada, ni siquiera el propio hombre acaba. Pero, también, por respeto a los que habían hablado, los que habían donado su palabra a la investigación.
Él, que era un lector de arenas, pues de todo nos queda huella, y, sobre todo, del Viernes o los limbos del Pacífico, de Tournier, estará ahora en ese lugar fronterizo que es el limbo, proyección del espacio intersticial que ocupó durante su vida. Desde aquí, le seguiremos escuchando. De que él nos escucha y analiza, estoy seguro.