(Sobre)vivir un día en Gaza: el testimonio de tres miembros de Médicos Sin Fronteras en distintos puntos de la Franja
Una coordinadora médica, un cirujano y una traductora revelan cómo es el día a día en un región sumida en los bombardeos y ahogada por la falta de suministros básicos. "Muchos corren riesgo de morir en las próximas horas".
Un día en la guerra. Se escribe fácil, pero no se vive igual. Gaza es hoy el infierno, más si cabe que el infierno que lleva años y años siendo. Y en ese infierno de bombas, muerte por doquier y falta de los suministros más básicos (sobre)viven aún cerca de dos millones de personas.
Tres de ellas son miembros de Médicos Sin Fronteras, oenegé desplazada en la Franja que ha compartido el testimonio de sus trabajadores, anónimos hasta que la guerra les ha obligado a reconvertirse en héroes. Tres visiones de un mismo paisaje en el que llegar al final del día es un reto en sí mismo.
No cabe el simbolismo en el relato de los testigos. "Sin electricidad, muchos pacientes morirán", empieza explicando Guillemette Thomas, coordinadora médica de Médicos Sin Fronteras (MSF) para los Territorios Palestinos Ocupados. Desde su experiencia sobre el terreno apunta que "el personal médico ya no puede tratar a la gente ni admitir a nuevos pacientes como es debido".
Ante la falta de electricidad por el bloqueo israelí teme por todos, pero especialmente por "aquellos en cuidados intensivos, neonatología y con máquinas de respiración asistida". "Y los pacientes con enfermedades crónicas, como diabetes y cáncer, y las mujeres embarazadas también corren peligro debido a la escasez general de medicamentos".
El ingreso de heridos es incesante, a ritmo de entre 800 y 1.000 personas por día. "Pero esta cifra sólo incluye a quienes consiguen llegar a un hospital", explican desde MSF con una reveladora crudeza. "Desde el comienzo del conflicto, más de 9.700 personas han resultado heridas —se reconocen más de 3.800 muertos en la Franja—. Me temo que estas personas corren grave peligro de morir en las próximas horas porque se está haciendo imposible recibir atención médica", prosigue Guillemette.
“En mi opinión, es vital que los hospitales vuelvan a funcionar. Para ello, hay que garantizar un alto el fuego regular que permita la llegada masiva de medicamentos y combustible". Aventura un horizonte muy probable, que "si nos quedamos sin medicamentos para anestesias, los cirujanos se verán obligados a interrumpir las operaciones".
Y preocupa mucho la falta de agua potable. "Es nuestra principal prioridad. En la actualidad, se calcula que el 60% de los habitantes de Gaza, más de un millón de personas, viven a la intemperie, sin acceso a agua ni atención sanitaria". Un problema extremo que multiplica los riesgos.
Porque, insiste la coordinadora médica de MSF, además de los heridos graves, corremos el riesgo de asistir a una oleada de enfermedades relacionadas con las malas condiciones de vida", citando diarreas, infecciones respiratorias o deshidrataciones. "Pueden desarrollarse rápidamente y poner en grave peligro a los más vulnerables, entre ellos mujeres y niños. La mitad de la población de Gaza tiene menos de 18 años. Sin embargo, no queda ningún sistema sanitario para atenderlos”, lamenta.
Sin coincidir físicamente, su testimonio encuentra continuidad en el del doctor Nedal Abed. Este cirujano ortopédico trabaja en un centro médico de Gaza que, como todo el sector, "está a punto de colapsar".
"No sé cómo vamos a gestionar el enorme número de personas heridas", lamenta. Tira de cifras para explicar sus miedos. "Ahora mismo tenemos más de 3.000 pacientes heridos, cuando en nuestro hospital en un día normal tenemos una capacidad máxima de 700 camas".
El caos es tal, explica el doctor, que algunos de esos pacientes en estado grave siguen esperando en la unidad de emergencias para ser operados, "pero no tenemos espacio ahora mismo". La gravedad es si cabe mayor puesto que "la mayoría de los pacientes heridos son civiles, niños y mujeres".
Nedal reconoce estar trabajando "bajo mucha presión y con un equipo médico muy limitado". Para colmo de problemas, la urgencia es tal que reconoce haber tenido que abrir los almacenes de MSF "para el Ministerio de Salud de Gaza".
Desconfía de la orden de evacuación de hospitales dada por Israel. Básicamente, aclara, "no tiene sentido porque más de 3.000 pacientes heridos sólo en este centro no pueden ser evacuados a ningún sitio".
Israa Ali es traductora de Médicos Sin Fronteras en Jabalia, en el norte de Gaza. Allí consigue resistir junto a sus hijos. Para ella describir el día a día es prácticamente imposible. "Me faltan palabras para describir un día en la vida de la gente de Gaza en estos momentos".
"La mañana empieza básicamente cuando nos despertamos. Damos vueltas en la cama e intentamos dormir un rato, pero el ruido de los bombardeos no nos deja". Las noticias se siguen por radio, ante la falta de suministro energético. Recibido el primer parte, la tarea inicial es "correr a ver si hay combustible para encender el generador, y entonces nos damos cuenta de que el generador también está muerto. Entonces, reconocemos que vivimos en una Gaza sitiada".
La voz de mi hijo me llega imprecisa y sus palabras poco a poco se van aclarando: 'Mamá, tengo hambre, quiero desayunar', una petición que destroza a Israa ante la falta de provisiones básicas. "Empiezo a culparme por haber tenido hijos y haberlos traído a un mundo con condiciones tan terribles y guerras frecuentes, especialmente esta miserable guerra", confiesa.
"Cuando se tienen hijos, se hace todo lo posible por protegerlos y proporcionarles de todo. No prestas atención a las numerosas veces que escuchas el sonido de las bombas cayendo durante el día. Es un momento en el que se supone que debes ser una madre o padre fuerte, para mantener la calma por tus hijos. Pero lo cierto es que necesitas a alguien que te tranquilice".
El mayor miedo aún espera, llega al anochecer. "Drones israelíes, aviones de guerra, buques de guerra, cohetes pesados, bombas... se extienden como un reguero de pólvora". Su pensamiento se eleva a sus familiares, refugiados, como ella, allá donde han podido. Y aún así, explica a MSF, "intentas pensar en positivo, en que están lejos de los objetivos de las bombas, pero es en vano. Estaré preocupada hasta que escuche sus voces".