Nueve años de la anexión rusa de Crimea: la joya a la que Kiev no renuncia y es línea roja de Moscú

Nueve años de la anexión rusa de Crimea: la joya a la que Kiev no renuncia y es línea roja de Moscú

Portaaviones en el Mar Negro, base naval avanzada, centro logístico y símbolo histórico, la península vive una rusificación acelerada para tenerla bajo control. 

Una mujer se fotografía ante una instalación que conmemora los nueve años de Crimea en manos de Rusia. Los lemas dicen: "Primavera de Crimea. Hemos estado juntos durante 9 años".Alexey Pavlishak / REUTERS

Llamamos "guerra de Ucrania" a la que se inició en la noche del 24 de febrero de 2024, pero lo cierto es que, antes de aquella orden de invasión del presidente ruso Vladimir Putin, el país ya llevaba ocho años de contienda a sus espaldas. Justo este sábado, se cumplen nueve años desde que Moscú se anexionó la península de Crimea, la joya estratégica del Mar Negro, y desde entonces se ha acelerado la rusificación de su población, a base de inversiones y mejoras pero, también, de imposiciones en el idioma, la historia o la cultura y el trasvase de población para inclinar la balanza. 

Para Moscú, Crimea es una línea roja que no se puede franquear. Es un territorio propio, parte de su "patria histórica", que por razones identitarias y legales, dice, debe estar bajo su manto. Se aferra a un refrendo nada ortodoxo, convocado con los ocupantes armados en las calles, en el que el casi el 97% de los ciudadanos avaló el ingreso del territorio en la Federación de Rusia. Una decisión "democrática", en palabras de Putin, que defenderá como sea, dejando caer la amenaza nuclear. Para Kiev, lo que hubo fue un golpe de estado por el que se le robó un trozo de tierra propio, impuesto por la presencia rusa que seguía estando en la zona gracias a la base crucial de Sebastopol, una región que debe volver a su soberanía y a sus fronteras y que aspira reconquistar. Ir a por ella supondría, sin duda, una escalada en la contienda. 

El origen del enfrentamiento

La batalla es vieja. En el pasado está todo. Ucrania es considerado el lugar donde nació la república rusa y, por eso, el presidente Vladimir Putin insiste públicamente en su discurso de que rusos y ucranianos representan “un sólo pueblo”. Ese sentimiento que se mantiene en el Kremlin, ese empeño en que el vecino sea carne propia, lleva a querer controlarlo y, en paralelo, a impedir que actúe por libre y se asocie con otros, léase la OTAN o la Unión Europea. 

Durante varias décadas, Ucrania y Rusia fueron la misma cosa. El origen de ambos se sitúa hace más de 1.200 años en la llamada Rus de Kiev, una enorme federación de tribus eslavas que dominó el noreste de Europa durante la Edad Media y que tenía su epicentro en la capital ucraniana. Rusia conquistó Crimea en 1783, en 1918 se independizó por un breve periodo y luego vinieron décadas de vida común. Los eslavos orientales tuvieron una cultura común, en la que prevaleció el cristianismo ortodoxo y el idioma ruso. 

Sus bases se fortalecieron con el nacimiento de la Unión Soviética (URSS), en 1922, pero hace 30 años ya, esa unidad se desintegró. Los países se fueron cayendo del bloque, uno a uno, buscando su camino. En 1989 se formó el Movimiento Popular Ucraniano para la Reestructuración (RUKH) y el Acta de Proclamación de la Independencia de Ucrania fue aprobada finalmente por el parlamento el 24 de agosto de 1991. El entusiasmo por la independencia fue casi total: un 92,3% de los votantes dijo que preferiría que el país fuera libre. Ya dejó de ser la misma tierra. Un satélite en lo político y lo económico, quizá, pero técnicamente soberano. Pero Putin insiste en su mundo expansionista y desde hace un año ha ido a por todas, a conquistar el país. 

