Clinton y Trump frente a la astilla
Trump ha calado en una parte de la población porque ha sacado a relucir la astilla que está clavada en la pata de nuestro mundo occidental: hastío de la política que se aleja de los problemas reales y cotidianos de los ciudadanos y cansancio de oír hablar en claves de macroeconomía.
Foto: EFE
¿Qué ha provocado que Trump haya sacado esa ventaja a Clinton en contra de una gran parte de pronósticos realizados? ¿Va el mundo hacia una especie de cataclismo político caracterizado por un desconcertante dibujo? Seamos, por un momento, analistas de la realidad poco convencionales. Hagamos uso del pensamiento circular y veamos la realidad desde sus múltiples aristas. Para realizar este ejercicio, vamos a usar una historia y a extraerle toda la carga metafórica que conlleva.
El sultán y el ruiseñor
Había una vez un sultán que tenía un maravilloso ruiseñor que hacía las delicias de todos en palacio, pues con sus cánticos alegraba las mañanas y endulzaba sus sueños.
Un día, en el palacio entero se levantó un gran revuelo, pues el ruiseñor dejó de cantar sin causa aparente. El sultán, pensando que el pájaro era presa de una grave enfermedad, mandó llamar a los mejores médicos del reino para que examinaran al ruiseñor. Ninguno de ellos vio nada, pero, temiendo la ira del sultán, cada uno diagnosticó una enfermedad.
-Creo que tiene el mal del sueño. Necesita descansar durante dos días en una habitación a oscuras. Después se repondrá -dijo el primer médico que examinó al ave.
El ruiseñor fue transportado a la habitación dorada del palacio y, bajo la orden de no molestarlo, estuvo allí por espacio de dos días. Transcurrido el tiempo, fue llevado de nuevo al jardín, donde el sultán lo esperaba.
-Hola mi pequeño amigo. Canta para mí -dijo el sultán.
Pero nada, el ruiseñor no dijo ni pío.
El segundo médico afirmó que el ruiseñor había sufrido una ola de frío y que tenía las cuerdas vocales inflamadas. Recomendó que le dieran unas friegas de miel en la garganta y una bebida a base de limón. Así, el ruiseñor fue trasladado a una habitación muy cálida, en la que permaneció durante otros dos días cuidado por unas doncellas de palacio. Pasado el tiempo señalado, fue llevado de nuevo al jardín y tampoco fue capaz de cantar.
Desesperado por la situación, el sultán mandó llamar al tercer médico, quien habló de una extraña enfermedad, cuyo único tratamiento era el paso del tiempo.
-Señor, el pájaro sólo se curará con el tiempo. Tened paciencia y no trasmitáis vuestra ansiedad al ruiseñor.
El caso es que el sultán se resignó y pensó que el último médico tenía razón y que, con los días, meses o, tal vez, años, el pájaro recuperaría su magnífica voz.
Una mañana, un niño, que iba camino del mercado con su madre, vio al ruiseñor.
-Mira mamá. Ese pájaro tiene una astilla clavada en la pata.
La astilla
Sirva esta historia para reflexionar acerca de cómo nuestras creencias no nos dejan ver
lo que pasa de verdad. En estos días hemos asistido a opiniones de lo más diversas y a comentarios de tipo en referencia a las elecciones acontecidas en los Estados Unidos. Pero, más allá de la superficie en la que se quedan los medios de comunicación más generalistas o de la perspectiva político-económica, hagamos un ejercicio de pensamiento lateral y asociativo.
¿De dónde proceden los votos en las elecciones de un país? La respuesta está en el cuento: de la astilla en la pata. Démosle a la astilla el nombre de lo que en ese momento afecta a un pueblo y tendremos las claves del discurso. Ya sea la astilla la corrupción, el paro, la falta de oportunidades, la subida de impuestos, el miedo a otros mercados o el excesivo poder del establishment, lo cierto es que queremos sacárnosla porque eso parece que nos hará cantar, como al ruiseñor de nuestro cuento. Es por ello que cuando varios médicos reconocidos y de prestigio han hecho sus predicciones y diagnósticos, cuando han realizado sus recomendaciones, cuando han extendido su receta y hemos visto cómo nada ha dado los resultados esperados, nos resignamos y pensamos que las cosas no pueden cambiar, es decir, nos creemos que nunca recuperaremos nuestro canto. Esto es así hasta que alguien es capaz de ver la astilla y modelar su discurso alrededor de ella.
Las elecciones en los Estados Unidos han reflejado el eco a lo grande de las voces que se escuchan en Europa. Seguimos creyendo a las encuestas y dándoles una veracidad que, desde mi punto de vista, no se merecen. La verdad no está escrita en una encuesta, la verdad está en el pueblo porque son los que deciden. Dejemos a los estadounidenses con su decisión ya tomada y abandonemos el halo de cierta soberbia europea que nos lleva a tener las soluciones para las astillas de los demás cuando no somos capaces ni siquiera de ver la nuestra. Opinemos bajándonos de la tribuna.
Tras los resultados me he preguntado cómo era posible que un candidato con tintes racistas, con comentarios excluyentes, bravucones y temerarios ganara por ese margen tan sobrado a una candidata con experiencia y credenciales. La respuesta es que me estaba haciendo la pregunta equivocada. El cambio de perspectivas es un sano ejercicio que nos salva de las posturas egocéntricas y nos hace más libres para analizar. Trump ha echado mano del patriotismo llano y sentimental y se ha desvinculado de los mensajes de política de salón. Ha decidido desmarcarse de lo convencional hasta el punto de provocar un descosido en el Partido Republicano. Trump ha calado en una parte de la población porque ha sacado a relucir la astilla que está clavada en la pata de nuestro mundo occidental: hastío de la política que se aleja de los problemas reales y cotidianos de los ciudadanos y cansancio de oír hablar en claves de macroeconomía. Es más que cierto que se ha pasado de frenada con respecto a la población inmigrante y a las personas indocumentadas, entre otras muchas cuestiones, pero su énfasis en la astilla le ha funcionado.
Algunos medios de comunicación se preguntan en sus editoriales qué está pasando en las capas medias de la población para que estén apoyando movimientos políticos tan alejados de los hasta ahora vistos en Occidente. Creo que no hace falta lanzar ninguna encuesta para ello. La respuesta está en la astilla: desconfianza ante la lejanía de los que dicen que velan por nosotros.