La reina Camila y el príncipe Guillermo, cruciales en un escenario de incertidumbre para la corona británica
La consorte asume el peso de la institución mientras que Guillermo se prepara para afrontar su etapa más importante como heredero mientras Kate Midleton se recupera.
En el rito de la unción, el clímax en las coronaciones de Reino Unido, una mano divina señala al nuevo rey y lo elige entre los demás. Con óleo de aceitunas del Monte de los Olivos de Jerusalén se le marca, en una escena oculta a los ojos de los plebeyos. Carlos III pasó por ese ceremonial el pasado 6 de mayo, pero que no engañe el boato: sigue siendo tan humano como sus súbditos y se expone a todos sus riesgos y padeceres.
Esta semana hemos sabido que él es una de las mil personas que cada día son diagnosticadas de cáncer en el Reino Unido. El eterno aspirante al trono de su madre, Isabel II, que llegó al cargo con edad de jubilarse y que apenas lleva 17 meses al frente de la Casa Real, afronta un problema desvelado en un rápido ejercicio de transparencia, descubierto a tiempo, al que no se ha puesto nombre ni localización ni tratamiento exacto.
Lo que se sabe hasta ahora es que el monarca acudirá con regularidad a un centro médico para ser atendido -ya lo hizo el lunes- y que anulará su faceta pública, pero mantendrá todo el restante trabajo de jefe de Estado. "El rey espera retomar su papel público lo antes posible", dijo el comunicado de su oficina.
Sin embargo, a la espera de ver cómo evoluciona su cáncer, es lógico que surjan dudas sobre su capacidad de mantenerse en el cargo con solvencia y los posibles escenarios que se abren para la monarquía británica. De partida, quede claro que no hay alteración ninguna en el mando, porque el rey ya ha estado esta semana haciendo lo que entra en sus atribuciones, como despachar, tener audiencias o firmar leyes.
Se ha confirmado que mantiene su cita semanal con el primer ministro, el conservador Rishi Sunak, y que también encabezará su Consejo Privado, con el que debate y repasa agenda con los más cercanos. Lo que no tendrá son eventos públicos. La prensa británica coincide en señalar que las razones son dos y de peso: el rey estará más cansado para afrontar tantas salidas y viajes -su agenda, desde que llegó al cargo, ha estado hasta arriba- y además se podrían apreciar en público los efectos de la medicación, comunes cuando se ataca el cáncer.
El periodista especializado en casas reales europeas Jo de Poorter ha podido hablar con el entorno de amigos del monarca y sostiene que se encuentra "valiente y optimista" aunque se le hace "difícil limitar parcialmente sus funciones" porque "le gusta lo que hace".
Consejo de Estado en la fase inicial
Esta situación es el primer paso en "una escalera con tres escalones", en palabras de Robert Hazell, profesor del University College de Londres, que hay que recorrer en el caso de que la salud del monarca empeore. Estamos en la fase inicial. Carlos sigue recibiendo sus famosas cajas rojas con documentos oficiales, trabajando de puertas para adentro, mientras que su agenda exterior será desarrollada por su esposa, la reina Camila, y los otros working royals o miembros activos de la Casa Real: el príncipe heredero, Guillermo, y su esposa Kate, más y los príncipes Ana y Eduardo, hermanos del monarca. Fuera de esa catalogación quedaron su otro hermano, Andrés, y su hijo Harry, por sus respectivos escándalos.
Ellos serán los encargados de inaugurar hospitales o escuelas, ir conciertos, ferias de agricultura o automoción, apadrinar eventos universitarios y hasta ceremonias diplomáticas.
En el caso de que Carlos III empeore y sea incapaz de mantener las funciones actuales, puede trasladar la responsabilidad y la competencia de las mismas, en parte o en todo, al Consejo de Estado. Se trata de un grupo de personas muy cercanas al rey, altos miembros de su familia que tendrán que asumir algunas tareas que permitan que la maquinaria siga funcionando. En este caso, esas personas son Camila, Guillermo, Ana y Eduardo. Es algo que ya se hace de rutina cuando un rey viaja al extranjero.