A finales de 2004, el prorruso Viktor Yanukovych ganó las elecciones presidenciales, pero después de diversas manifestaciones que denunciaban un supuesto fraude electoral y que cuajaron en la llamada Revolución Naranja, se repitieron los comicios y fue el candidato Viktor Yushchenko se convirtió en el presidente de Ucrania y ejerció su mandato desde el 2005 al 2010. En ese año, volvió a asumir el poder Yanukovych, regresaba por sus fueros. Entre 2013 y 2014, el presidente rechazó un tratado de asociación con la UE, impulsado en la etapa anterior, en la que se comenzó a fraguar un mayor acercamiento a Bruselas. En todas estas idas y venidas se veían dos manos, la rusa, que pilotaba desde la distancia a candidatos aún de su influencia, y la norteamericana, con Barack Obama buscando un mayor alejamiento de Kiev respecto de Moscú.

Los ucranianos, descontentos con el cambio de política, salieron a las calles nuevamente a manifestar su descontento, pedían revivir el político Acuerdo de Asociación y el Acuerdo de Libre Comercio que estaba próximo a acercar oficialmente a Ucrania con la UE y que naufragó justamente por las presiones de Rusia. Había estallado el Euromaidán. La presión popular fue tal que, en febrero de 2014, fue destituido Yanukovych y, tras nuevas elecciones, Petro Poroshenko tomó las riendas del país.

La caída de Yanukovych y el tumulto posterior fue aprovechado por Moscú, que desplegó sus tropas en Crimea bajo la justificación de que Ucrania era un estado fallido, gobernado por dirigentes “antirrusos”. Ya tenía permiso para estar en la zona porque, tras caer la URSS, negoció el alquiler de la base de Sebastopol para su flota en el Mar Negro. 

Los cambios en Crimea en 2014

El 18 de marzo de 2014, el Putin firmó el tratado de anexión de la península de Crimea y de la ciudad de Sebastopol, tras un referéndum no reconocido por la mayoría de la comunidad internacional en el que, siempre según Moscú, menos del 3% de la población dijo no a la "reunificación" con Rusia. La incorporación quedó sellada, tras unos trámites legales y parlamentarios exprés, el 21 de marzo de ese año, hace ahora nueve años. 

No hubo que invadir ni que disparar demasiado: Rusia había ido enviando silenciosamente a miles de soldados adicionales a las bases que tenía en Crimea gracias al Tratado de Partición de 1997. Muchos "voluntarios" civiles también se trasladaron a la península para concluir un plan que se llevó a cabo en secreto y se completó con éxito, apuntalando el modo de vida y costumbres rusófilos. La composición de la zona es compleja, con un 60% de la población de origen ruso, otro 25% ucraniano y el resto, tártaro. Había opositores, pero también cierto apoyo popular. Internacionalmente, su paso fue reconocido sólo por países amigos de Rusia: Afganistán, Corea del Norte, Siria, Nicaragua, Cuba y Venezuela. Fue el momento en el que se emitieron las primeras sanciones contra Moscú por este conflicto.

En el discurso pronunciado en la Sala de San Jorge del Kremlin -la más imponente y simbólica- antes de la firma, Putin aseguró que Crimea es "tierra santa rusa" y opinó que, en Ucrania, EEUU y sus socios occidentales se habían pasado de la raya. "Todo tiene un límite" y Washington "lo traspasó" en el país vecino, señaló, acusándolo de estar acostumbrado a actuar según la ley del más fuerte, imponiendo sus intereses en la zona.

La anexión de Crimea fue vista por los prorrusos como la recuperación de un territorio que les pertenecía, alegando para ello, por ejemplo, el mismo idioma común; decían que era una medida humanitaria para proteger a los civiles con los que tanta conexión tenían y se empleó ya entonces la acusación de "fascistas" y "nazis" para los gobernantes de Ucrania. Obviaban desde 1954 se había convertido en una región ucraniana, tras ser reclamada ampliamente por Kiev y entregada por el dirigente soviético Nikita Jruschov. Ponían la vista más atrás, en Catalina la Grande, que se la había arrebatado a los turcos, o en la ambición total de Pedro el Grande. Habían pasado muchos años, pero no los suficientes para acabar con ese sentimiento de pertenencia, señalaba Rusia. 

