La actuación de Trump en el debate fue la peor de todos los tiempos
El efecto de este debate fue acumulativo y en la sala de prensa había consenso: todos coincidían en que a Trump le habían pillado. Si las palabras y la racionalidad tienen algo que decir en la política estadounidense, esto debería suponer un duro golpe a las oportunidades de Trump. Pero ya veremos.
HEMPSTEAD, N.Y. ― Llevo viajando a los debates presidenciales desde 1988, pero el de anoche en la Universidad Hofstra fue histórico.
El candidato republicano, Donald Trump, tuvo la peor -repito, la peor- actuación en un debate de la era moderna. Fue tan malo que, en un año normal, se le habría inhabilitado directamente para acercarse a la Casa Blanca.
Sin embargo, estamos en 2016, un año tan raro, inestable e inquietante que probablemente el espectáculo de un Trump falto de preparación y de coherencia, debilitado por los ataques incesantes de la demócrata Hillary Clinton, ni siquiera sea suficiente para frenarlo.
El electorado está dividido y atrincherado, y los candidatos son los menos queridos desde que comenzaron los sondeos. Incluso es posible que el debate televisado del lunes no mueva demasiado los números. Una encuesta sobre intención de voto realizada por el PPP da a Clinton como vencedora por un 51% de los votos, frente al 40% de Trump.
Tampoco está claro que las reglas y la puesta en escena tradicionales de la política electoral tengan tanto peso como solían, especialmente en una época en la que los votantes están rodeados de un entorno digital de noticias que los reafirman en su elección.
Trump tuvo tres puntos buenos: sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, sobre el caos en Oriente Medio y sobre el historial de Hillary y su "mala y loca experiencia en la vida pública". No obstante, en general no pudo enfrentarse al preparado plan de Clinton de atacarlo en todos los frentes.
A medida que Clinton iba ganando confianza, se atrevió a llamarle racista y sexista (esto último, con una vehemencia que claramente había ido acumulando durante meses). Quizá algunos pensaron que ella se pasó, pero al final del debate Trump no parecía merecer ningún tipo de compasión.
El moderador de la NBC, Lester Holt, fue poniéndose más agresivo al darse cuenta de que había perdido el control de las cosas, pero, por lo demás, el debate consistió en poner de manifiesto la falta de conocimiento de Trump y el enfoque superficial del mayor momento de la campaña.
Las respuestas de Trump fueron pobres -por no decir confusas y contradictorias- en un buen número de cuestiones, entre otras: por qué no mostró su declaración de impuestos; cuáles son sus propuestas con respecto a los afroamericanos; de dónde surgió su riqueza; si se beneficiaría de los recortes fiscales que propone; y cuál es el papel de Rusia en el hackeo de estadounidenses.
Después de que Holt mencionara el apoyo inicial de Trump a la guerra de Irak, el multimillonario no vio otra salida que suplicar a los reporteros que preguntaran a Sean Hannity, de Fox News, sobre las supuestas conversaciones privadas que los dos mantuvieron antes de que comenzara la guerra.
Al darse cuenta de que se le iba de las manos, Trump empezó a culpar a los medios "mainstream" por oponerse a él y apoyar a Clinton.
En un intercambio de lo más raro, sugirió que quizás el hacker que rastreaba los sistemas informáticos de Estados Unidos podía ser "alguien que pesa 180 kilos tumbado en una cama". A Clinton le dio la risa.
Ella, por su parte, fue a por Trump con toda la habilidad de la abogada formada en Yale que es, y lo hizo en gran medida con un tono irónico que sonaba más al de una madre hablando a un niño de 7 años que al de recriminación en público por el que suele ser criticada.
Dijo que estaba orgullosa de haberse preparado bien el debate, y que haberlo hecho era señal de lo bien que está preparada para ser presidenta.
Esa preparación incluía un gran (y exitoso) esfuerzo para traspasar la piel de Trump: primero llamándole "Donald" y luego enumerando inteligentemente los motivos por los que Trump no querría publicar su declaración de impuestos.
Trump apuntó que podría enumerar una lista de los bancos que le habían concedido préstamos, en un esfuerzo por demostrar que no es para nada un privilegiado.
Algunos de los ataques de Clinton resultaron obsoletos e ineficaces. Pero sí triunfó al dejar que Trump se encendiera él solito con su propio discurso (lo cual hizo de forma repetida).
Trump incluso se mostró de acuerdo con Clinton varias veces, como un boxeador que se tiene que sujetar agarrándose a su rival. Afirmó que estaba de acuerdo con ella en la necesidad de aportar más dinero al cuidado de los niños; en la prohibición de la venta de armas a quienes están en las listas de exclusión aérea de la administración estadounidense; y en la necesidad de hacer más para evitar los ciberataques.
Cuando el debate se acercaba al final, Holt preguntó a Trump sobre su comentario de que Clinton no tenía una imagen presidencial. El candidato contestó que se refería a su vigor, no a su apariencia.
Clinton defendió su capacidad de mantenerse en el poder recitando sus extensos viajes como secretaria de Estado y sus 11 horas de declaración ante una audiencia en el Congreso. Y también se quedó a gusto recordando que Trump llamó a las mujeres "cerdas, guarras y perras" y que reprendió a una participante en un concurso de belleza por haber engordado.
En cualquier caso, en la sala de prensa había consenso: todos coincidían en que a Trump le habían pillado.
El efecto del debate del lunes fue acumulativo. Si las palabras y la racionalidad tienen algo que decir en la política estadounidense, esto debería suponer un duro golpe a las oportunidades de Trump.
Ya veremos.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano