No fue una explosión controlada: Francia tiene una semana para frenar la oleada histórica de los ultras
Es innegable: la Agrupación Nacional ha ganado por goleada la primera vuelta de las elecciones francesas. Ahora izquierda y centro tratan de que quede un frente único contra ellos en el segundo 'round' del domingo. Lo nunca visto.
Emmanuel Macron se la jugó. Tras ver la victoria de la ultraderecha en las elecciones europeas del 9 de junio, quitó la anilla a la granada de mano y la lanzó entre los pies de su principal adversario, la Agrupación Nacional (AN) de Marine Le Pen. Su plan: que le estallara, le cortase la alegría de esa victoria, lo descolocara, lo pusiera ante un espejo distinto, el de la política nacional, de fronteras para adentro, donde los franceses no iban a hacer la locura de poner el Gobierno en sus manos. No le ha salido bien: a quien le ha estallado la granada es al presidente liberal.
La verdad es la que es: en la primera vuelta de las elecciones legislativas de ayer, Francia votó mayoritariamente por AN, un partido al que la clase política ha mantenido fuera del poder durante décadas a base de cordones sanitarios y ostracismo y al que ahora las cosas le van mejor que nunca, encumbrado sobre los miedos y el desánimo de la ciudadanía. Los datos de esta mañana de lunes, prácticamente definitivos, indican que se llevó el 33,15% de los votos, seguido del 27,99% del Nuevo Frente Popular (un muy buen registro para la suma de los cuatro principales partidos de izquierda), y un 20,04% de los centristas de Macron, que se han convertido en irrelevantes.
Si histórico es que la ultraderecha sea la fuerza más votada en unas elecciones en el país vecino, histórica ha sido también la participación, del 66,71%, lo que da a entender el interés provocado por unos comicios adelantados, que deberían haber tenido lugar dentro de dos años, que Macron no tenía obligación alguna de convocar y que, con esa fuerza, auguran cambios.
La Agrupación Nacional ha logrado su segunda victoria consecutiva en tres semanas, tras ganar las europeas con un 31% largo de los votos. Ha mejorado esa cifra en dos puntos, prácticamente duplicando sus datos de las últimas legislativas de 2022. Hablar de proyecciones de escaños en este momento es muy aventurado, cuando hay más de 300 circunscripciones de las 577 totales que aún tienen tres clasificados para la segunda vuelta, pero las proyecciones de los medios galos apuntan a que es viable que los de Le Pen se hagan con la mayoría absoluta en el segundo round, algo a lo que aspiraban en el primero pero que no ha llegado -hay poderío, pero tiene límites-: el domingo, 7 de julio, podría hacerse con entre 260 y 310 escaños, una horquilla que llega a la cifra mágica de 289 diputados necesarios para tener la absoluta en la Asamblea Nacional. La izquierda podría lograr de 115 a 200 y los liberales, entre 60 y 100 (los de Macron tienen ahora 250, ahí queda claro el hundimiento).
Le Pen ya está en camino de lograr su objetivo de darle un giro a la política francesa, pero pese a lo incontestable de sus números no puede obviarse que los candidatos centristas y de izquierda están moviéndose raudos para cortar el camino a los ultras y, por eso, aún no puede vender la piel del oso antes de cazarlo. Los que han quedado como terceros por uno y otro bloque están ahora en el trámite de hacerse a un lado en la segunda ronda electoral para concentrar todo el voto antiAN que sea posible. El Nuevo Frente Popular ya lo confirmó anoche: toda su gente que quedó en tercera posición se aparta para que se presente el más poderoso contra Le Pen y su discípulo y aspirante a primer ministro, Jordan Bardella. Los macronistas no han manifestado un compromiso tan claro, pero revisarán caso a caso. No es sencillo avalar a la izquierda, aunque sea con la nariz tapada, cuando el sábado mismo aún se la ponía al nivel de la AN en su peligro de generar una "guerra civil".
Ahora es donde los contrarios a Le Pen tienen la esperanza, en que todos los no ultras, los que no quieren que la derecha extrema lleve las riendas del Gobierno, se sumen como han hecho en el pasado y cierren el paso a sus listas, aunque sea votando por alguien que no es de su agrado pero tiene la fuerza suficiente de bloquearlos. "No permitiremos que en ninguna parte gane la AN", prometió anoche Jean-Luc Mélenchon, líder de La Francia Insumisa, parte del NFP junto a socialistas, comunistas y verdes.
