Confío sinceramente en que Terry Pratchett resucite

Confío sinceramente en que Terry Pratchett resucite

Que resucite Terry Pratchett y vuelva convertido en zombi a incorporarse a la guardia urbana de Londres. O al menos, como guardia de movilidad en Madrid. Así podría comprobar que Aguirre da más miedo que un golem; quién sabe, quizá podría incorporarla como personaje de terror a su siguiente libro.

ALESSANDRO DELLA BELLA/EFE

Que resucite y vuelva convertido en zombi a incorporarse a la guardia urbana de Londres. O al menos, como guardia de movilidad en Madrid. Así podría comprobar que Aguirre da más miedo que un golem; quién sabe, quizá podría incorporarla como personaje de terror a su siguiente libro.

Descubrí a Terry Pratchett bastante tarde, allá por 2008/9 (no recuerdo bien), cuando me regalaron Voto a Bríos, una novela que recrea una guerra entre dos países, a costa de apenas un islote absolutamente improductivo que surge justo a mitad de distancia marina de ambos. (Quizá a los españoles nos suene esto a algo...)

En ese momento descubrí a Ankh-Morpork, a la Guardia de la Noche, a la mujer loba Angua, al Patricio... un mundo completamente caótico en el que CUALQUIER cosa puede suceder -ya se sabe que el Caos siempre se sobrepone al Orden, porque está mejor organizado-. A lomos de la gran tortuga y los elefantes que sostienen el "Mundo-Disco", se halla un universo rico y complejo.

Terry moldea las reglas de ese universo a su conveniencia, mientras de forma hilarante encadena infinitos juegos de palabras e ironías sobre este mundo nuestro, mucho más caótico que el suyo. Con vampiros, trolls, fantasmas...acierta a hacer un retrato de nuestra sociedad mucho mejor perfilado que ningún otro sesudo estudio que haya leído. Aborda el amor, el honor, la amistad, la mezquindad, el racismo, con una profundidad mágica en cada uno de sus libros. Al tiempo que nos deleita siempre con varias subtramas -adoro su estilo policíaco- que adornan la trama central.

Pratchett era un tipo completamente inclasificable: escritor, guionista de cine, productor, primatólogo, filántropo, comentarista... Como escritor, ha cultivado fundamentalmente la literatura fantástica, y como superventas en el Reino Unido, apenas le supera la también genial J.K. Rowling.

La literatura fantástica no es un género al que acuda con frecuencia, después de un verdadero empacho teenager con el mismo. Pero siempre agradezco sin prejuicios la ocasión de leer algo que merezca la pena. Pratchett es un oasis de originalidad en un estilo tan profuso en títulos, como repetitivo. Y eso que Terry es en sí la profusión hecha pluma, con decenas de libros escritos durante su carrera.

Desde hace unos años se le había diagnosticado un alzheimer degenerativo, que no le había impedido seguir escribiendo. Tiene que haber sido especialmente duro para alguien que, como refleja su obra, amaba especialmente la vida y lo hacía extrayendo cada gota de su fruto.

Leía estos días en un medio británico una entrevista a su única hija, en la que contaba con amor y admiración que vivir con él "era como tener por padre a un hobbit de tamaño real". Relataba cómo, siendo pequeña, su padre la levantó en mitad de la noche, la envolvió en una manta y la sacó al jardín para que viera las luciérnagas en su seto: "Sentía que era más importante que experimentara las maravillas de la naturaleza, que una noche de sueño".

Yo le doy las gracias por permitirme conocer al Capitán Vimes, ejemplo a partir de entonces de lo que es una persona buena, sensible, honrada y valiente; y "humana", con contradicciones y debilidades. Es curioso que sea más humano un zombi o un hombre-lobo del Mundo-Disco, que mucha gente que conozco...

Y gracias también por presentarme a mi arquitecto favorito, Bloody Stupid Johnson, tan incompetente que es absurdamente genial.

Es obvio que un mundo sin personas como Terry, es un mundo bastante menos interesante para vivir. Por eso si alguien está escribiendo esta historia, por favor, es el momento de empezar un nuevo capítulo así:

Saliendo por fin de su tumba y sacudiéndose la tierra con un ademán (no sin dejar alguna en los bolsillos, pensando en esa maceta vacía del porche), recogió su sombrero. Después de observarlo durante un momento, exclamó: - ¿Dónde demonios estará la pluma? ¡La necesito para seguir escribiendo!

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