Resiste: los ciudadanos respaldan a la UE a seis meses de las elecciones y con la ultraderecha amenazando
Los europeos están cómodos unidos, saben que de la suma viene la fuerza y notan en su día a día la bondad de ser más. No es entusiasmo, porque hay quejas y dudas, pero sí seguridad. La entrada en liza de partidos euroescépticos es una incógnita.
Los europeos están a gusto en Europa, han entendido que la unión hace la fuerza, que sumar con otros redunda en su beneficio propio, doméstico, que el aislamiento es un atraso y que hay políticas y valores comunes que hay que defender y es mejor hacerlo por un frente común. No lo dicen los gobernantes, sino los propios ciudadanos, que en su día a día notan el peso de lo que se decide en Bruselas y por eso se preocupan y la defienden.
Los datos del Eurobarómetro hechos públicos esta semana arrojan una lectura positiva, sin entusiasmos, de eso que llamamos Unión Europea. Hay satisfacción, pero también quejas y lagunas. Y hay ganas de ir a votar, cuando quedan seis meses para la cita: las elecciones europeas se celebrarán entre el 6 y el 9 de junio de 2024, aunque un 62% de los sondeados ni se sepa la fecha. Ya lo apuntarán en la agenda. Lo importante es la predisposición a estar y decidir, en un momento de contestación al proyecto europeo, sobre todo desde la ultraderecha antisistema.
Son buenos datos los del Eurobarómetro: un 68% de los más de 26.000 entrevistados en los Veintisiete están dispuestos a pasear hasta el colegio electoral y votar en un semestre, una cifra de animados que supera en nueve puntos la del sondeo de hace cinco años, en la previa de los anteriores comicios europeos. Al final, en aquella convocatoria la participación quedó en el 50,7%. En España, la media de los convencidos de votar es un poco menor, del 64%, aunque hay que tener en cuenta también que justo venimos de un año cansado, con doble convocatoria electoral.
No se ha preguntado por intención de voto, pero sí por el grado de satisfacción de los ciudadanos, un buen termómetro. De ahí se desprende que quieren participar porque aprecian lo que les aporta Europa. Un 72% de los europeos dice que su país se ha beneficiado de ser parte de la UE, una cifra que es cinco puntos mayor a la de cinco años atrás y 18 superior a la de hace una década. España vuelve a estar entre los países más europeístas, con un 78% de ciudadanos convencidos de que estar en el club es cosa buena.
Las principales ventajas de estar en la UE son su rol de mantener la paz y la seguridad (34%), de mejorar la cooperación entre estados (34% también) y contribuir al crecimiento económico de los países miembros (29%). Un 53% apoya la aceleración de los esfuerzos de la UE para permitir que nuevos países se unan al grupo, lo que ya está haciéndose en el este y los Balcanes. Otro 70% cree que la UE tiene un impacto directo en su vida diaria, una cifra que no había sido tan alta en toda la legislatura.
De sus instituciones esperan que sigan en esa línea para defender valores fundacionales de la UE, como la democracia o las libertades, los derechos humanos o la igualdad -muy valorada en la encuesta por los españoles, como puedes ver en el PDF al final de esta noticia-.
Esa es la parte buena, pero los entrevistados también afean a Europa lo que no hace aún o creen que no hace en la medida justa. A saber: los ciudadanos estiman que tienen "muy poca influencia" en las decisiones que se toman a escala comunitaria (aunque cada vez se abran más cauces para ello) y que sus respectivos gobiernos tienen poca capacidad de influir en lo que finalmente decida Bruselas.
El contexto en el que se dan estas respuestas no es sencillo y eso multiplica su valor, la fidelidad al proyecto europeo. Este mandato que se apaga ha sido el de los grandes cambios y retos, que han obligado a Bruselas y a sus socios a cambiar su agenda, entender qué es lo urgente, lo prioritario y lo indiscutible y qué bases se quieren poner para el futuro. Ha habido un Brexit, una salida de un miembro, impensable, para la que no había mecanismos verdaderamente previstos, con el golpe que supone la ruptura y sus consecuencias diarias. Ha habido una pandemia como no se conocía en siglos, que obligó a poner todo lo demás en el cajón; Europa supo unirse de veras y lanzar dos proyectos que sintetizan lo que debe ser: la compra conjunta de vacunas, para que nadie se quedara atrás, y la creación de fondos de recuperación para que la vuelta a la normalidad económica fuera rápida y uniforme.
Más: ha habido una guerra, sigue habiendo una guerra, a las puertas de la UE, en un país que aspira a ser parte de ella, como Ucrania, que ha traído una crisis de precios y de bienes que afecta a todo el planeta y, aún con debate, aún con roces, se ha articulado una respuesta de ayuda -refugiados, sanciones, ayuda económica y militar- sin precedentes.
Pese a las dificultades, los europeos no se han ido. Ante las crisis, apuestan por sumar. El director general de Comunicación del Parlamento Europeo, Jaume Duch, afirma que el Eurobarómetro muestra "niveles de apoyo alentadores". "Europa importa", resume la presidenta de la Eurocámara, Roberta Metsola, pese al "difícil contexto geopolítico y socioeconómico". Hay un 73% de sondeados que cree que su calidad de vida empeorará en el último año y un 38% que cree que ya lo ha hecho en este 2023, pero no por eso culpan a Europa de ello.
Los radicales, al acecho
La inseguridad del tiempo por venir preocupa en las altas esferas europeas y en cada hogar de la Unión. Se multiplica la incertidumbre. Los ciudadanos, por eso, quieren que en la nueva legislatura en el Europarlamento se aborden de forma "prioritaria" la lucha contra la pobreza y la exclusión social, la sanidad pública, el cambio climático, el apoyo a la economía y la creación de puestos de trabajo. Que se les den respuestas desde la estabilidad.