Estos consejeros tienen funciones limitadas: no pueden entrar en asuntos de la Mancomunidad de Naciones (Commonwealth), donde aún 14 naciones tienen a Carlos como rey, o no pueden nombrar pares. Pueden disolver el parlamento, pero no nombrar un nuevo primer ministro —sólo con el visto bueno previo del monarca—. Lo habitual es que trabajen con un liderazgo de una pareja de ellos, que en este caso serían la reina y el príncipe, actuando conjuntamente en esa tarea. Pueden por sí mismos aprobar leyes, recibir a embajadores y celebrar y presidir reuniones del Consejo Privado del monarca.
En 1974, la Reina Madre y la princesa Margarita tuvieron que declarar el estado de emergencia y disolver el parlamento por la crisis del petróleo. "En nombre de Su Majestad la Reina, firmado por Su Majestad la Reina Isabel, la Reina Madre, y Su Alteza Real la Princesa Margarita, Condesa de Snowdon", se lee. Ahora, tras la reforma de la norma, la disolución de las cortes no podría hacerse tampoco sin permiso del monarca en activo.
En 2022, el propio Carlos y su hijo Guillermo acudieron a la apertura del año político y el ahora rey habló en nombre de su madre, que se lo perdió por primera vez en 59 años por problemas de movilidad. La idea de los consejeros es esa: apoyar al rey sin suplirlo, teniendo en cuenta que constitucionalmente hay pocas cosas que un monarca pueda hacer en exclusiva y el peso se puede repartir sin que se embarre la institución.
Hazell detalla que es una vía que permite dar espacio al papel de la reina y que, al tiempo, sirve al heredero a "asumir silenciosamente" algunos deberes públicos que en el futuro le serán obligatorios y, al mismo tiempo, "dejar las funciones constitucionales vitales" al rey. La estampa de Carlos en la Cámara de los Comunes, aún sin corona, fue para muchos el anticipo de lo que estaba por venir.
Pocos en el Reino Unido quieren hablar de regencia, que sería el siguiente paso. Acostumbrados a reyes longevos, que prácticamente mueren de viejos, el cáncer de Carlos es una novedad, por más que tenga 75 años. Los medios locales hablan con enorme pudor del proceso que se abriría si, de veras, pierde sus facultades de mando. Es el "botón nuclear". Existe una ley de 1937 que indica que si por "enfermedad mental o física" un rey no es capaz de realizar sus funciones o hay "evidencia de que el soberano, por algún motivo, no está disponible para el desempeño de esas funciones", hay que buscarle relevo. También si el nuevo rey es menor de edad. Sigue siendo rey, pero otro toma en su nombre las decisiones que él ya no puede tomar.
No hay indicios de que sea necesario acudir en estos momentos a esta solución, reversible si las cosas mejoran. Si se diera el caso, la decisión estaría en manos de un grupo de cinco personas que deben decidir quién puede "desempeñar las funciones del cargo real". Son la reina Camila, el Lord Chancellor (una figura que vigila por el buen funcionamiento del Estado), el speaker o presidente de la Cámara de los Comunes, el Lord Chief Justice de Inglaterra y Gales (el mayor cargo en la magistratura), y el Master of the Rolls (sus segundo).
Por una mayoría de al menos tres contra dos deben elegir si se despoja al rey de sus competencias y se le asignan, en este caso, al príncipe de Gales. Debe hacerse con transparencia, basándose en informes médicos y diversas formalidades que entran dentro "de lo no escrito y que todo el mundo sabe", como resume la BBC las lagunas del proceso que, insisten, no lo son tanto porque están atadas. La decisión debe ser correcta y estar argumentada; de lo contrario, podría ser un coladero en tiempos de peleas familiares o ansias de poder desaforadas.
Primero se informa al Consejo Privado del rey, luego al Gobierno. El príncipe de Gales tendría que prestar juramento, prometiendo lealtad al rey, en un acto ante el Consejo Privado. Guillermo tendría entonces plenas funciones de rey, aunque lo que no podría tocar es el orden de sucesión a la corona, la adscripción de la Corona a la religión protestante y la unión con Escocia.
