Qué se espera ahora de la nueva campaña transformada tras el atentado a Trump
La primera prueba de fuego será la Convención Republicana, que ya dará pistas: o llamadas a la unidad o reproches a la "izquierda", o altura de miras o victimismo. Las bases ya están movilizadas con sus candidatos, ahora hay que ver los indecisos.
La imagen es poderosísima: el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, con la cara ensangrentada, el puño en alto, la bandera de su país de fondo, rodeado de personal de seguridad que no vio la bala que lo quiso matar, tratando de llevárselo del estrado en su mitin en Butler, Pensilvania. Y su boca abierta y el grito atronador para sus seguidores: "Luchad, luchad".
Sólo los mayores recuerdan las épocas de los atentados contra sus mandatarios. No las nuevas generaciones, que ayer se toparon con la violencia echa carne, con un muerto en la morgue que por muy poco no fue el hombre que aspira a volver a la Casa Blanca, como candidato del Partido Republicano. Un verdadero shock de país, un momento dramático. Eso, forzosamente, va a alterar la campaña electoral de aquí a los comicios del 5 de noviembre. Cómo, está por ver, porque la detonación aún hace eco.
Hay que entender que el discurrir normal de la pelea política ha cambiado. Ya era fea, a cara de perro, de enorme tensión verbal -especialmente alimentada por el propio Trump-, pero ahora hay una conmoción mental añadida en toda la población, la certeza de que ni un señor tan poderoso y protegido como Trump está a salvo de nada, de que cualquier cosa puede pasar y alterar la vida del país. El aura de seguridad de los mandatarios, en pleno siglo XXI, se rompe como se rompieron las de John F. Kennedy o Ronald Reagan.
Sobre esa base tambaleante, la del estallido que puede llegar en cualquier momento, toca construir imágenes, relatos y apuestas. Del camino que elijan los contrincantes depende mucho de lo por venir. Pero, de partida, ya hay una cosa clara: Trump resurgirá tras un intento de magnicidio como un héroe mítico, aún mayor que hasta ahora, para su movimiento MAGA (Make America Great Again), con la Convención Nacional Republicana que se ha inaugurado este lunes como primera prueba de su nuevo estatus. Toda la solidaridad, de amigos y enemigos, está con él, ese hombre de 78 años que reaccionó con vigor y furia a un intento de asesinato. Con la legitimidad, además, que da ser la víctima.
Volvamos al camino. Cuando el horror del tiroteo del sábado apenas comienza a tranformarse en un nuevo trauma nacional, semejante al del asalto al Capitolio de Washington en enero de 2021, tanto el expresidente como el presidente demócrata, Joe Biden, están controlando sus palabras y aferrándose a los discursos de unidad. Ninguno se comporta por ahora como un descerebrado: saben lo fácil que es matar en un país donde hay más armas que ciudadanos y el riesgo de que el derramamiento de sangre engendre más derramamiento de sangre, dada la intoxicación de la política al menos en las dos últimas legislaturas. A los resultados electorales no reconocidos, los juicios, los hijos díscolos, los papeles secretos... sólo les faltaba añadir balas.
"Un expresidente ha sido tiroteado, un ciudadano estadounidense asesinado mientras simplemente ejercía su libertad de apoyar al candidato de su elección. No podemos -no debemos- seguir por este camino en Estados Unidos", dijo Biden, haciendo un llamamiento a la calma y a la unidad de una nación polarizada, en un discurso pronunciado desde el Despacho Oval este domingo por la noche. Inusual y potente. Dicho con energía, también algún desliz, pero con presencia de Estado, que es lo que ahora mismo hace falta. Es un mensaje que ha repetido hasta en dos ocasiones, también al anunciar una investigación independiente sobre lo sucedido.
"En las urnas, no con balas", es su petición a los norteamericanos para que rebajen la tensión y muestren a quién quieren en la Casa Blanca. Su discurso fue rápido y contundente. "La política nunca debió ser un campo de batalla y, Dios no lo quiera, un campo de exterminio", enfatizó con aire conmovido. "No importa cuán fuertes sean nuestras convicciones, nunca debemos caer en la violencia", defiende.
Trump también se ha sumado a esa llamada, sin barbaridades. En diversas entrevistas a medios ideológicamente cercanos, ha dejado entrever su estupefacción pero, también, su deseo de no elevar más la temperatura. "Se supone que debería estar muerto", explica, relatando que el médico que lo atendió habló directamente de "milagro". Entre agradecido y desafiante, lo que ha preferido es llamar "a la unidad nacional". "No tendremos miedo", defiende.
