Vilna y la OTAN, dolores de crecimiento
La cumbre en Lituania ha puesto sobre la mesa el primer "no" claro a Ucrania, con el desgaste que conlleva, mientras Turquía saca tajada del fin del veto a Suecia. Se gana poder en el norte, pero todo tiene un precio.
A los niños, cuando crecen, a veces las piernas les duelen, les dan punzadas hasta despertarlos por la noche. Son dolores de crecimiento. Es el coste de hacerse grande. La OTAN también ha tenido ese mal esta semana, en la cumbre de Vilna (Lituania). La organización, parida en 1949, ha ido expandiéndose a lo largo de su historia y, ante los riesgos crecientes que suponen amenazas como Rusia o China, aspira a cobijar a más países, a hacer aún más fuerte el ente defensivo en cabeza del planeta. En ello está.
Ucrania, que aspira a entrar en el club atlantista, y Suecia, que está a punto de hacerlo, han protagonizado estos días con desempeño desigual, marcando esa estrategia de estirar el escudo protector (y ofensivo, si se da el caso) y evidenciando que cada estirón supone esperanzas y quebraderos de cabeza. También nuevas capacidades, con cesiones, incertidumbres y nuevos miedos aparejados.
En el primer caso, el Gobierno de Kiev se ha llevado una decepción en esta cumbre. El realismo se ha acabado imponiendo y su presidente, Volodimir Zelenski, ha encajado como ha podido el primer "no" firme que le llega de sus aliados occidentales: no a la entrada inmediata de su país en la OTAN, no a su entrada inmediata en cuanto acabe la guerra. Sus palabras, su rostro y sus gestos muestran la evolución de las negociaciones, desde sus primeros tuits hablando de lo "absurdo y sin precedentes" que suponía no tener una invitación sobre la mesa para entrar en la Alianza o unas medidas concretas a las que aferrarse, a su viaje final a Vilna (confirmado in extremis), su soledad en la foto de lideres, su seriedad en la mesa de debate y, luego, conforme llegaron las promesas, su relajación, hasta volver a casa diciendo que se ha logrado un acuerdo "histórico".
Zelenski, con el paso de las horas, se deba cuenta de que no siempre puedes obtener lo que quieres, por mucho que seas el país invadido (ya van 17 meses de ataques rusos). Su gente llevaba semanas presionando por un cronograma claro, un camino, una hoja de ruta con la que decirle a los ucranianos que todo estaba atado. Estados Unidos y Alemania lideraban el grupo de países reacios a dar garantías comprometedoras y los del este de Europa, los vecinos, los más propensos a abrir las puertas cuanto antes. Se impusieron los primeros.
Pese a las críticas del presidente ucraniano de que no había "disposición" para su entrada -algo que sólo escribió en sus redes sociales antes de ir a la cumbre y que no repitió en ninguna de sus intervenciones posteriores-, los aliados presentaron un muro de defensa: por muchos anhelos y necesidad que tenga Kiev, ningún país pude entrar en la OTAN con un conflicto abierto, algo que el propio Ejecutivo ucraniano acabó reconociendo como "comprensible", y ningún país puede entrar sin cumplir las condiciones de su tratado fundacional. Dice el artículo 10 del Tratado del Atlántico Norte que hacen falta garantías de un funcionamiento democrático "correcto" de la OTAN, y para eso Kiev aún debe aplicar importantes reformas, el mismo caso que en su incorporación a la Unión Europea.
Zelenski quería que la membresía en la alianza militar más poderosa del mundo fuera un faro de esperanza para su pueblo, el máximo dividendo de la paz que pudiera asegurar que las tropas rusas nunca más van a saquear su patria. Sin embargo, se tuvo que conformar con una frase: será "cuando los aliados estén de acuerdo y se cumplan las condiciones". O sea, nadie sabe cuándo.
Tras su furia, tras añadir a las negociaciones un elemento sentimental que hasta ahora se había mantenido en la nevera, aún tenía condiciones vagas, reconocidas como tal por sus asesores. Pero algo fundamental había cambiado en los dos días de cumbre: había recibido garantías de que su mayor miedo era humo. Ese miedo era que su entrada en la OTAN fuera usada como moneda de cambio en unas hipotéticas y hoy lejanas negociaciones de paz con Rusia. ¿Qué pasaría si Vladimir Putin exigía que Ucrania no entrase en la OTAN como condición en la postguerra?
