Era de la Red, hombre virtual y cibergeopolítica I
La Red crea lazos artificiales de características hasta ahora desconocidas; crea nuevas formas virtuales de reafirmar un sentimiento, una creencia o un pensamiento. El hombre posmoderno necesita de la tecnología para realizarse. La fuerza deshumanizante de la tecnología es tal que ya existen nuevas identidades digitales en el ciberespacio
Foto: REUTERS
La llegada de la «Red global» dio comienzo a una época sin precedentes. El siglo XXI se inició extraoficialmente en 1993, con la entrada en dominio público de la Web, o lo que es lo mismo, la difusión a gran escala de Internet. Comenzaba entonces una nueva etapa en la historia de la humanidad: la Era de la Red.
Un mundo nuevo se ha levantado, un mundo cibernético poblado por ciberciudadanos. «Ni los gobiernos ni los políticos -recalca el pensador francés Alain de Benoist-han entendido la medida exacta y las consecuencias de este fenómeno». La Revolución digital ha ido gestando un cambio social que se evidencia en nuestros días. Las relaciones humanas han abandonado en gran medida sus esencias de interacción física y directa para sustituirlas por las relaciones virtuales. No se trata tanto de las redes de información computerizada como de procesos sociales más amplios: la comunicación telemática entre usuarios se convierte en el motor de las relaciones sociales. «Mañana, calles y plazas -profetiza Finkielkraut- serán invadidos por mutantes ocupados hablando con ellos mismos».
La globalización alcanza los lugares más recónditos del planeta. Es un cambio de paradigma en toda regla; un cambio en la forma de entender y vivir la realidad que nos rodea. «No hay más pertenencias, no más adhesiones: estar en línea es el imperativo categórico».
Los partidos políticos y los sindicatos deben explotar las redes sociales de masas para llenar sus convocatorias y hacerse oír. En la Era de la Red ya no son necesarias las naciones ni las poblaciones, sino múltiples, prolijos y artificiales grupos de pertenencia: tribus, clanes, foros y portales. La Red crea lazos artificiales de características hasta ahora desconocidas; crea nuevas formas virtuales de reafirmar un sentimiento, una creencia o un pensamiento. El hombre posmoderno necesita de la tecnología para realizarse. La fuerza deshumanizante de la tecnología es tal que ya existen nuevas identidades digitales en el ciberespacio.
Pero nosotros tan sólo asistimos a la primera etapa de esta Nueva Era, tan sólo presenciamos la fase inicial de este penoso cambio que la sociología se encargará de estudiar en profundidad dentro de unos lustros. Somos espectadores y, a su vez, actores de este cambio.
Pocos han advertido correctamente las futuras implicaciones del desarrollo tecnológico. «Los gobiernos van a echar de menos las épocas en las que sólo debían preocuparse por el mundo físico», dice un libro escrito por dos empleados de Google. «En el futuro deberán hacer evaluaciones separadas para el mundo real y para el virtual».
La disociación entre el mundo físico y el mundo virtual y su coexistencia bélica es precisamente la introducción adecuada a la novedad que queremos presentar. El mundo virtual existe pese a no ser tangible, y rodea y envuelve completamente al primero. Es una realidad paralela y abstracta en otro nivel donde operan nuevas reglas, zonas, límites y posibilidades. Es un reflejo distorsionado de la realidad que solamente se comprende a través de la tecnología que el propio hombre ha creado y que cada vez influye más en la gente. Internet es una herramienta de comunicación, pero su forma de comunicación suprime también las dimensiones de espacio y tiempo, que son (eran) el contexto en el que, hasta ayer mismo, se expresaba la libertad humana.
El gigantesco desarrollo tecnológico de las últimas tres décadas y los últimos avances hechos en el mundo virtual han dado lugar a una nueva forma de hacer política: la cibergeopolítica. Esta nueva disciplina, terminológicamente acuñada y predefinida por el prestigioso intelectual cuartoposicionista ruso Leonid Savin es terra ignota. Poco hay escrito sobre ella, y está aún por explorar. La casa editorial Hipérbola Janus la introduce en el mundo hispanohablante con Cibergeopolítica, organizaciones y alma rusa, la primera obra de Savin traducida al castellano.
El advenimiento de Internet originó un nuevo ámbito de combate. El mundo virtual es otro espacio más para la disputa de intereses. Y para la posesión de este espacio, se ha desplegado una lucha muy activa. Este año es un punto de inflexión «[...] para el surgimiento de una nueva tendencia que yo llamo cibergeopolítica. El impacto de las redes sociales -escribe Savin- es cada vez más palpable. La divulgación de Edward Snowden destacó la importancia y la instrumentalidad del ciberespacio para la seguridad nacional y los procesos de la política internacional».
El ciberespacio es una construcción artificial, y por ello sus componentes están sujetos a toda clase de cambios. La geopolítica, que ha cobrado ahora también el área de la cibernética, tiene una serie de «[...] definiciones y aparatos científicos muy desarrollados»; y en ella se distinguen cuatro dominios, que serían los radios de acción de cada estado en donde se producen interacciones de conflictos, comercio, trueque, etc. entre países: tierra, mar, aire y cosmos. Estos existían independientemente del grupo de personas que los usaran -el aire, por ejemplo, ya existía antes de que el hombre hubiera inventado el aeroplano-. En el mundo físico, los dominios preexisten; en el ciberespacio, no. Nunca han existido, ni existirán.
El mundo virtual elimina el concepto de distancia: ya no existe porque no hace falta. Gracias a las comunicaciones en tiempo real, un hombre puede establecer un diálogo desde Santander con otro hombre en Atenas, haciendo preguntas y recibiendo respuestas en el acto. Las distancias no existen. Todo se conoce de inmediato. No hay barreras, no hay distancias. Esto significa que la geopolítica no necesita de geografía física alguna, ni tampoco entiende ya de ella. Un geógrafo puede determinar dónde acaba el mar, dónde empieza la tierra, dónde está el aire y a partir de qué altitud comienza el espacio; pero nadie puede determinar dónde empieza el ciberespacio, pues es una construcción intangible. Podemos, entonces, superponer la geopolítica a la realidad inmediata y elevarla artificialmente a unas instancias supraterrenales indefinidas. Internet es una forma de desterritorialización: de ahí su importancia en el proceso de globalización.
Puedes leer aquí la segunda y la tercera parte de este artículo