Se pensó alterar su agenda de la convención, pero la ha mantenido para dar imagen de fortaleza pero también, dice, porque "no va a permitir" que nadie emponzoñe la política. "Acabo de decidir que no puedo permitir que un atacante, o asesino potencial, obligue a cambiar la programación, o cualquier otra cosa", dijo literalmente. Lo que sí avanza es que su discurso del jueves en el congreso de su partido será "muy distinto" al que tenía pensado. "Esta es una oportunidad para unir a todo el país, incluso a todo el mundo", defiende.
Algunos sí están diciendo disparates en estas horas de dolor. Y es que el partido está dividido sobre el mensaje que hay que transmitir. El presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Mike Johnson, no se ha salido de la línea de hermandad. "Es un momento oscuro en la historia del país. Es un momento peligroso. Y hemos estado sugiriendo que todos los cargos electos, desde el presidente hacia abajo, intenten realmente unir al país. Necesitamos un mensaje unificado. Necesitamos bajar la temperatura", dijo en la CNN.
Pero saltan las alarmas porque no todo el republicanismo está manteniendo el mismo paso. Ya están surgiendo voces potentes, autorizadas, que están calentando el ambiente señalando a los demócratas como culpables del atentado. Lo ha hecho, por encima de todos, el senador de Ohio J.D. Vance, a quien anoche anunció como su compañero en la boleta, su aspirante a la vicepresidencia, su nueva mano derecha. Ha señalado que la "izquierda" ha generado un "entorno retórico" favorable a la violencia. Y escribió en la red social X: "La premisa central de la campaña de Biden es que el presidente Donald Trump es un fascista autoritario que debe ser detenido a toda costa (...). Esa retórica condujo directamente al intento de asesinato del presidente Trump".
Y, sobre todo, calienta el ambiente Donald Trump Junior, el hijo del atacado. "Es casi como si les encantara que esto sucediera", ha declarado, agudizando la polarización. Dice que ahora ya no se puede señalar a su padre por el asalto al Capitolio, como si más sangre limpiara sangre pasada. "En realidad, no me persiguen: TE persiguen", es una de las frases que más repite Trump padre al acusar a sus adversarios de una encerrona judicial contra su figura, que llena camisetas y vallas.
No es nuevo. El millonario ha llevado su intento de recuperar la Casa Blanca como una campaña de venganza personal y política, afirmando que sus procesos legales, incluida su condena en un juicio de pago de dinero por silencio en Nueva York a Stormy Daniels y dos juicios pendientes sobre su intento de frustrar la voluntad de los votantes en 2020, son sólo prueba de persecución política. Pero repetirlo tras el atentado sería más peligroso.
Y Trump ya tiene las encuestas a favor desde hace dos años. Realmente, ¿para qué tensionar más si puede serle contrapruducente? Porque no hay que olvidar que Trump, aparte de ser el hombre que azuzó alas hordas del Capitolio, fue quien abrazó teorías conspirativas racistas como la del nacimiento del entonces presidente Barack Obama, o quien se mofó de que atacaran con un martillo al marido de Nancy Pelosi, que acabó en la UCI. Violencia verbal y física. "Así que tiene dos vías: intentar rebajar su retórica envenenada y ser astuto y hasta generoso, cuando los ciudadanos tienen miedo o, de nuevo defender, que todo es una confabulación de los progresistas y clamar venganza", explica el americanista Sebastián Moreno.
Si esa es la tendencia que se impone, quedan semanas muy tensas por delante. Gary O’Donoghue, el corresponsal de la BBC que estaba presente en el acto donde se atacó a Trump, y que acabó cuerpo a tierra como todos los presentes, ha explicado que en mitad del revuelo escuchó claramente alusiones a "esto es una guerra civil" o "ellos dispararon primero". No suena tranquilizador. Cuidado con los escenarios electrizados, envalentonados.
La Convención Republicana en el estadio de los Milwaukee Bucks es la primera piedra de toque para ver por dónde sopla el viento. Trump se presenta en una cita ante muchos seguidores, que ya lo veían con una luz casi divina, sobrehumana, tras haber escapado de la bala de un posible asesino, para reclamar su tercera candidatura consecutiva del Partido Republicano. Ahora, los horribles acontecimientos del fin de semana no harán sino reforzar su control sobre su partido -que los conservadores clásicos han perdido en EEUU-, capitalizando ese liderazgo en un escenario que, antes del ataque, ya estaba previsto como fasto tras fasto. Puede ser aplastante. Los encuestadores estarán atentos para ver si la simpatía por lo ocurrido aumenta su ventaja en los estados indecisos, al menos seis, en los que ya está de hecho por delante.
