Legislativas en Francia: un impulso formidable que amenaza con dejar al país en punto muerto

Legislativas en Francia: un impulso formidable que amenaza con dejar al país en punto muerto

El levantamiento popular frena a la ultraderecha pero deja la Asamblea hecha un sindiós, con tres grupos incapaces de tener mayoría. La batalla contra los radicales se ha ganado, pero queda la guerra: han logrado datos históricos en el parlamento.

Simpatizantes del Nuevo Frente Popular, ayer por la tarde, festejando los datos en las calles de París.Remon Haazen / Getty Images

Los franceses lo han vuelto a decir: no quieren que la extrema derecha esté en el poder. A la Agrupación Nacional (AN) de Marine Le Pen le dieron una gran victoria en las elecciones europeas del pasado 9 de junio y, de nuevo, le dieron una gran victoria en la primera vuelta de estas elecciones parlamentarias, el 30 del mismo mes. Pero ya no más. Hasta aquí. Cuando llegó el segundo round de las legislativas, la votación que realmente contaba, los ciudadanos se alejaron del abismo.

Este revés ha sido una sorpresa, porque no sólo se ha evitado la mayoría absoluta de los radicales en la Asamblea Nacional, no sólo se ha evitado que sean primera fuerza al menos, sino que se les ha relegado al tercer lugar, por detrás de una izquierda que, en tiempo récord, ha dejado sus diferencias en el cajón para poner por delante el sumo bien, el bien supremo, la defensa de la democracia y los derechos humanos. El Nuevo Frente Popular (socialistas, comunistas, verdes y La Francia Insumisa) ha ganado las elecciones con 182 diputados (más 13 independientes de izquierda), seguidos de los liberales del Ensemble del presidente Emmanuel Macron, con 168 (nada que ver con los 250 que tenía hasta ahora). 

La AN se ha quedado con el tercer puesto, con 143 asientos, pero pese a ese bronce, no hay que perder de perspectiva que ha ganado seis millones de electores, que ha alcanzado su récord de representación y que constata un crecimiento brutal, desde los apenas ocho diputados que ganó anteayer, en 2017. 

Hay una conclusión evidente: con una participación altísima, del 66,63%, los ciudadanos de Francia fueron a los colegios a parar la marea ultra y lo lograron. Eso es un motivo de orgullo nacional que quedó reflejado en las manifestaciones festivas en las calles. A quien le preocupe el Estado de derecho, la igualdad o el respeto a las minorías, puede estar relativamente tranquilo, porque la amenaza urgente se ha superado. La alianza apresurada de las izquierdas y el paso al costado, también, de sus representantes y los del macronismo que no estaban en posiciones de pelear puestos de cabeza (hasta 210 puestos se pactaron finalmente) creó un cordón de protección de la República que ha vuelto a funcionar, como en el pasado, y permite el suspiro de alivio. 

Sin embargo, la emergencia latente, la de fondo, sigue ahí. Marine Le Pen y Jordan Bardella no se han ido. Anoche mismo insistían en que asistíamos a una "victoria en diferido", porque están convencidos de que no sólo ganarán en las elecciones presidenciales de 2027, sino de que habrá legislativas adelantadas porque las cosas no van a funcionar en el parlamento. Por orden constitucional, no se pueden disolver las cortes hasta dentro de un año y ese es el plazo que se dan los ultras para vencer. 

La AN argumenta que el vuelco sólo ha sido posible porque los otros partidos se unieron para jugar con el sistema. Es verdad: el suyo es el único que ha superado los cien disputados en bloque, porque las demás fuerzas han concurrido en alianza. Señala Le Pen que los distintos partidos de izquierda repentinamente olvidaron sus diferencias para formar una nueva coalición antiAN y, luego, luego que los macronitas y las izquierdas también olvidaron sus diferencias. Pero que están ahí. Y no se puede quitar la razón: es el reto que tiene ahora Francia, cómo supera todas esas diferencias y debilidades, cómo se levanta sobre los datos, las mayorías relativas, los choques de egos y programas, para lograr una gobernabilidad razonable, aunque sea con el modelo de cohabitación, con el Ejecutivo de un color político (el rojo progresista, reivindica el Nuevo Frente Nacional tras su victoria), y la presidencia de otro (el anaranjado o amarillento que se asocia al centro liberal de Macron). 

La falta de acuerdo de base y los mensajes que se lanzaron anoche, ya alejados del frente común con el que se había ido a las urnas apenas unas horas antes, dan cuenta de lo complejo que será el tiempo por venir, cuando se pasen los efluvios de la victoria, del "no pasaron". Cuentan con una certeza de base que no pueden olvidar: la mayoría de la gente en Francia hoy no quiere a la extrema derecha, ya sea porque se oponen a sus ideas, porque entienden que van a reventar el sistema o porque temen los disturbios que inevitablemente acompañarían a su llegada al poder. Esa es la fuerza de los que, pese a estar divididos, tienen el mandato ahora de gestionar Francia. En territorio inexplorado. 

