Otra vez la guerra Israel-Líbano: diferencias y lecciones que aprender respecto a 2006
Que Israel y Hizbulá estén chocando no es nuevo, como no lo es que los libaneses se lleven la peor parte. Pero sus fuerzas han cambiado mucho en 18 años, desde la última guerra abierta, y la nueva invasión terrestre despierta demasiados fantasmas.
Israel ha invadido Líbano. Nos llevamos las manos a la cabeza pero, en realidad, el titular no es nuevo. Hay que añadirle "otra vez". El odio es viejo y así son las cosas desde los años 80. Muy cansado, muy doloroso para los civiles de los dos lados de la frontera y, en especial, para los libaneses, que son los que se llevan históricamente la peor parte. También ahora. Y más aún ahora, cuando la crisis desborda las fronteras y se convierte en regional.
Que haya botas israelíes sobre el terreno cambia radicalmente la tendencia del último año, un tiempo en el que el partido-milicia Hizbulá y el Gobierno de Tel Aviv se han enzarzado en ataques cruzados, con Gaza de fondo. Ha habido lanzamiento de cohetes y bombardeos puntuales, hasta que hace dos semanas, todo se aceleró con la andanada israelí: corte de comunicaciones a base de explosivos e inteligencia, bombardeos "quirúrgicos", luego masivos, y así hasta la entrada en juego de Irán atacando masivamente a Israel y hasta la operación terrestre de la noche del martes. Esa que trae fantasmas del pasado, de 2006 para ser exactos.
Estamos en aquel punto, pero 18 años después, un tiempo en el que los dos rivales han cambiado mucho. Y el escenario, también. Hay muchas lecciones que aprender de entonces y muchos errores que no se deben repetir, pese a que la comunidad internacional se mueve (si acaso lo hace) demasiado lentamente para impedirlo y se vende la idea de que la guerra, tal como está, era inexorable.
La de 2006, todo un latigazo entonces para el statu quo de Oriente Medio, comenzó con un ataque de Hizbulá. El 12 de julio, sus combatientes lanzaron cohetes sobre las poblaciones fronterizas israelíes y uno de sus proyectiles antitanque golpeó a dos vehículos blindados ligeros Humvee del Ejército de Israel, que patrullaban en la frontera vallada. La emboscada dejó tres soldados israelíes muertos y otros dos fueron prisioneros, que fueron trasladados al interior del Líbano. Cinco soldados más murieron en suelo libanés al intentar rescatarlos.
Hizbulá pidió de inmediato a Israel la liberación de prisioneros libaneses a cambio de los dos militares, pero Tel Aviv se negó a atender el "chantaje" y respondió con bombardeos aéreos y de artillería contra objetivos libaneses que incluyeron, además de objetivos del Partido de Dios, infraestructuras civiles esenciales del país y el aeropuerto de la capital, Beirut. Las Fuerzas Armadas de Israel ampliaron la ofensiva con una invasión terrestre del sur de Líbano y se impuso un bloqueo aéreo y naval.
La milicia chií no se ablandó por ello y siguió incrementando los disparos de cohetes sobre el norte de Israel, mientras resistía con técnicas de guerrilla en los montes de la frontera. El mundo miraba alucinado cómo un grupo armado con apenas 20 años de experiencia estaba manteniéndole el pulso al mejor ejército de la región, de lejos.
El conflicto de 34 días que siguió fue finalmente considerado un fracaso militar por Israel. Sólo terminó con un alto el fuego que condujo a 17 años de relativa calma en la frontera de facto. Se causaron millones de dólares de daños en Líbano (más de 6.700 de hace casi 20 años), se barrieron barrios enteros como el de Haret Hreik, y se alcanzaron 5.000 objetivos de Hizbulá pero, a cambio, el considerado "grupo terrorista" por EEUU o Europa lanzó más de 4.000 cohetes, una cifra sin precedentes entonces.
Sin el Consejo de Seguridad de la ONU, tan denostado, nadie se habría impuesto. No ganó Tel Aviv, el más fuerte, algo que debe tener en cuenta en su nueva intentona y que es algo que las voces más críticas en el seno de la sociedad israelí le recuerdan ahora.