Aunque eso no quita que haya falta de claridad en el proceso por venir, Zelenski entiende que ese compromiso es real y a ello se aferra. "Tal vez no se comunicaron todos los detalles", dijo a la prensa, dando a entender que tiene el pájaro en la mano. Tras horas de decepciones, afirmó: "Estoy seguro de que no habrá traición por parte de Joe Biden o de Olaf Scholz", los presidentes de EEUU y Alemania, respectivamente, y grandes garantes de las condiciones. También dejó un aviso: "Nunca cambiaremos ningún estatus por ninguno de nuestros territorios".
Se lleva otros logros tangibles: la promesa de que se reducirá el proceso de solicitud para unirse a la OTAN, la creación de un nuevo Consejo OTAN-Ucrania que Kiev puede usar para convocar reuniones de la Alianza y que se ha estrenado en este encuentro y, quizás lo más importante, la promesa de nuevas garantías de seguridad a largo plazo hechas por algunas de las mayores potencias del mundo.
Biden, poco después, en un acto público en Vilna fuera de la cumbre, lo dejó claro: "No flaquearemos (...). Nuestro compromiso no se debilitará. (...) Todo terminó bien". Y es que, además de ese compromiso, Kiev logró un respaldo esencial para sus planes de reconquista de la mano del G7, que aprobaron acordar un paquete de nuevas garantías bilaterales de apoyo militar y económico para Ucrania, para disuadir la agresión rusa antes de que se una a la OTAN. Eso incluirá más defensas aéreas, misiles de largo alcance e incluso aviones de guerra, así como más entrenamiento, intercambio de inteligencia y ayuda con tecnología cibernética. Zelenski no dudo en calificarlo como "una victoria de seguridad significativa".
Aunque cuentan más los hechos, también se llevó en su zurrón de vuelta a Kiev -bombardeado sistemáticamente esta semana por Rusia- palabras alentadoras de algunos de los miembros con más peso de la OTAN. El presidente francés, Emmanuel Macron, remarcó que es "legítimo" que su homólogo ucraniano sea "exigente" con los aliados, dada su situación, que estaba en su papel de jefe de Estado y de jefe de una guerra. Su ministro de Defensa, Sébastien Lecornu, habló hasta de necesaria "comprensión y empatía" con él, incluso cuando se le calentó la boca en Twitter, sorprendiendo hasta a sus asesores.
El primer ministro del Reino Unido, Rishi Sunak, dijo directamente que Ucrania ya "pertenece" a la Alianza, que se estaba moviendo en la "dirección correcta" y que sólo es cuestión de tiempo que esté dentro. El secretario de Defensa británico, Ben Wallace, afirmó que se había "superado" el debate de si debía o no entrar, sóli queda el "cuándo". Y eso, remarcó, es superar un debate defensivo y hasya cultural de primer orden.
Wallace, por cierto, fue el único que puso una nota discordante en público, porque pidió a Kiev que muestre mayor gratitud por el envío de armas. Su "no soy Amazon" queda para la historia de lo que debe callarse. De forma bruta, no obstante, dejó en evidencia ese elefante en la habitación del que ningún amigo de Ucrania quiere hablar: el nivel de resistencia de la ayuda occidental. La BCC hasta plantea que pudo ser el "consejo sincero de un aliado solidario". Un aviso. Durante casi un año y medio, las demandas de Ucrania han sido escuchadas y, en gran medida, respondidas desde las capitales europeas, Londres o Washington. Kiev siempre ha estado insatisfecha, siempre ha pedido más y, a la postre, Occidente siempre ha cumplido y le ha dado lo que pedía, aunque fuera con menos prisa de la demandada por Zelenski, desde misiles a blindados, desde tanques de batalla a bombas en racimo.
Las cosas pueden cambiar si entra a los aliados esa fatiga de guerra tan cacareada, si las opiniones públicas se cansan del pico de su presupuesto que acaba en Ucrania, sin perder de vista que hay que dar cuenta de todo ello a los partidos de la oposición y que, por ejemplo en EEUU, hay elecciones el año que viene.
