El derecho a decidir desde la distancia
Con una mala fe que me parece evidente, Mas pretende que es posible conseguir una doble pirueta: independizarse de España (unilateralmente) e integrarse en la UE (unilateralmente) como miembro de pleno derecho. Seriamente, ¿alguien se lo cree?
Hace poco uno de los lectores habituales de este blog (es decir, un pariente) me pidió que escribiera algo sobre lo que está pasando en Cataluña, aduciendo que puesto que yo he viajado sería interesante saber lo que pienso sobre el asunto. El lector en cuestión, que por cierto vive hoy expatriado en Chile, es contrario a la independencia y creo que anticipa que porque yo he viajado lo soy también.
No se equivoca, aunque el hecho de haber viajado no presupone gran cosa -por no decir que nada- sobre la posición que pueda uno tener en este asunto. Por poner un ejemplo conocido, el escritor y periodista de La VanguardiaQuim Monzó, hijo como yo de una andaluza y que vivió en Nueva York en sus años mozos es un independentista sin matices, y hay otros tantos como él.
Hace casi un año y medio escribí ya algo sobre este tema y mi posición no ha cambiado sustancialmente. Además otros blogueros escriben muy bien y casi en exclusiva sobre el asunto, por lo que no hay mucho que pueda añadir yo. Acabo de pasar sin embargo un corto período de tiempo en Amberes, principal ciudad de Flandes, donde la cuestión de la independencia domina el debate político de forma similar a como ocurre en Cataluña, por lo que quizás pueda plantear algunos paralelismos no carentes de interés.
Aunque los porcentajes varían sustancialmente en función de cómo se realice la pregunta, parece que la mayoría de catalanes apoyarían la celebración de un referéndum de autodeterminación pero la cosa está bastante más reñida en lo que respecta a una pregunta que plantee directamente y sin ambigüedad la independencia de Cataluña. De hecho, si se celebrarse un referéndum con una pregunta clara probablemente éste se decidiera por el canto de un duro, como ocurrió en Quebec en 1995.
Los independentistas catalanes defienden que un referéndum de este tipo sería un ejercicio democrático innegable, y si uno escucha un debate en Catalunya Ràdio o medios por el estilo lo que se ha dado en llamar dret a decidir parece que sea una especie de ley natural e innegable, lo cual me resulta bastante irritante. El derecho a decidir es una metonimia del derecho de Cataluña a decidir ser independiente y que es usada interesadamente para intentar desacreditar no sólo a quiénes están en contra de la celebración de un referéndum, sino a quienes tenemos una opinión matizada con respecto al mismo como pueda ser mi caso: a todos se nos etiquetará como contrarios al derecho a decidir.
Sin embargo, yo estoy a favor del derecho a decidir (de las mujeres a interrumpir un embarazo durante las primeras 14 semanas) y no estoy a favor del derecho a decidir (de los ciudadanos de Solsona a reinstaurar la pena de muerte en su municipio). Que Cataluña deba pronunciarse mediante un referéndum sobre si debe ser independiente o no es una cuestión debatible y es perfectamente defendible, y los catalanistas que apoyan la moción lo hacen de forma pacífica por lo que recurrir a comparar a nacionalistas catalanes con los nazis como la caverna hace recurrentemente está fuera de lugar. La comparación con los nacionalistas eslovacos, quebequenses o flamencos es en cambio perfectamente pertinente.
Sobre la celebración de un referéndum el Gobierno apela a la Constitución, que en 1978 fue votada por los catalanes con tanto o más entusiasmo que por el resto del censo, si bien es cierto que en 2006 se votó en similar medida a favor de un Estatuto de autonomía que reclamaba mayores competencias y del que 14 artículos fueron declarados inconstitucionales. Mal que les pese por lo tanto a muchos catalanes, la Constitución en vigor dice que la soberanía reside en la Nación española.
El concepto de soberanía es posiblemente una ficción de un calibre semejante al dret a decidir, pero al contrario de éste tiene la virtud de ser reconocido internacionalmente. Estaría bien saber cómo regularía una hipotética Comisión Constitucional de Cataluña el derecho a decidir de una de sus partes (pongamos el Valle de Arán), pero no creo que fuera muy innovadora en ese sentido y probablemente dictaminara simplemente que la soberanía reside en la Nación catalana.