Lo que Israel quería
Durante la invasión de 2006, el Ejército israelí mató a 1.191 libaneses, "la gran mayoría civiles", según Human Rights Watch, que calcula que no más de 250 de las víctimas fueron en realidad miembros de Hizbulá. Se estima que 43 civiles israelíes murieron a causa del lanzamiento de cohetes hacia su territorio y unos 120 soldados perdieron la vida.
Según el entonces jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), Dan Halutz, eran cuatro los objetivos que se querían lograr: la liberación de los dos militares secuestrados, "remodelar la situación de seguridad a lo largo de la frontera [israelí-libanesa] y evitar que Hezbolá llegue a territorio israelí", "debilitar la organización Hezbolá" y lograr que el Gobierno libanés ejerciera "su soberanía sobre su propio [territorio] y las actividades que emanan de su territorio".
Esas afirmaciones recogidas por la prensa israelí del momento llaman la atención por el paralelismo con la actualidad. Salvo el secuestro puntual -que tuvo un fuerte impacto en la sociedad israelí y ha inspirado hasta obras de ficción-, los otros tres puntos son similares hoy. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha expresado su deseo de "cambiar la seguridad de la zona" e instaurar incluso un "nuevo orden" en Oriente Medio, empezando por Hizbulá, a quien se está debilitando en todos los frentes (desde sus comunicaciones a su liderazgo, con el asesinato de Hassan Nasrallah, pasando por sus silos de armas y milicianos). Sobre el papel de Líbano, Tel Aviv ha reclamado la presencia de sus tropas en el sur del país, en una zona en la que su presencia se ha reducido por el poder local que tiene Hizbulá, a quien pocos dudan el calificar de un estado dentro de un estado.
Al igual que en 2024, Israel inicialmente recurrió a un intenso bombardeo aéreo sobre aldeas libanesas. También advirtió a los residentes que evacuaran, aunque muchos afirmaron entonces que no pudieron hacerlo a tiempo o no quisieron hacerlo. Hoy se calcula que hay ya un millón de desplazados internos en el país y hay decenas de miles de libaneses que incluso han buscado refugio en la vecina Siria, ese país que sigue en guerra y desde el que en los últimos años han llegado a Líbano 1,5 millones de refugiados. La amenaza a la vida y la seguridad se ha dado la vuelta y ahora son los acogedores los que necesitan cobijo, en un país donde ya el 44% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, sin necesidad de una guerra mediante.
Israel también bombardeó entonces infraestructuras civiles, incluidas carreteras y puentes, e infraestructuras militares, como estaciones de radar pertenecientes a las Fuerzas Armadas Libanesas, alegando que estaban siendo utilizadas para ayudar a Hizbulá. Este paso aún está por dar en esta ofensiva, aunque daños civiles se están causando, sin duda: esta noche pasada, se ha atacado por primera vez un campo de refugiados palestinos, situado en Beirut, y los daños en edificios residenciales son cuantiosos, indica el Gobierno libanés. Los muertos, más de mil, no son obviamente sólo milicianos de Hizbulá, detalle que Israel no destaca.
Finalmente, los soldados israelíes entraron en el sur del Líbano, una decisión que se tomó sólo después de que quedó claro que la escalada de bombardeos no iba a lograr lo que Israel quería. Aun así, la invasión terrestre no logró esos objetivos de partida.
La situación ahora parece inquietantemente similar. Ni Hezbolá ni Israel dicen querer una guerra a gran escapa, pero se encuentran ya en ella, hasta la cabeza. Al igual que en 2006, Israel está actuando como si la superioridad tecnológica de su fuerza aérea y su artillería pudiera hacer retroceder a Hizbulá de la frontera, al norte del río Litani, y detener así los ataques con cohetes, aviones no tripulados y misiles que han obligado a evacuar a los residentes del norte de Israel, hasta 60.000. Su retorno es, dice Netanyahu, la prioridad esencial de esta guerra. Luego vendrá "asegurar" la frontera para que nunca más tengan que irse.