La otra dificultad para los opositores del RN es el elevado número de los llamados votos triangulares en la segunda vuelta, es decir, distritos electorales en los que el próximo domingo se enfrentarán no dos sino tres candidatos. Normalmente, uno de centro, uno de extrema derecha y uno de izquierda. La razón del elevado número de triangulares es la alta participación electoral , que es en sí misma el resultado de lo mucho que está en juego. También se debe a que la campaña relámpago hizo imposible que los partidos pequeños actuaran juntos, por lo que el voto se concentró en los tres bloques. Evidentemente, si hay tres partidos compitiendo en un distrito electoral, es más difícil que se una el voto antiAN. En muchos lugares habrá candidatos de centro o de izquierda que se mantendrán al margen, pero no en todos.
Atrás quedan los años del llamado Frente Republicano, cuando la unidad de acción entre todos los partidos era total, en un intento de impedir que los neofascistas, filonazis y similares alcanzasen las instituciones públicas. Tienen hasta las seis de la tarde de mañana para afinar quién sigue peleando y quién cede su espacio para ir todos a una contra la Agrupación Nacional.
Incluso aunque esa acción se dé, se aparten los remilgos y se forje una "unión claramente democrática y republicana", como reclamaba anoche el presidente Macron, hay una losa imponente desde anoche, que pesa no sólo sobre la política gala, sino sobre la europea: el país de las libertades, que tanto ha enseñado al mundo en su historia, tiene ahora por indiscutible la fuerza dominante a un partido racista, supremacista, antisemita y fundado por miembros de las SS nazis y colaboradores con el régimen de Vichy.
Estas horas de resaca no pueden ser lentas, de ensimismarse. Toca moverse, porque la segunda vuelta aprieta. Tienen que aclararse qué candidaturas siguen adelante y, a mediodía, el presidente Macron se ve con su primer ministro, Gabriel Attal -que sería su elegido en el caso de poder ganar la reelección, algo muy lejano ahora mismo- para analizar su estrategia.
Cuando eso se vaya despejando, quedará el sprint hasta el domingo y la segunda vuelta. "Sólo hay una pregunta: ¿Vamos a permitir que la derecha radical llegue al poder a través de las urnas por primera vez en nuestra historia?", bramaba anoche Raphaël Glucksmann, eurodiputado y líder socialista. Es la gran cuestión: si gana la mayoría absoluta el domingo, el dúo Le Pen-Bardella tendrá las manos libres en la Asamblea, lo que es muy diferente de un Gobierno de extrema derecha incapaz de hacer mucho en la Cámara porque esté muy dividida. Y no se pueden disolver las cortes al menos en un año.
Saben que no tienen aliados, por más que una parte de la derecha de siempre, Los Republicanos, se haya alineado con ellos, por eso reclaman a absoluta, directamente, ganar de forma "inapelable", como decía anoche Bardella. Hay, dijo, dos caminos abiertos: el "peor", que es que venza la coalición de izquierdas, porque es, a su entender, "un peligro existencial para Francia", y el bueno, que ganen los suyos, "una esperanza sin precedentes".
Bardella y Le Pen, por separado, se mostraron poco asustados del daño que les puede hacer el frente común en su contra. Y es que la desaparición de la vergüenza que acompañaba a esta votación, ese velo roto sobre la ultraderecha, viene de un proceso largo, trabajado, que ha encontrado ahora una sociedad tan exhausta ante la falta de respuestas y soluciones de los de siempre que, entiende, es un colchón que nadie les va quitar.
"No es que haya un 33,15% de fascistas en Francia, lo que hay es más de un tercio de la población tan agotada y descreída que es capaz de pensar que una fuerza que pisotea los valores de la V República es la mejor para comandarla. Los franceses lo que están es decepcionados con la política tradicional. Este sentido del voto viene más bien de ese cansancio. El ciudadano dice: “pues mira, al final, hemos visto ya a todos gobernando. ¿Y qué nos queda? Nos queda ella, a ver si responde. Esa política que ha suavizado su peor rostro, ha cambiado de nombre al partido, se ha olvidado de su padre, ha puesto a un seminmigrante como Bardella a su lado, ha tapado sus lazos con Rusia... ¿Por qué no? Podemos decir con lucidez que la desintoxicación del Rally Nacional está llegando a su fase final", escribe de urgencia Bruno Cautrès, analista político Sciences Po, la facultad de Políticas más prestigiosa de Europa.