Siendo el marco legal actual el que es, el PP defiende que si se celebra un referéndum éste debe celebrarse en toda España. A los independentistas catalanes esto les parece un sinsentido, pero hoy por hoy es la única opción legal y esto es irrefutable. Además, no es en absoluto tal sinsentido; tomemos el ejemplo de Bélgica. Flandes, la región norte del país, puede esgrimir su derecho a la autodeterminación con tanta o mayor razón que los catalanes: tienen una lengua propia y una historia con agravios similares a los que los catalanes hemos sufrido -su lengua estuvo excluida de la educación secundaria y superior demasiado tiempo ya que durante la primera mitad de su existencia el francés fue la única lengua oficial en Bélgica, y los flamencos estaban sistemáticamente infrarrepresentados entre los altos funcionarios, etcétera-.
Existe una diferencia importante, sin embargo, entre Cataluña y Flandes: los flamencos son mayoritarios en Bélgica. Si transponemos la realidad belga a España sería algo bastante similar a que todas las comunidades del norte quisieran independizarse de Castilla-La Mancha, Extremadura, Murcia, Andalucía y Canarias, siendo Madrid una especie de ente intermedio. Si el norte decidiera independizarse por voluntad mayoritaria de sus ciudadanos, ¿sería ello un acto democrático o bien lo contrario? En mi opinión ello sería la imposición pura y dura de una mayoría sobre una minoría. La mayor parte de los flamencos, de forma pragmática, parecen entenderlo así también y descartan escenarios de ruptura unilateral.
Por cierto, aunque los independentistas están mucho más organizados y hacen oír mucho más su voz, tanto en Cuba como en Portugal existen movimientos reintegracionistas que proponen una reunificación con España, muy minoritarios pero que personalmente me despiertan simpatía.
En lo que se refiere a la celebración de un referéndum en Cataluña, como en otras tantas cosas, no coincido con el PP, y creo que sería bueno convocarlo. Y si Cuba o Portugal decidieran convocar un referéndum pro integración con España me parecería igualmente estupendo. Ahora bien, que dichos plebiscitos fueran vinculantes para España (o para el resto de España en el caso de un referéndum catalán) sin que la mayoría de españoles tuvieran nada que decir al respecto me parece tan poco razonable como que los flamencos decidieran independizarse unilateralmente.
Si en el último año y medio hay algo que ha quedado claro es que la UE no va a poner las cosas fáciles para la integración de una Cataluña independiente en su seno, lo que tiene todo el sentido del mundo puesto que el separatismo es contrario a los fines de la unión. Ante tal escenario, Mas podría admitir que la independencia bien vale una salida de la UE, pero no lo hace porque las encuestas indican que con una salida de la UE el no vencería, como parece que ocurrirá en Escocia.
Con una mala fe que me parece evidente, Mas pretende que es posible conseguir una doble pirueta: independizarse de España (unilateralmente) e integrarse en la UE (unilateralmente) como miembro de pleno derecho. Seriamente, ¿alguien se lo cree? En mi opinión, y con suerte, una Cataluña unilateralmente independiente sería reconocida por Kosovo, Abjasia y un puñado de países más si la Generalitat mejora sus dotes diplomáticas.
Y mucho tendrían que mejorar, porque la lucha por la libertad de los catalanes no se parece en nada al movimiento por los derechos civiles de los años 50 liderado por Martin Luther King, una comparación de Mas que delata su falta de miedo al ridículo. Se parece, en cambio, y mucho, al nacionalismo flamenco liderado por el alcalde de Amberes, que saltó a la palestra política en 2005 orquestando una especie de performance al frente de un convoy de 12 camionetas que según él representaban los vehículos que serían necesarios para transportar en billetes de 50 euros las transferencias que Flandes realiza a Valonia cada año. La solidaridad internacional a la que Mas puede aspirar, lamentablemente para él, es más bien poca.