¿Qué hay detrás del acercamiento entre Rusia y Arabia Saudí?
Su alianza para seguir recortando la producción de petróleo y que los precios suban es la última muestra de una relación floreciente la que todos tienen intereses.
El ministro de Energía de Arabia Saudí, Abdulaziz Bin Salmán, echó el pasado lunes un jarro de agua fría a la economía mundial: desde el Congreso Mundial del Petróleo en Calgary (Canadá), aseguró que van a seguir recortando la producción, por lo que los precios del combustible seguirán subiendo. La medida le va muy bien a su país, segundo productor mundial de petróleo, pero también a otros, como Rusia, el tercero. Riad y Moscú, en este plano, han mostrado en los últimos meses un acercamiento que preocupa en Occidente. ¿Es sólo negocios o hay algo más?
Es la pregunta que los analistas llevan meses haciéndose, desde que Vladimir Putin inició la invasión de Ucrania, en febrero de 2022, y los mercados internacionales de la energía se volvieron locos, se dieron la vuelta, se cambiaron las tendencias, las apuestas y las alianzas. La lectura más repetida es que estamos ante un ejercicio de realpolitik, de pragmatismo claro, sobre todo por parte de Arabia, que quiere más independencia respecto de Estados Unidos pero, sobre todo, plantea como vital diversificar aliados y mercados de cara al futuro.
En un informe publicado por el Carnegie Endowment for International Peace, los especialistas Andrew S. Weiss y Jasmine Alexander-Green reconocen que hay "avances oportunistas" de Moscú en todo Oriente Medio y, en particular, en el Golfo Pérsico. En el caso de Arabia, habla de una "floreciente relación" que se ha visto robustecida recientemente por dos eventos: las negociaciones sobre el petróleo en el marco de la OPEP+, en las que las dos capitales piensan igual sobre los recortes de producción, y la mediación del príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed Bin Salmán, en la liberación de una decena de prisioneros extranjeros que Rusia tenía en su poder, detenidos en el conflicto con Ucrania.
Sin embargo, los analistas echan la vista atrás para explicar que, si bien esos momentos han elevado de nuevo el nivel de las relaciones bilaterales, lo cierto es que venían ya intensificándose desde hace al menos cinco años. Primero, con el lanzamiento de un acuerdo de producción de petróleo de la OPEP+ en 2016, una Organización de los Países Exportadores de Petróleo ampliada y que permite un mayor dominio del mercado -alcanza el 60% de la producción mundial de crudo-. Y un año más tarde, con la "histórica" primera visita del rey saudita Salman Bin Abdulaziz Al Saud a Moscú, en octubre de 2017.
Aquel encuentro limpió las chimeneas de la relación Riad-Moscú, pese a que se fondo de mantenía el encontronazo sobre la guerra de Siria, en la que Rusia apoya al dictador Bachar el Assad y Arabia ha participado en la coalición internacional en su contra. Mantenía, ya no, porque en mayo, tras 11 años de ruptura, los dos países volvieron a cruzar representaciones diplomáticas. Entonces, Putin y Salman cerraron un acuerdo energético por valor de mil millones de dólares y otro armamentístico por 3.000.
Por un lado, los rusos lograban ahondar en su estrategia general de hacer revivir su influencia en Oriente Medio -muy perdida tras la disolución de la URSS aunque en el caso saudí fue entonces cuando le llegó el inicio de relaciones diplomáticas-, y por otro, los saudíes potenciaban su estrategia de diversificar en sus alianzas militares y económicas. Se necesitaban mutuamente.
Para entender esta apertura de Riad hay que recordar que Estados Unidos, el país que siempre ha sido su defensor desde su independencia, en 1932, estaba y está en un momento de reducida confianza con ellos. Ya comenzó el descenso, sobre todo, en la Administración Obama, y así se inició, progresivamente, su estrategia de reducir esa dependencia de Washington. Putin, que estaba empezando a notar las primeras sanciones internacionales por quedarse ilegalmente con la península ucraniana de Crimea en 2014, necesitaba también nuevos mercados y socios.
El informe del Carnegie dice que hay un "deseo generalizado en toda la región de protegerse contra los supuestamente menguantes vínculos de seguridad con EEUU", con casos como los ataques iraníes contra intereses saudíes o emiratíes que han quedado sin réplica por parte del Gobierno de Joe Biden. Hay quien se pregunta si la zona ha dejado de ser "un interés central de seguridad nacional" para EEUU, ahora que sus ojos se posan sobre todo en Asia, y cuando ha reducido notablemente o ha borrado directamente su presencia militar en Irak o Afganistán.
Todo eso influye pero los especialistas precisan que eso no quiere decir que Rusia vaya a por todas a ocupar el papel de EEUU ni que los países de la zona lo busquen justo para eso. "Sería una exageración concluir que Rusia y los actores regionales en realidad se están posicionando para que el Kremlin se convierta en un importante proveedor de seguridad en el Golfo Pérsico, y mucho menos suplante a Estados Unidos", afirman.