Quien algo quiere, algo le cuesta
La fuerza unificadora del fantasma ruso sobre la OTAN ha sido tal que, en año y medio, ha conseguido agrandarla con la entrada de dos países nórdicos, Finlandia y Suecia, cuya neutralidad militar era referencia mundial, de siglos. Ya no más. Los primeros accedieron a la Alianza en primavera y acudían a la cumbre por primera vez como estado de pleno derecho, el socio 31. Los segundos aún tenían bloqueada la adhesión por los mismos que le pusieron problemas a Helsinki, la Turquía de Recep Tayyip Erdogan.
Suecia entrará en la OTAN, pero no ha llegado a hacerlo en Lituania. Será en otoño cuando se cierre el proceso. Erdogan y el primer ministro sueco, Ulf Kristesson, posaron juntos pero poco relajados dando por cerrada una larga pugna, con Ankara vetando el proceso, alegando que Estocolmo da refugio a "terroristas", en referencia sobre todo a miembros del PKK, la guerrilla kurda en Turquía, consideradas terroristas también por EEUU y la Unión Europea. Tras una profunda reforma, que ya contentaba al islamista, ha habido visto bueno.
Esta ampliación al norte también ha dolido y ha tenido sus consecuencias. En las horas finales de la negociación, Erdogan llegó con un nuevo giro: vincular su apoyo a la candidatura sueca con la propia solicitud de Turquía para unirse a la UE. Corrieron sudores fríos en Bruselas, en las instituciones europeas y en el cuartel general de la OTAN. Fue una sorpresa que dio miedo, pero se acabó resolviendo con promesas. El caso es que ha logrado impulsar un proceso enquistado a cambio del ok a otro. "A veces Erdogan es tan zorro que parece Netanyahu", dijo una fuente a la radio norteamericana NPR.
Numerosos líderes y funcionarios de la UE hicieron declaraciones públicas cuidadosas al respecto, en su intento de revivir la moribunda adhesión a la UE del país, prometiéndole trabajar más estrechamente con Turquía mientras tanto. Suecia prometió ser el abogado de su causa. Sin embargo, Ankara no cumple con las condiciones necesarias para entrar y, como mucho, se puede reforzar el diálogo con el país, pero que no espere milagros.
"No se pueden vincular los dos procesos", avisó además la portavoz de la Comisión Europea, Dana Spinant. Turquía ha dado un giro autoritario en los últimos años bajo el poder de Erdogan, asfixiando a los medios de comunicación, encarcelando a los disidentes y dando marcha atrás en el estado de derecho. La represión después de un golpe fallido en 2016 solo empeoró la relación. Es el principal desacuerdo con Bruselas. Las dos partes también están distanciadas sobre Chipre, que la UE admitió en 2004 mientras las tropas turcas ocupaban parte del país (y todavía lo hacen).
Las negociaciones están paradas desde 2018, cuando oferta de Turquía para unirse al club se remonta a casi 60 años, a 1959, cuando solicitó la asociación con la Comunidad Económica Europea, el precursor de la UE. Y es que Europ sabe que tiene que trabajar con Turquía, un vecino vital y un puente hacia Rusia, Asia y Oriente Medio. La clave estará en cómo podrían cooperar más con Turquía. Si no llega la adhesión, eso que habrá ganado con su órdago. Pero no sólo, Erdogan se ha llevado algunas cosas más de Vilna: el mensaje de Biden de quw él apoyaba la venta de F-16 a Turquía por parte de Washington y una nueva posición de coordinador especial para la lucha contra el terrorismo dentro de la Alianza. Nada mal.
Vilna no sólo ha presenciado cesiones como estas; también se puede felicitar por lo que gana con Suecia, al fin, en el club. Es mucho. La OTAN resultante de esta cumbre está lista para reforzar su control sobre el Mar Báltico (incluyendo el Ártico, cada día más importante), complicando una ruta de tránsito vital para la Armada de Putin, justo en el patio trasero de Rusia. Todo un cambio estratégico en una región que Moscú un día dominó.
La Alianza Atlántica llevaba tiempo aumentando su control del Báltico, una puerta marítima crucial para la flota rusa, que tiene bases cerca de San Petersburgo y Kaliningrado. Durante la Guerra Fría, sólo Dinamarca y Alemania estaban en el extremo occidental del mar. Polonia se unió en 1999 y las tres repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), ya pusieron en 2004 la mayor parte de la costa sur del mar bajo el control azul. Ahora, con Finlandia y Suecia, se cierra el anillo. Con los nórdicos, la OTAN refuerza su presencia en el norte de Europa, gana directamente más de 1.300 kilómetros de frontera con Rusia.