Eso no funcionó entonces. Y hay errores, reconocidos por el propio Tel Aviv, que se hicieron públicos, se reconocieron con informes y comparecencias, de los que tomar nota.
Un "fracaso completo"
El fracaso del poder aéreo en 2006 dejó a Israel con una invasión terrestre como su "única opción" militar restante, una situación que vuelve casi dos décadas después. Mismos argumentos. Esto significa que no ha tenido en cuenta el duro veredicto emitido por una investigación gubernamental, conocida como la Comisión Winograd, sobre aquella vieja guerra de 2006.
"Israel inició una larga guerra, que terminó sin una clara victoria militar", escribió en su informe dicha comisión, bautizada asó en honor al juez emérito Eliyahu Winograd, que la encabezaba. "Si se sabe de antemano que no existe ni la voluntad ni la posibilidad de lograr tal victoria, es aconsejable evitar a priori (presuntamente) iniciar una guerra o incluso emprender acciones que puedan desembocar en una guerra", decía el documento, uno de los más duros contra los estamentos político y militar de Israel que se recuerdan y ejemplo de transparencia, que hoy se ve impensable en la Administración Netanyahu. No hay nada parecido, por ejemplo, sobre los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023 y la respuesta oficial.
"Los más importantes líderes civiles y militares del Gobierno no lograron comprender ni internalizar el hecho de que se habían alistado, en efecto, para una guerra en toda regla, no sólo para una operación de represalia", añadían las conclusiones.
El comité llevó a cabo su primera sesión plenaria el 18 de septiembre de 2006 pero sus conclusiones iniciales no se conocieron hasta abril de 2007. Un año más tarde estaba el texto definitivo. El primer ministro de entonces, Ehud Ólmert; su ministro de Defensa, Amir Péretz, y el comandante en jefe del Ejército, el teniente general Dan Jalutz, salían muy malparados.
En 2006, la investigación concluyó que los bombardeos aéreos nunca iban a detener los cohetes de Hizbulá. "No hubo una respuesta efectiva desde el aire al lanzamiento de cohetes de corto alcance", se afirmó.
La comisión también fue dura respecto a las operaciones terrestres de las FDI, afirmando que las fuerzas sobre el terreno y los comandantes no estaban bien preparados. Hoy la situación no es buena para Israel: sus soldados y mandos están agotados, tras un año de guerra en Gaza y de presión en Cisjordania, donde los niveles de violencia también son los peores vistos en 20 años. Cuesta que haya descanso y reemplazo, también se gasta el material, y nadie sabe por cuánto tiempo puede sostener una ofensiva de calado.
EEUU dijo anoche que esta entrada en Líbano no va a ser ni tan larga ni tan intensa como la de hace 18 años pero, entonces, ¿qué quiere Israel? ¿Sólo arrinconar más al norte a Hizbulá, inutilizar sus redes de túneles, sus silos de armas y refugios, o acabar con ellos? ¿A qué precio, externo e interno? ¿Cuánto será suficiente esta vez para sus mandatarios?
"Diez veces peor"
El israelí Alma Research and Education Center expuso en junio pasado que, si se repetía una guerra abierta entre Israel y Hizbulá, las consecuencias para ambos pueden ser mucho peores que las de entonces. Israel ha mejorado sus medios, es evidente, pero Hizbulá también lo ha hecho y el arsenal actual del que dispone puede eclipsa todo lo de entonces: 50.000 combatientes, 65.000 cohetes, 5.000 mililes que llegan a unos 200 kilómetros de distancia, otros tantos capaces de llegar a cualquier punto de Israel...
Si Hizbulá quiere, puede lanzar 10.000 cohetes al día a Israel, golpeando en paralelo con drones suicidas, dicen. Incluso si Israel es "brutalmente eficiente", puede verse sorprendido por ataques masivos y simultáneos que hagan colapsar sus medios de defensa aérea. Ahora se calcula que paran más del 90% de los proyectiles que se lanzan contra Israel, pero ese casi 10% restante es un peligro, más aún cuando Hizbulá tiene misiles más precisos y de mayor carga.
