Neymar y el equívoco de los plátanos
Tanto las ganas de convertirlo todo en dinero como la hipocresía de aquellos que creen en una igualdad racial brasileña (que, si es total en el aparato biológico, es inexistente en nuestra vida social) quieren convertir el gesto del atleta en un arma más de opresión. No lo consintamos.
Aquí en Brasil, la gente se quedó muy entusiasmada con la rápida y efectiva respuesta de Dani Alves contra la agresión racista que sufrió el jugador. Frente a falta de originalidad del prejuicio, que tantas veces ya ha puesto la banana como protagonista del daño, nuestro atleta contestó con lo inesperado. La burla ingeniosa de Dani, que se comió sencillamente el artefacto de la ofensa, fue uno de estos preciosos momentos que, en su mismo nacimiento, ya están predestinados a la eternidad.
Sin embargo, si la superioridad de Alves nos deleita a todos, no se puede decir lo mismo de otros personajes, que se invitaron a formar parte de una discutible trama: estimuladas por nuestro delantero Neymar, muchas personalidades brasileñas divulgaron fotografías en que llevan un plátano para decir: "Somos todos monos". La actitud preocupa no sólo por revelar el hambre de la industria cultural y su deseo de transformar incluso las manifestaciones más espontáneas en bienes rentables, sino en especial por la ambigüedad del supuesto mensaje contra el racismo que se está propagando.
El pensador Theodor Adorno, en los años 60, advertía a sus lectores de cómo las estrellas vacías son fundamentales para que la Industria Cultural (término propuesto por él y Horkheimer) alcance la manipulación de sus consumidores. Neymar y conocidos artistas de la tele brasileña (que, para muchos pobres de aquí, sigue siendo el principal medio de acceso a cultura) son claros ejemplos: ninguno de los que ostentan sus sabrosos plátanos en Instagram y Facebook jamás había debatido públicamente sobre el tema del racismo, aunque tengan proyección suficiente para hacerlo cuando quieran; en los programas de la tele protagonizados por Angélica y Luciano Huck (pareja cuya fotografía tuvo gran repercusión), nunca hubo ninguna preocupación por dar espacio para la actuación de personas negras (excepto en funestos cuadros televisivos en los cuales se explora la pobreza en que viven para resaltar la caridad del animador); el propio Neymar, en una emblemática entrevista concedida hace tiempo a un importante periódico brasileño, al ser preguntado si ya había sufrido ataques racistas, contestó que jamás le pasó ya que, a su entender, no es negro - motivo por el cual, en una broma entre amigos, decimos que se trata de un tipo no negro por decisión propia, algo comprensible en un país en que tal condición implica sufrir toda suerte de prejuicios.
Al final, varias celebridades sin relación con el tema del racismo ven en el gesto de Dani Alves la oportunidad perfecta para obtener proyección, sin necesidad de entrar en ningún debate complejo y arriesgado sobre nuestra cuestión racial. Es una oportunidad de apoyar una causa amable, de ponerse en evidencia, sin dejar de ser celebridades vacías, listas para promover la publicidad de un banco, de una compañía de teléfonos o de cualquier otro producto que se pueda anunciar. No es coincidencia que, crean ustedes en España, la campaña que nos llama a todos "monos" haya sido confesadamente orquestada por una importante agencia de publicidad brasileña.
Además de la poca sinceridad, que para las almas románticas sería suficiente para repudiar a Neymar y a todo el rebaño, hay un problema aún más peligroso: la posibilidad de que el comer un plátano sea mal traducido como un "a mí, tanto me da". En el caso de Dani Alves, hablamos de un deportista bajo presión: el Barcelona no está en su mejor temporada, el equipo estaba perdiendo el partido y, como suele ocurrir, las cámaras del mundo entero se centraban en el atleta. Ser golpeado en público, en estas condiciones, dificulta elegir la reacción más adecuada, y él, así mismo, lo hizo, con depurada técnica y envidiable ingenio. Sin embargo, si su actitud se convierte en el ejemplo a seguir, se corre el riesgo de que medidas más duras contra el racismo sean repudiadas. Un enorme retroceso en un país como el nuestro, adonde tenemos una especie de genocidio velado, perpetrado sobre todo por una policía militar cuya función parece no ser otra que pelear contra la población negra y pobre en los arrabaldes de los grandes centros urbanos.
Tenemos aquí en Brasil un pensamiento según el cual el racismo está en la víctima, que debería saber ignorar las agresiones racistas para no fortalecerlas. Los que lo creen aplauden a Dani Alves entusiasmados, mientras que no se preocupan de la desigualdad racial en la que vivimos.
En resumen, por una parte, Daniel Alves, frente a las condiciones a que estaba sometido, probablemente mostró la respuesta más elegante y contundente a los racistas que van a estadios de fútbol travestidos de aficionados. Por otra, tanto las ganas de convertirlo todo en dinero como la hipocresía de aquellos que creen en una igualdad racial brasileña (que, si es total en el aparato biológico, es inexistente en nuestra vida social) quieren convertir el gesto de libertad del atleta en un arma más de opresión. No lo consintamos.