"Ganaron las elecciones europeas tres veces seguidas y Marine Le Pen pasó dos veces a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales; si ganan la segunda elección más importante de Francia [las elecciones parlamentarias], se convertirán en la corriente principal”, añade.
En general, el país parece ahora presa de la sensación de que una victoria de la extrema derecha es inevitable. Lo que antes se consideraba una enormidad que ni siquiera debía contemplarse ahora es un hecho tangible, a la espera de unos pocos días. Esto deprime y enoja a mucha gente, especialmente en las grandes ciudades como París, donde está descendiendo un manto de tristeza, donde ayer ya surgieron las primeras grandes manifestaciones en favor de la izquierda, como segundo gran bloque, como el mejor posicionado para cortocircuitar a los ultras. En otros lugares, como en las zonas rurales o en antiguos núcleos industriales venidos a menos, que es donde Le Pen más ha triunfado, la gente presumiblemente siente lo contrario, que es el momento del cambio tras siete años de polémicas con Macron, de una administración "desdeñosa y corrosiva", en palabras de Le Pen.
Lo que se viene
Con absoluta o sin absoluta, ¿Bardella puede ser en nuevo premier? La respuesta corta es que sí, aunque la decisión final la tiene El Elíseo, o sea, el presidente. Francia, como república de marcado carácter presidencialista, mantiene amplios poderes para Macron. El artículo 8 de la Constitución le da el poder de nombrar al primer ministro, pero no dice qué criterios debe utilizar, por lo que en sus manos hay la decisión de quien puede gobernar.
En la práctica, lo habitual es que el presidente ofrezca el Palacete de Matignon, donde reside el primer ministro, a quien tenga el mayor apoyo en la cámara. En este caso, todo hace prever que sea Reagrupamiento Nacional y su candidato a primer ministro, Jordan Bardella.
Sin embargo, Bardella aún se podría quedar fuera del poder si Macron decide la alternativa de un Gobierno de concentración, algo que seria más probable si AN no cosecha una mayoría amplia en la segunda vuelta de las elecciones legislativas.
Sin mayoría absoluta, existen dos escenarios posibles que implican un Gobierno alternativo. Por un lado, el mismo partido de extrema derecha ha anunciado que rechazaría el gobierno si no obtiene el apoyo de la mayoría absoluta de 289 escaños que les permita aprobar leyes sobradamente. Otra opción sería que Macron eligiera otro candidato a primer ministro, una cara nueva de fuera del sistema político francés, de su propio partido -aunque claramente debilitado por la derrota- o del Nuevo Frente Popular, que si se confirma quedará segundo en las elecciones. En este caso, la izquierda podría entonces intentar formar un Gobierno minoritario. Actualmente, no existe una alianza entre izquierdistas y macronistas para esta opción, pero sí que parece permanecer una visión de unidad frente a la extrema derecha.
Si no hay mayoría absoluta ni acuerdo, el país podría quedar en una difícil situación de parálisis política complicada. El poder obtenido por una victoria electoral de Agrupación Nacional le permitiría bloquear o modificar todas las propuestas del gobierno. Macron podría intentar sobrellevar esta situación con el polémico artículo 49.3, con el cual aprobó la reforma de las pensiones sin mayoría en la Cámara. En este escenario, lo único que está claro es que la Constitución no permite una repetición electoral hasta dentro de un año.
Macron en crisis
Macron parece abocado a nombrar la próxima semana a un primer ministro de extrema derecha o de izquierdas, pero ningún escenario le permite mantener en el Gobierno a alguien de su partido. La victoria de los ultras y la elección de un primer ministro de extrema derecha no quiere decir que Macron pierda el Elíseo. De hecho, ya ha ocurrido en tres otras ocasiones que un presidente convive con un primer ministro de un partido distinto al suyo. En Francia, esta situación anómala se llama “cohabitación”. Las decisiones del primer ministro, aunque contrarias a la política del presidente, podrían salir adelante con la mayoría en la Asamblea. A la vez, el poder del Gobierno sería limitado, particularmente en política exterior y en defensa, que permanecen competencias del jefe de Estado.