Hay que recordar que, más allá del revisionismo histórico, en el Memorando de Budapest de 1994, Rusia acordó con Reino Unido y EEUU respetar las fronteras de Ucrania y no amenazarlas con su fuerza, a cambio de que Kiev transfiera sus armas nucleares de la era soviética a Moscú. Este acuerdo fue violado en 2014 no sólo con la anexión de Crimea, sino indirectamente con la la guerra del Donbás. La escalada de protestas y movimientos rusos desembocó en un conflicto armado abierto entre las fuerzas independentistas de las autoproclamadas Repúblicas Populares de Donetsk (llamada RPD) y Lugansk (RPL) y el Gobierno central de Ucrania. Los señores de la guerra se hicieron fuertes en la zona, ocupando grandes extensiones en la zona prorrusa, una región minera e industrial, tras la consolidación de años y años de combates.

Blindada y anhelada

Gracias a la actual guerra, Rusia ha conseguido ya crear un corredor terrestre entre el Donbás, que que necesita para su supervivencia los recursos hidrológicos, energéticos y agrícolas del sur de Ucrania. Rusia ha convertido el Azov en un mar interior, lo que garantiza la seguridad de Crimea, en parte con el anunció la anexión unilateral de Donetsk y Lugansk, junto a Zaporiyia y Jersón, tras refrendos de naturaleza similar al de Ucrania. Los combates son feroces en la zona y el control ruso no es total. 

A lo largo de los últimos 13 meses, Crimea ha sido, pese a la protección brindada por Rusia, objeto de sendos ataques atribuidos a Ucrania. La península se convirtió en agosto de 2022 -por primera vez- en objetivo enemigo a raíz de una operación de sabotaje contra un arsenal del Ejército ruso y unas sospechosas explosiones ocurridas en un aeródromo ruso. Y en octubre, el puente de Crimea, apreciadísimo por Putin y que une la ocupada península con Rusia, quedó severamente dañado por un atentado con explosivos atribuido por Moscú a Ucrania. Todos los suministros para los cerca de 2,3 millones de habitantes de la península hasta ahora llegan allí por mar o por el puente.

Rusia ha creado una línea de fortificaciones en la anexionada península para garantizar la seguridad de su población, como declaró recientemente el líder de Crimea, Serguéi Aksiónov.

Para atacar el llamado "puente de tierra", el corredor que da conexión a Crimea con el este ucraniano, Kiev necesita un gran despliegue logístico y armas de largo alcance; por eso, cuando Occidente debate mandar misiles más poderosos, Putin siempre amenaza con armas nucleares, porque sabe que tienen Crimea en el punto de mira. Incluso con esa apuesta, Ucrania necesitaría mucho esfuerzo para avanzar en ese frente, porque Rusia lleva meses fuerte en la zona y ha tenido tiempo de parapetarse, de pertrecharse. Su defensa es sólida. Los analistas hablan de un intento de estrangulamiento en dos pasos, el istmo de Perekop y el de Peredmistne

El verano pasado, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, negaba la idea de ir a por Crimea. Eso supondría para nosotros la pérdida de cientos de miles de vidas", dijo al portal de noticias estadounidense Axios. Sin embargo, los avances del verano y la primavera le han hecho apostar por una reconquista no sólo de lo ocupado desde el 24 de febrero de 2022, sino desde 2014. Crimea entra. "Hace nueve años comenzó la agresión rusa en Crimea. Al devolver Crimea, restableceremos la paz. Es nuestra tierra. Nuestro pueblo. Nuestra historia. Devolveremos la bandera ucraniana a todos los rincones de Ucrania", expresó en Telegram recientemente. 

"Al devolver Crimea, restableceremos la paz. Es nuestra tierra. Nuestro pueblo. Nuestra historia. Devolveremos la bandera ucraniana a todos los rincones de Ucrania"
Volodimir Zelenski, presidente de Ucrania

Hoy, el intento de ir a por Crimea es difícil. Depende de la llegada de armamento avanzado de los aliados ucranianos y no sólo eso, sino de su capacidad de diseñar una buena estrategia y de manejar grandes grupos, porque debería mover varias brigadas a la vez, dejando desarbolados otros flancos que, ahora mismo, no están asegurados en la reconquista. Es la zona más inaccesible de cuantas no controla en este instante. También están las consecuencias, la respuesta rusa, temible. 