La gran incógnita es a quién le encargará Macron formar Gobierno.  Contrariamente a la convención tras anteriores elecciones parlamentarias francesas, pueden pasar semanas antes de que tengamos una respuesta. Y es que el país no sólo se enfrenta a bloques con mayorías simples y débiles, sino que tiene por delante retos nacionales e internacionales de calado que no casan bien con un vacío de poder. Hoy mismo, el presidente Macron y el aún primer ministro de Francia, el liberal Gabriel Attal -que ofreció su dimisión anoche-, tienen que viajar a Washington para participar en la Cumbre de la OTAN, en su 75º aniversario. Y el 26 de julio deben comenzar los Juegos Olímpicos de París. Lo que se espera es que Macron retrase un poco el proceso, cuando en 10 días debe tenerse una nueva Asamblea, y que el actual Ejecutivo comande estas citas de forma interina, hasta poder aclarar el porvenir. 

La naturaleza misma del sistema político francés ha cambiado en unas pocas semanas y mejor no ir con prisas, aunque es entendible el ansia de la izquierda por tocar poder, por aplicar su programa, como decía anoche el líder de La Francia Insumisa, Jean-Luc Melenchon. Pero hoy ya no hay ningún partido dominante, el bipartidismo se ha acabado, los partidos clásicos han muerto o se han desdibujado y, tras siete años de macronismo en lo más alto, queda un sistema atomizado que necesita el diálogo, la altura de miras y las luces largas para hacer cosas y hacerlas bien. “Hoy en día ya no hay ningún partido dominante. Desde que Macron llegó al poder hace siete años, hemos atravesado un período de deconstrucción de nuestras fuerzas políticas. Es el momento de la "reconstrucción", como lo llama el veterano analista Alain Duhamel. 

Un reseteo obligado para dar respuesta a los problemas de los franceses que son los que, por acumulación de falta de respuestas, de desencanto, de cabreo, de provocación, han llevado en los últimos años a una subida espectacular de la ultraderecha, en un país que es luz del mundo desde la Ilustración en lo que a democracia se refiere. 

Hay tres bloques principales por coordinar, el de la izquierda, la extrema derecha y el centro, más el centroderecha residual. Dentro de todos ellos hay tendencias y partidos en competencia, líderes peleados y amenaza de cisma. Es el momento del regateo y de las condiciones pero, también, de la flexibilidad para superar los odios. Algo a lo que Francia tampoco es que esté muy acostumbrada. Macron ahora designará a alguien para que dirija las conversaciones y atienda a las diferentes partes. Nadie sabe siquiera quién será esa figura, igual que no se sabe siquiera a quién presentará el partido ganador, el de izquierdas, para primer ministro: ¿será Melenchon, los socialistas Raphaël Glucksmann u Olivier Faure? Muy abierto. 

Está por ver si el centrismo trata de atraerse a partidos de izquierda más templados, como el socialista, en un intento de presentar a un candidato a primer ministro de su color, pero los números realmente no salen. Sólo así se podría evitar esa cohabitación que no es nueva, sino que ha tenido lugar ya tres veces en la historia de Francia, con mejor o peor suerte, pero siempre con cesiones en los programas y anhelos. 

Macron, sin perspectivas de volver a postularse en 2027 por la limitación de mandatos, será una figura disminuida. Por sí mismo y por su partido. Apostó por adelantar estas elecciones cuando su partido aún tenía la mayoría relativa en la Asamblea. Ha logrado frenar a la extrema derecha, eso es innegable, pero a la vez ha hundido a su partido. No basta con que haya recuperado la segunda posición, porque por el camino se ha dejado 82 diputados y un socio de su alianza, Horizontes. Ha dicho repetidamente que él, pasara lo que pasara, no se irá, se mantendrá en la presidencia hasta dentro de tres años, pero Le Pen, anoche, ya decía con sonrisa maléfica que esas elecciones serán antes de lo que piensa el liberal. La presión que piensan ejercer los ultras será feroz. 

Macron, que aún no ha hablado más que vía colaboradores, mantiene su lectura positiva:  la votación ha sido buena porque la situación era insostenible, ha clarificado la política nacional, a ofrecido a la AN una proporción más justa de escaños en la Asamblea pero sin gobernar, y su apuesta de que los franceses nunca pondrían a la extrema derecha en el poder era correcta. No le ha salido un Sánchez, pero tampoco un Cameron. Aún así, su legitimidad queda notabemente tocada. 

Ahora es Francia la que espera: los ciudadanos han hecho su papel pero no quieren un país en punto muerto, sino uno que funcione. No hay salida clara pero sí muchas cosas que arreglar.