Los aliados de la OTAN acordaron esta semana implementar planes de defensa regionales renovados, así que la presencia fresca de Suecia y Finlandia ya se reflejará plenamente en los planes, ejercicios, maniobras y objetivos que de ahí surjan, según avanzó Stoltenberg, en un de sus ruedas de prensa. Sobre el terreno, esto significa más intercambio de información, más ejercicios y planificación conjuntos y más integración militar.
POLITICO cita a Charly Salonius-Pasternak, investigador líder del Instituto Finlandés de Asuntos Internacionales, para ejemplificar lo que se viene: "un avión de combate finlandés que vuela cerca de la frontera rusa puede recopilar datos y comunicarse con los noruegos, quienes luego pueden solicitar más información o pedirle al avión que vuele a otro lugar". Antes de ser miembro de la OTAN, "podías hacerlo técnicamente pero, políticamente, no podías planear hacerlo".
La multiplicación del frente es sólo equiparable a la seguridad que genera. La adición de estos dos ejércitos, bien equipados, hará que sea mucho más difícil para Rusia realizar ataques en la región. Y, a la vez, para las poblaciones de los dos países, es un descanso -lo dicen las encuestas- saber que si hay agresión, pueden ya acogerse al artículo 5, la piedra angular de la OTAN, por el que un ataque armado contra uno o más miembros se considera un ataque contra todos. Todos para uno.
Estocolmo y Helsinki reciben, pero también aportan mucho en términos de defensa aérea, fuerzas terrestres y capacidades navales. Los dos países ya son interoperables con la OTAN, trabajan con sistemas de armas estándar de la Alianza y han participado en maniobras; desde que comenzó la ofensiva rusa sobre Ucrania han estado en todas las reuniones aliadas. Por eso ahora han podido entrar tan rápido, y más lo hubiera sido sin Erdogan.
En cuanto al presupuesto dedicado a Defensa, el Ejército sueco -que ocupa el puesto 25 en el mundo- tiene más de 8.600 millones de dólares anuales (unos 8.250 millones de euros). Si entra en el club, también pondrá al día su inversión en política de defensa, destinando el 2% de su PIB a esta materia en 2028. El país lleva años mejorando su armamento, por ejemplo con los cazas de alta calidad Gripen, ha recuperado el servicio militar obligatorio (incluyendo mujeres) y ha aumentado sus tropas. Hace casi dos años, se aprobó un plan para modernizar el ejército ante el incremento constante de la tensión con Rusia; en los próximos 10 años, dice el portal especializado en defensa Global Firepower (GFP). Suecia pasaría de tener 60.000 efectivos de guerra a un total de 90.000 efectivos en 2030. Es potente en el mar, siendo el país con mayor litoral en el Báltico.
En el caso de Finlandia, ya cuenta la OTAN con sus 280.000 soldados, bien armados y entrenados. Se les suman 900.000 reservistas. Helsinki tiene uno de los arsenales de artillería y fuerzas terrestres más grandes de Europa, por delante de pesos pesados como Francia, Alemania y Reino Unido. También renovó recientemente su flota aérea y se espera que tenga 64 cazas F-35, fabricados en EEUU, aviones para 2026.
Frente a ellos, una Rusia que se ha tomado fatal estos avances. "Es extremadamente importante darse cuenta, en las condiciones actuales, de que la infraestructura militar rusa nunca se ha desplazado hacia Europa Occidental, siempre se ha movido en la dirección opuesta", dijo el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov . "Ciertamente es lamentable que los europeos no se den cuenta de este error", afirmó, recordando que los nórdicos no han sido sus enemigos recientes ni están entre sus objetivos. Peskov no se limitó a eso, sino que lanzó amenazas. Si cuaja la adhesión de Suecia, que parece que no tiene cuenta atrás, habrá "consecuencias" que serán "definitivamente negativas".
El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, aseguró a su vez que que Moscú “garantizará sus intereses legítimos en materia de seguridad” a raíz del acercamiento de la infraestructura de la OTAN a sus fronteras. ¿Cómo? No lo avanza.
Crecer, queda visto, tiene sus satisfacciones, pero también obliga a estar alerta, más aún cuando se trata con un país que empezó una guerra, por ejemplo, porque decía que la OTAN había abusado de su política de "puertas abiertas".