O sea, no hay ruptura, aunque sí lejanía, entre los dos socios históricos, aprovechada por otros, como ahonda también Moussa Bourekba, investigador principal del CIDOB. "Si bien la retirada gradual de Estados Unidos ha facilitado que otras potencias regionales y extra regionales, como Rusia, hayan aprovechado la coyuntura para llenar el vacío de poder, ninguna ha sido capaz de imponerse como el actor dominante", indica en un informe sobre las relaciones retomadas entre Arabia Saudí e Irán, hace seis meses.
Lo que sí hay, constatan, es un interés económico común en el tema energético ante las perspectivas inciertas de la demanda. Arabia busca otros socios que no sean EEUU sin hacer preguntas incómodas como si tienen un régimen democrático o respetan los derechos humanos, porque tiene una viga en su propio ojo. Su sentido práctico va más allá de eso y tampoco puede dar lecciones a nadie.
Respecto a la guerra de Ucrania, como tantos en su región, evitó condenar la invasión rusa y ha jugado, de cara a la galería, un papel templado de mediación, como demuestra la reunión de principios de agosto pasado en Yedá. El Kremlin no mandó delegación. Antes, en marzo, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, había participado en el país en una cumbre de la Liga Árabe en la que se le dio un recibimiento que Putin nunca ha tenido.
Es una posición de "ambivalencia", insiste el reporte, que le ha ido bien hasta ahora. Ha sacado beneficio al ponerse del lado de Rusia sobre el petróleo. También a Putin le ha ido bien, claro, que ha podido "recargar sus arcas" y hacer frente mejor a las sanciones mundiales. Es verdad que esta postura le ha causado roces con Biden. El mandatario norteamericano visitó Arabia Saudí en julio de 2022 para pedirle que liberara más petróleo, para que la inflación (nunca vista en 40 años) bajara y pudiera enfrentarse en mejores condiciones a las elecciones legislativas de mitad de mandato que debían celebrarse en noviembre y de las que, al final, no salió mal parado.
Bin Salman le dijo que no, le enseñó "el dedo de en medio", como dijo la prensa de Washington. Es parte de su comportamiento, el del heredero que sabe que su padre ya no tiene poder de gestión e impone su visión, el que manda de facto. Martin Chulov, corresponsal del diario británico The Guardian en Oriente Medio, afina afina que tampoco es la primera vez que le da la espalda a EEUU, aunque haya habido relaciones más "sensibles" entre los dos estados en el pasado. Hasta ahora se "endulzaba" y esta vez, con el caso del crudo, Riad ha vuelto a hacer lo que ha querido, pero sin ponerle lazos, viene a decir.
Quiere una economía poderosa en el mundo árabe y capacidad de influencia geopolítica mundial, aunque el negocio siempre va por encima de las ideologías en la hora final. Aunque, sí, a Bin Salman le gusta la manera de actuar de Putin, indica el reportero. Desde su manera de reprimir a la disidencia y el apuntalamiento de un estado cada vez más policial al aumento de la base nacionalista de la gestión o el control de los oligarcas patrios.
El historiador y arabista Jean-Pierre Filiu, en Le Monde, sostiene que Arabia "necesita el precio del petróleo crudo en un mínimo de 80 dólares el barril" para financiar una apuesta personal del príncipe, la Visión 2030, un plan que se sustenta en el "dinamismo geográfico" y en la moderización del país. "Un marco estratégico para reducir la dependencia de Arabia Saudita del petróleo, diversificar su economía y desarrollar sectores como salud, educación, infraestructura, recreación y turismo", dice la web del proyecto.
Este experto afirma que Arabia y Rusia "chocan" porque cada cual tiene intereses muy distintos. Si Riad quiere su Visión, Moscú quiere dinero para pelear en Ucrania y ganar influencia, para lo que ha mandado a su ministro de Exteriores, Sergei Lavrov, a dar vueltas por Asia, África y América para lograrla. "Parecen cada vez menos conciliables", dice sobre estos propósitos, a pesar del acuerdo sobre el petróleo. Puntualiza Filiu que Rusia ha prometido la reducción de barriles pero no siempre ha cumplido y eso ha puesto la "desconfianza al orden del día". Una visión diferente. Y hay una pelea mutua de fondo: los mercados. El pasado marzo, por ejemplo, Rusia desplazó a Arabia Saudí como primer suministrador del gigante chino.
El príncipe heredero, a través de su hermano el titular de Energía, está dejando caer ya mensajes en foros internacionales de que su alianza con Rusia es puramente técnica, que Moscú le es útil por el petróleo, que las consideraciones comerciales no se van a imponer a las de seguridad nacional, apalabradas con Washington. Intenta salir a flote de la guerra interminable con Yemen y Siria, el bloqueo con Qatar o el desgastante pasado con Irán, sin olvidar el recelo mundial generado por el asesinato del periodista crítico Jamal Khashoggi. En mitad de todo esto, está cerca la alegría para Biden de que Arabia e Israel acaben por reconocerse y colaborar.
¿Y si el coqueteo, por peligroso que sea, busca ganar dinero y, a la vez, hacer que EEUU le preste un poco más de atención e incremente su protección, como apuntan algunos articulistas? Lo cierto es que hay puntos en común, importantes y sostenidos en el tiempo. Está por ver dónde acaba.