La comunidad internacional ha advertido a Zelenski de que ir a por Crimea, querer dejar a Rusia sin su salida al Mar Negro y, de paso, al Mediterráneo, que siga en manos de un país que quiere entrar en la OTAN un siglo de estos, es subir la temperatura de guerra y, de hecho, se plantea directamente como una hipotética cesión en una mesa de negociaciones. Ya pensó así EEUU y la UE cuando, en todos los años previos a la operación especial, hizo poco por reparar la violación a que había sido sometida Ucrania con la anexión de 2014. Putin puede declarar la guerra (lo que formalmente no está hecho aún) y ordenar una movilización general, más allá de la puntual en marcha. Hay riesgo claro de escalada, de consecuencias impredecibles. 

El día a día

Ucrania celebra desde 2020 cada año el 26 de febrero el Día de la Resistencia a la Ocupación de la República Autónoma de Crimea y la Ciudad de Sebastopol, fecha en la que hace nueve años tuvo lugar en Simferópol la mayor manifestación en apoyo a la integridad y unidad del Estado ucraniano. En agosto de 2021, se lanzó oficialmente la Plataforma de Crimea que recaba apoyos internacionales para la recuperación de la península ucraniana, que este año llamó a Rusia a cesar de inmediato las hostilidades y retirar sus tropas de los territorios ocupados.

La Agencia EFE ha entrevistado a Mariia Tomak, líder de la Plataforma, y sostiene que, pese a que muchos les piden en aras de la paz que renuncien a Crimea, los ucranianos no aceptarán ninguna solución que no implique la recuperación de esta península, utiliza para atacar desde más cerca al resto de Ucrania por parte de Moscú. “Rusia ha controlado Crimea durante nueve años, y ¿qué ha hecho con ella? Convertirla en su gran base militar”, denuncia. “Aceptar la ocupación de Crimea es condenar a las regiones de Zaporiyia y Jersón”, recuerda, además. 

Denuncia que la ocupación rusa de Crimea ha permitido a Rusia conquistar o bloquear los puertos ucranianos del Mar Negro, amenazando las exportaciones de un volumen de grano vital para la seguridad alimentaria de muchos países, y que se está borrando la cultura local. “Rusia no quiere diversidad en Crimea, sino hacer una limpieza para no tener más que gente leal que no interfiera en su concepto de Crimea como una base militar”, ahonda. 

Prensa internacional como la BBC ha accedido a la Crimea dominada por el Kremlin y dan cuenta de la transferencia de ciudadanos de la Federación a la península para apuntalar esta tendencia, a la imposición de clases en lengua rusa, a la eliminación progresiva del derecho a estudiar en ucraniano -más aún en el último año-, la enseñanza de la Historia desde el punto de vista ruso exclusivamente, la imposición del rublo como moneda y la proliferación de medios y propaganda afín a Putin, cuyo rostro se multiplica en murales de la zona. Hay productos internacionales que ahora no llegan por las sanciones, servicios de telefonía o banca que se han perdido, pero que Rusia trata de suplir con los propios y, también, convirtiendo la zona en un lugar de vacaciones. 

Moscú defiende que la transferencia de poder es un hecho aceptado por natural y enarbola encuestas propias y se supuestas fuentes independientes como la encuestadora GFK (alemana de origen) que sostienen que más del 90% de la población se siente feliz bajo el dominio ruso. Medios propios como Sputnik publican estos días que se ha mejorado el salario medio y el paro, que se han levantado nuevas infraestructuras. Llega el brillo, pero porque la crítica no se permite: con el paso de los años, organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional denuncian que reiteradamente se ha silenciado a la disidencia, que aún con la anexión caliente se manifestaba en contra y que, más aún con la nueva guerra, ha acabado en el exilio o en prisión. 

Lo cierto es que guerreando es complicado cambiar las cosas en la zona y tampoco nadie sabe cómo se podría negociar la restitución de Crimea, si llega una negociación. Debido al actual equilibro de poder, la importancia estratégica de Crimea, pero también la clara inclinación de parte sus habitantes a Rusia, el escenario que desean los ucranianos parece poco viable.

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Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.