El ajuste para Biden
Biden, por su parte, ha pasado las dos últimas semanas luchando por salvar su propia candidatura, anclada precisamente en su nefasto debate en esta misma cadena de noticias, donde sus despistes y patinazos superaron lo ya conocido -que era mucho-. A sus 81 años, se desató el pánico entre los demócratas, que si sigue él ven cercana la victoria de Trump, sin posibilidad de pelea. El alboroto por el intento de asesinato de Trump puede pausar la rebelión intrapartidista contra Biden por ahora, especialmente cuando asume su papel como líder de una nación en crisis repentina, echándose a la espalda esa necesidad de unir, de coser, que ya dijo en su elección en 2020 que era su prioridad más urgente. Asignatura pendiente, parece.
Es demasiado pronto para saber cómo responderán los votantes a los sucesos profundamente dolorosos del mitin en Butler. Los partidarios de Trump ya estaban muy movilizados y se espera que su base se robustezca. ¿Pero se ampliará también? Moreno no lo ve claro. "Hay solidaridad tras el ataque, pero todo el mundo conoce ya bien a Trump. Se pueden mover algunos votos, pero la esencia ya estaba", indica. "Los próximos días son determinantes: hay que ver si Trump ahonda su idea de una masculinidad fuerte, en contraste con la debilidad de Biden, o si a Biden le llegan apoyos por su papel de hombre de Estado que actúa como debe en mitad de una crisis nacional. Las críticas a su figura se han rebajado, claro, en estas horas", constata.
El actual presidente puede tener un problema añadido: se ha filtrado en la prensa norteamericana que los demócratas tenían ya lista una campaña potente que atacaba directamente a Trump por su pasado pero, ante la nueva coyuntura, han mandado a parar máquinas. Un poco feo ir a la carga contra un señor tiroteado. Eso hará a Biden perder empuje y tiempo, pero lo contrario no sería de recibo. "Ahora tiene que manejar bien los tiempos y ver cuándo puede entenderse la página como pasara, como moral cargar de nuevo contra el contrincante", indica Moreno, quien sí espera que el republicano se vea beneficiado con más dinero en recaudaciones a raíz de la agresión de Thomas Crooks, un joven de 20 años registrado como votante republicano y abatido tras disparar.
Entiende que Biden ha hecho "bien" en ser "firme" con la idea de investigar lo ocurrido y de responder a los posibles fallos del servicio secreto, que hoy se impone como el debate principal en EEUU, por encima de las motivaciones del agresor para disparar. "Es lo que hace un estadista, pero es que además le puede ir bien a su imagen, por demostrar mando y capacidad", indica. El cargo le da "un despliegue del poder simbólico", un "músculo" que sólo quien está en el Despacho Oval tiene en su mano, y más, "demostrando grandeza con su oponente". "No hay lugar en Estados Unidos para este tipo de violencia, para ninguna violencia jamás", dijo Biden, conquistando titulares.
La pregunta es: ¿cuándo va a poder volver a retar a Trump en público sin parecer un señor sin corazón? El experto entiende que en "no mucho tiempo" volverán los toques de atención, porque "la campaña es así y, además, Trump tiene motivos para el reproche, herido o no". Los demócratas, en la prensa local, dicen que no se puede dejar caer la advertencia de que representa una amenaza para las libertades democráticas que definen el alma de Estados Unidos, con o sin atentado. Hace cuatro años, 80 millones de ciudadanos votaron a Biden justo para impedir que se alterase la democracia, no tanto por aprecio al candidato demócrata como por rechazo a Trump. Es algo que hay que recordar a estas alturas.
Los sondeos ya arrojan cambios en las intenciones de voto y, aunque es demasiado pronto para hacer lecturas a largo plazo, los cambios son a mejor para el republicano. Este sábado, Trump era el favorito en todas las fuentes fiables. El republicano tenía un 75% de opciones de ganar la presidencia, según el modelo basado en sondeos del semanario The Economist. En el mercado de apuestas le daban un 57% de probabilidades, y en la comunidad de predicciones Metaculus rondaban el 65%. Esas dos últimas predicciones se han actualizado tras el tiroteo, elevando las opciones de Trump hasta el 63% y el 72%, respectivamente. El voto básico tanto para Trump como para Biden probablemente estaba asegurado antes del ataque y lo seguirá estando. Hablamos de márgenes, pues.
Por eso, todos miran a un detalle que, hasta ahora, se ha mantenido muy estable: hay decenas de miles de votantes en los estados indecisos (Michigan, Wisconsin, Pensilvania, Nevada, Georgia y Arizona) que siguen teniendo en sus manos el destino de la Casa Blanca y el futuro de la nación. Un país que tiene que encajar el golpe del atentado, caminar con él... y decidir.