Actualmente, Israel tiene una cobertura de tres anillos o capas para cobijarse. En la capa inferior, la más próxima al terreno, se halla la Cúpula de Hierro (Iron Dome), que funciona desde 2011 en la interceptación de cohetes de corto alcance y artillería. En un punto medio, está la Honda de David (David's Sling), operativa desde 2017 y destinada a detener misiles balísticos y de crucero, así como cohetes de mediano y largo alcance. Y al fin, dispone de una capa superior, el sistema Arrow, que sirve para interceptar misiles que vuelan fuera de la atmósfera y entró funcionamiento también en 2017.
Ese blindaje no protege de todos, insisten los analistas de Alma, y por eso entienden que los ataques de Hizbulá pueden causar a Israel un daño "diez veces peor" que en 2006, llegando a infraestructuras esenciales, refinerías de petróleo, bases militares y hasta Dimona, ese complejo donde se cree que Israel guarda las armas nucleares que no declara y nadie duda que tenga.
No obstante, de su análisis de verano a hoy hay una diferencia notable: Israel ha golpeado por sorpresa a Hizbulá, desbaratando su sistema de comunicaciones, dejando fuera de juego a miles de milicianos muertos, heridos, amputados, ciegos, y luego, usando la valiosa información lograda, ha matado a la mayor parte de su cúpula, Nasrallah incluido. Eso va a ralentizar la toma de decisiones y las órdenes, forzosamente, costará más ejecutarlas. Sin contar con que Irán debe marcar el paso y autorizar el grado de la respuesta a Israel. Ya ha empezado mostrando la suya propia.
La situación de Teherán no es la de hace dos décadas, ve cómo flaquean sus aliados en Oriente Medio, está hundido por las sanciones internacionales, se ve comprometido a responder pero, sobre todo, quiere estabilidad y que el Régimen de los Ayatolás se mantenga como desde la Revolución Islámica.
La importancia del alto el fuego en 2006
El ejército más fuerte de Medio Oriente fracasó en 2006 en su intento de derrotar a un grupo armado no estatal, por más que hay quien diga que hoy es casi más fuerte que un propio ejército. Así estaban las cosas entonces. Un atolladero que tuvo implicaciones estratégicas negativas y de largo alcance para Israel, que su aparato de defensa sin duda está contemplando en el escenario de hoy.
La comisión Winograd señaló que los cohetes sólo se detuvieron cuando entró en vigor el alto el fuego, no debido a las operaciones militares de Israel. Este es un punto clave. La investigación concluyó que los medios militares no resolvieron los problemas de Israel, por los que lanzó su guerra. Sólo un acuerdo político puso fin a la amenaza a los soldados y civiles israelíes, un mensaje que muchos expertos han estado enviando sobre los conflictos de Gaza y Líbano hoy y que no parecen llegar a los despachos de Netanyahu y sus aliados ultranacionalistas y religiosos.
La resolución 1701 que puso sin al conflicto se adoptó en agosto de 2006. Exigía el fin de las hostilidades, la retirada de las fuerzas israelíes y el establecimiento de una zona desmilitarizada.
"Al final, Israel no obtuvo un logro político gracias a sus éxitos militares; más bien, se basó en un acuerdo político que incluía elementos positivos para Israel y que le permitió detener una guerra que no había podido ganar", concluyó la comisión. En su mensaje final, los expertos pidieron a la sociedad y a los dirigentes de Israel que vayan más allá de examinar las fallas militares y políticas de la guerra y consideren qué cambios debe introducir para ser una sociedad fuerte, socialmente robusta y democrática que esté integrada en su región.
"Estas verdades no dependen de las opiniones partidistas o políticas de cada uno", añadía el informe, para sonrojo de las autoridades de Israel. Y añadía un mandato final, esperanzado, que suena a quimera con los oídos de 2024: "Israel debe -política y moralmente- buscar la paz con sus vecinos y hacer los compromisos necesarios".