Tampoco podría considerarse regente de la mayoría de los países de la Commonwealth, porque tienen estatutos de vinculación a la corona limitados al monarca vivo. Por ejemplo, tendría poderes en Nueva Zelanda pero no en Australia. Esto podría avivar el debate ya abierto sobre la desconexión de la Casa Real que están estudiando estados como Jamaica, Trinidad y Tobago, Guayana y Dominica.
Sería la primera vez en más de 200 años que Reino Unido tiene un regente, el último fue el futuro Jorge IV, que estuvo nueve años en esta situación de interinidad porque su padre, Jorge III, fue apartado por su incapacidad mental. Para esta sucesión intermedia se hizo una ley específica en 1811, pero se renovó en 1937, cuando Isabel se convirtió en heredera y aún no tenía 18 años. Más tarde, en 1943 y 1953, se retocaría de nuevo para permitir que Felipe de Edimburgo asumiera la regencia si fallaba la reina, siendo sus hijos menores de edad. Ahora la norma podría remozarse de nuevo, para añadir por ejemplo a la princesa Kate.
Carlos, en cualquier momento, sano o enfermo, tiene en su mano la baza de la abdicación, pero es una opción poco realista. Ha estado toda su vida formándose para ser rey, a la sombra de su madre, está contento con la tarea que ahora desempeña y además ha prometido no dar un paso atrás. En su primer discurso como monarca, dijo que su servicio a su país es "de por vida", lo que descarta una marcha anticipada. También es complicado dejar su papel al frente de la Iglesia Anglicana. El día de su coronación, fue también consagrado cual sacerdote, y de esa naturaleza no se podría desprender dejando paso a Guillermo. No se irá, por él y, dicen los analistas británicos, por Camila, su reina, a la que le costó años tener el aval de su suegra y que al final está siendo monarca con todos los derechos.
En la historia reciente destaca la abdicación de Eduardo VIII, que dejó la corona para casarse con Wallis Simpson y generó una enorme polémica en el país. No parece que Carlos quiera volver a repetir aquello que, más allá del escándalo, generó no pocos problemas institucionales en el relevo.
De republicanismo no hablamos aún, por más que sea un movimiento al alza. Según YouGov, actualmente, el 62% de los británicos cree que el Reino Unido debería seguir teniendo una monarquía, frente el 26% dice que el país debería tener un jefe de Estado electo. Otro 11% tiene dudas. El apoyo a la monarquía había experimentado un breve repunte al 67%, inmediatamente después de la muerte de la reina Isabel II. La popularidad de Carlos llega al 51% y un 32% estima que será un buen rey.
¿El momento de la consorte?
Ese ascenso en popularidad de Carlos III también lo ha experimentado su mujer, Camila, que desde su boda con el heredero en 2005, comenzó a revertir su mala fama.
Quién lo iba a imaginar allá por los años 90 del pasado siglo, cuando se ganó el título de mujer más odiada de Reino Unido. La amante que hizo temblar los cimientos de la monarquía más admirada de Europa, la que durante años fue la pesadilla de Lady Di, hoy es uno de los activos de la monarquía y ha asumido solícita su papel de consorte “sobresaliente” —como le aseguró la princesa Ana a Robert Hardman, biógrafo de Carlos— ante la enfermedad de su marido.
Fue en 2005, durante las celebraciones del Jubileo de la reina Isabel II, cuando la monarca expresó su deseo de que Camila se convirtiera en reina consorte: “Cuando, en la plenitud de los tiempos, mi hijo Carlos se convierta en rey, sé que le daréis a él y a su esposa Camila el mismo apoyo que me habéis dado a mí. Y es mi sincero deseo que, cuando llegue ese momento, Camila sea conocida como reina consorte mientras continúa su propio servicio leal”, rezaba el comunicado difundido desde Buckingham Palace.
El 6 de mayo de 2022, día de la coronación de Carlos III, Camila fue protagonista de su propio ceremonial, su propia coronación en la Abadía de Westminster como reina consorte —la 29ª de la historia de Reino Unido—. El ritual fue mucho más sencillo y el obispo de Canterbury le impuso la corona que la reina María de Teck, esposa de Jorge V, encargó para su entronización en junio de 1911 —y Camila pasó a la historia por ser la primera reina para la que no se hizo una corona a propósito de la ocasión—.