En la cohabitación del presidente socialista François Mitterrand con el conservador Jacques Chirac, en 1986, el presidente mantuvo conferencias de prensa contra las políticas del primer ministro. Hasta se opuso a firmar las desnacionalizaciones propuestas por Chirac, que tuvo que aprobarlas posteriormente con su mayoría en la Asamblea. Podríamos ver escenarios parecidos en una cohabitación entre Macron y Bardella.
Pero, salgan los números que salgan, estamos ante el epílogo de un movimiento, el macronismo, que ha ido perdiendo iniciativa política y en el que el presidente se ha ido alejando de sus propios colaboradores, hasta el punto de que en la reciente campaña electoral su rostro ha estado casi ausente de los carteles de sus candidatos. Habrá eso que se llama "cohabitación", un presidente de un color diferente al del primer ministro.
Su popularidad ha ido deteriorándose de forma paulatina, hasta tocar fondo. Tres cuartas partes de los ciudadanos no confían en él y muchos han abandonado una línea política que nació como rompedora y revolucionaria para acabar siendo percibida como conservadora y continuista.
Macron ha visto que la mayoría social que había construido en 2017 se ha ido dispersando entre sus principales rivales, los que fueron entorpeciendo su mandato. La extrema derecha ha sabido sacar partido del descontento que se manifestó en 2018 en el movimiento de los 'chalecos amarillos' y la izquierda ha capitalizado el rechazo que provocó el año pasado la controvertida reforma de las pensiones.
Cada día más aislado, el presidente ha visto cómo incluso en su propio campo político su voz ya no generaba adhesión, sino discrepancia. Sus aliados han ido distanciándose de su figura y tomando posiciones de cara a su herencia, que cuentan asaltar sin su concurso. El centrista François Bayrou, que siempre fue fiel a Macron, ha ido marcando distancias con este y en la noche electoral le situó en el centro del "voto de sanción" a sus políticas, informa EFE. Más contundente fue Edouard Philippe, que fue su primer ministro entre 2017 y 2020, y que incluso acusó a Macron de haber roto la unidad de su movimiento, al tiempo que se postuló como el hombre capaz "de reunir a la derecha y al centroderecha del país".
Y es que la crisis liberal es el fin de un sueño encarnado en el propio Macron y que, durante unos años, cambió incluso el panorama europeo, en el que el centrismo fue cobrando peso en parte a hombros de su liderazgo. Nunca fue Angela Merkel, pero sí un buen segundo.
El movimiento creado Emmanuel Macron en 2017 para acabar cn el bipartidismo en Francia ha pasado de una amplia mayoría a convertirse en una mera comparsa obligada a retirar buena parte de sus candidaturas para evitar la llegada al poder de la extrema derecha. El macronismo ha pasado de tener un 60 % de los escaños en la primera legislatura con su fundador en el Elíseo, a carecer de mayoría absoluta cinco años más tarde, antes de pasar a ser desde este domingo la tercera fuerza del país y a muchos puntos de la cabeza.
Una trayectoria descendente que deja al borde del precipicio un movimiento político muy personalista y a su líder atrincherado en el Elíseo, con poco margen de maniobra para pilotar su sucesión, puesto que no puede presentarse en 2027. Nadie sabe quién podrá ser su sucesor ni si tendrá formación estable para entonces, para presentarse con garantías de nada. De hecho, el propio Macron ha ido arrinconando a su partido y las estructuras se han ido disolviendo.
Tras convocar por sorpresa las legislativas el pasado 9 de junio después de su derrota en las europeas, colocó en el mismo nivel a la extrema derecha y al Nuevo Frente Popular, la alianza de izquierdas lanzada por La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon con los socialistas, comunistas y ecologistas. Este domingo ha dado un nuevo giro e hizo un claro llamamiento a frenar a la ultraderecha aunque eso suponga hipotecar varios de sus posibles escaños. Es lo que le queda, el clavo ardiendo. En su propio partido le reprochan que se apresurase a convocar elecciones cuando no tenía necesidad de ello y ahora lo paga. En otras ocasiones, el "o yo o el caos" le ha funcionado. Ahora es "la unidad o el caos", pero los votantes parecen hacer perdido el miedo y la vergüenza a coger la papeleta de Le Pen.
Quedan días de mucha pedagogía si quiere dejar claro qué es cada uno y el país que pueden traer de la mano de ultras. Su primer paso, las elecciones, le ha salido rematadamente mal. Pero queda la segunda vuelta.