En la legislatura que ahora acaba se han aprobado ya 236 leyes, según datos de la Eurocámara, que añade que hay 150 proyectos legislativos aún en proceso de debate y con los que tendrán que esprintar si quieren acabarlos a tiempo, porque a la vuelta de la Navidad en Bruselas y en Estrasburgo casi todo será ya campaña electoral. Por sacar adelante, entre otros, la primera ley de Inteligencia Artificial, el Pacto Migratorio Europeo o la ley de violencia de género, además de parte del Pacto Verde Europeo.
Estas tres últimas apuestas generan sarpullido entre los europarlamentarios de la derecha extrema que, si nada cambia, se multiplicarán en las elecciones del año que entra. A lomos de esa incertidumbre generalizada, pretenden hacerse fuertes con sus discursos de outsiders, de supuesta respuesta a las opciones tradicionales, demócratas, que se ven en dificultades de atender todos los frentes. El pesimismo y el cansancio siempre ha sido un oportuno río revuelto en el que pescar.
Los electores convocados en junio tienen en su mano repetir o no las victorias recientes de la ultraderecha y el populismo: en Italia, en Suecia, en Países Bajos... De los 720 escaños a repartir, estos partidos antisistema y euroexcépticos podrían lograr hasta 180, frente a los 130 que ya tienen, según una proyección de encuestas nacionales elaborada por los profesores Andreu Torner (Ramon Llull) y Giller Ivaldi (Sciences Po) para The Conversation.
Se trata de partidos que concurren a las europeas cuando no creen en Europa, porque así lo dejan claro en sus programas, pero que en los últimos tiempos están edulcorando sus mensajes contra los "burócratas de Bruselas". "Los partidos que antes eran prácticamente partidarios de salir de la Unión Europea hacen ahora otro tipo de propuestas que ya no pasan por salir -porque hace mucho frío fuera-, sino por adaptar la Unión Europea a como ellos consideran que debe ser", ha explicado Duch.
En los dos grandes grupos, como el de los Populares Europeos (conservadores) y el S&D (socialistas y demócratas) temen esta aceleración de la normalización, a la que ya están llamando líderes como la francesa Marine Le Pen, por lo que esconde verdaderamente, por el temor a que se descafeínen las amenazas para entrar en las instituciones y, luego, reclamar el ideario ya conocido, que no es precisamente europeísta.
Frente a una Eurocámara casi bicolor, con los años la representación en Bruselas y Estrasburgo se ha atomizado, primero dando cabida a liberales y verdes y, ahora, a la derecha extrema y el populismo. Actualmente, esa derecha radical se reparte en dos grupos: el de los Reformismas y Conservadores (ECR), en el que se encuentran los españoles de Vox, Hermanos de Italia, el polaco Ley y Justicia o los Verdaderos Finlandeses; y el de Identidad y Democracia (ID), con la Liga italiana (el partido de Matteo Salvini), la Agrupación Nacional gala (los de Le Pen), el Partido de la Libertad de Austria o Alternativa para Alemania (segunda ya en intención de voto en su país y primera en recaudación de fondos).
En este tiempo de precampaña se están produciendo movimientos importantes entre ECR y el Partido Popular Europeo, con intentos cruzados de cierto acercamiento para ganar peso en el Eurparlamento y hacerse fuertes en la toma de decisiones, porque de eso de trata: de legislar y de mandar, también, en la Comisión Europea.
Manfred Weber, el líder del PPE, siempre ha dicho que para admitir nuevos miembros en su grupo tienen que pasar una triple criba: demostrar que son proeuropeos, respetar el estado de derecho y apoyar de forma inequívoca a Ucrania en su lucha contra la invasora rusa. Con el paso de los meses, ha acelerado su acercamiento a los Conservadores y Liberales, un grupo con 62 diputados (el PPE tiene 187, es el grupo mayor). El más claro es a los Hermanos de Italia, de Meloni.
Hasta el propio Alberto Núñez Feijóo, presidente del PP español, en una entrevista con el diario italiano Corriere della Sera, dijo en campaña que sus relaciones con la primera ministra ultraderechista esperaba que fueran "correctas y fructíferas" si vencía. "Creo que la señora Meloni podrá tener mayores contactos con el Partido Popular Europeo en el futuro", añadió, no por casualidad. "¿Sería entonces deseable para la UE que Meloni se uniera al PPE?", le preguntan, y el gallego responde: "Indudablemente". La ruptura de muchos cordones sanitarios contra la ultraderecha ha dado alas a estas formaciones, hoy asentadas como socios de gobierno o muletas de gobernabilidad.
Meloni alienta esa nueva cercanía, a la que le gustaría llevarse a otras formaciones el PiS polaco, pero no hay nada claro sobre esa alianza, que no gusta a la parte más moderada de la derecha clásica. Con ID no hay posibilidad de hacer intercambios: se entiende que son una derecha aún más a la derecha que no los haría compañeros de viaje factibles, incumplidores de libro de las líneas rojas que marca Weber.
"Los éxitos futuros apuntan a un desplazamiento del centro de gravedad de la política europea y a un mayor poder para la extrema derecha, que sigue siendo la principal fuente de oposición a los valores fundacionales de la Unión Europea, en particular dentro de la ID", dicen los profesores Ivaldi y Torner. "Las consecuencias también incluyen el riesgo de un endurecimiento de las políticas de inmigración de la UE y un retroceso conservador en las grandes cuestiones de la transición climática y energética, como una amenaza más para un Pacto Verde Europeo debilitado por la crisis económica".
La respuesta la tienen en su mano 400 millones de electores.
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