Desde entonces, su papel institucional —sería el equivalente femenino del rey pero sin funciones funciones militares o políticas — ha ido creciendo y está cosechando más cariño popular que nunca, señalan algunas fuentes a la agencia Associated Press. Se ha consolidado como "el primer pilar" del rey, apoyo ‘laboral’ y personal, como ha demostrado retirándose a Sandringham para acompañarle durante estos primeros días de tratamiento y asumiendo su agenda.
Este jueves abandonó su retiro y a su marido, del que no se ha separado desde que se conoció el diagnóstico, e hizo su primera aparición pública en un recital benéfico que se celebró en la catedral de Salisbury. Allí habló por primera vez del estado de salud del rey y aseguró que se encuentra "muy bien dadas las circunstancias", además de agradecer los mensajes de apoyo que les habían llegado en los últimos días.
En el caso de que la salud de Carlos III empeorase y el monarca se considerase incapacitado para el desarrollo de sus funciones —definitiva o temporalmente—, se activaría la maquinaria constitucional para poner en marcha la regencia y el papel de Camila volvería a ser clave, tan importante como el de su heredero, el príncipe Guillermo.
El camino silencioso del príncipe de Gales hacia la corona
En el mismo instante que su padre fue coronado, su hijo mayor, el príncipe Guillermo, el primero en la línea de sucesión, se convirtió en duque de Cornualles y duque de Rothesay. Pero antes, el 9 de septiembre, solo un día después del fallecimiento de Isabel II, ya se refirió a él como príncipe de Gales, el título más importante que ostenta el heredero al trono y que concede el monarca por propia voluntad.
"Me enorgullezco de otorgarle el título de príncipe de Gales, sé que con Kate a su lado seguirán afanándose en prestar ayuda donde es necesario", anunció en su discurso. A partir de ese momento, Guillermo emprendía el camino silencioso que le llevará a convertirse un día en rey. Un itinerario que se ha precipitado en los últimos días en un momento especialmente complicado para él.
Los príncipes de Gales llevan desaparecidos de la escena pública desde el pasado 17 de enero, cuando desde Kensington Palace anunciaron que Kate Middleton se había sometido a una cirugía abdominal que la tendría varios días ingresada en el hospital y apartada de la vida pública hasta Semana Santa. Para acompañarla en su proceso de recuperación y cuidar de sus tres hijos —los príncipes Jorge, Carlota y Luis—, el príncipe Guillermo también decidió dejar su agenda vacía.
La noticia del diagnóstico de cáncer de su padre precipitó su vuelta al trabajo y este pasado martes le sustituyó presidiendo una investidura en el castillo de Windsor y asistiendo a la gala benéfica anual de la London Air Ambulance. La esperada reaparición del heredero —al que no se le había vuelto a ver en público desde Navidad— permitió ver a un príncipe visiblemente más delgado y desmejorado, que agradeció el interés por la convalecencia de su mujer y por el estado de salud de su padre.
Pero la reincorporación total de Guillermo será paulatina y, de momento, su agenda se mantiene despejada para la próxima semana en la que seguirá apoyando a Kate en su recuperación y cuidará de sus hijos, que disfrutarán de sus vacaciones de invierno escolares. Después, desde el palacio de Buckingham y desde el de Kensington repartirán actos y compromisos y decidirán cuáles serán para el heredero. De momento, es posible que su próxima aparición tenga lugar el 27 de febrero, cuando se celebre el funeral por el rey Constantino de Grecia y acuda en representación de su padre. También podría asumir la presidencia por el Día de la Commonwealth el 14 de marzo.
Para el hijo mayor del rey, su familia en estos momentos es su auténtica prioridad, pero también es consciente del importante papel que le toca ahora cumplir y cuenta con la complicidad de su padre para poder compaginar los dos papeles en las próximas semanas.
En la situación actual, a la que Robert Hazell ha calificado de "regencia blanda", el papel de Guillermo irá creciendo en lo que se puede considerar un ensayo y una lección de lo que será su función en el futuro —igual que lo hizo su padre cuando el estado de salud de la reina mermó sus facultades físicas—. Mientras, solo le queda esperar a que su mujer retome la vida pública y se repartan la atención mediática entre lookazos, sonrisas y discursos.