La dimisión del Gobierno palestino, el primer paso para el futuro de la Gaza sin Hamás
La marcha de Mohamed Shtayeh y su equipo es fruto de la presión de EEUU para que la ANP se "revitalice". De ella debe nacer un Ejecutivo tecnócrata, de unidad, que sí pueda gestionar la franja y su reconstrucción, si un día llega la paz.
La contienda de Gaza ha venido a cambiar la historia del conflicto entre palestinos e israelíes hasta en lo formal, en lo administrativo. El lunes, el primer ministro palestino, Mohamed Shtayeh, y su equipo de ministros presentaron su dimisión en bloque al presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, un paso que se considera como el primero hacia la formación de un nuevo Gobierno, tecnócrata, sin servidumbres de partido, al que se pueda encomendar la tarea de comandar el mañana de una franja sin guerra.
Nadie sabe cuándo será eso, porque ya se acumulan casi cinco meses de ataques israelíes y los muertos superan los 30.000, porque las negociaciones de tregua parece que avanzan pero, también, caen cien civiles de un solo golpe, cuando buscaban comida. Pero el momento, más tarde o más temprano, tendrá que llegar, y hay una cosa que ha dejado clara Estados Unidos, el mediador sin el que nada se hace en este choque desde su origen: con esta ANP, no. A este Ejecutivo no le va a dejar que lleve las riendas de Gaza, que gobierne a sus ciudadanos, que supervise la reconstrucción cuando Tel Aviv se vaya -si se va-.
Desde los primeros días de guerra, Washington ha avalado el afán del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, de destruir a Hamás por los ataques que perpetró en su territorio el pasado 7 de octubre, que se cobraron más de 1.200 vidas. Bien, una Gaza sin islamistas, pero ¿y después qué viene? El presidente norteamericano, Joe Biden, ha reprochado a Tel Aviv que no tenga un plan para el día después de su victoria, que es el único escenario que contempla.
Sin embargo, el demócrata ha dejado claro igualmente que un gobierno de la ANP en su situación actual tampoco lo aceptaría. Entiende que es demasiado opaco, corrupto, lento, profundamente impopular entre su gente, y que forzosamente tiene que reformarse antes de asumir un territorio en el que el Movimiento de Resistencia Islámico mandaba desde 2007, tras ganas las elecciones. La marcha de Shtayeh y su gente se entiende como una puerta abierta a ese cambio reclamado desde la Casa Blanca y, por tanto, a la primera página escrita en la hoja de ruta para la nueva Gaza.
"La decisión de dimitir se produjo a la luz de la escalada sin precedentes en Cisjordania y Jerusalén y la guerra, el genocidio y el hambre en la franja de Gaza", justificó el aún primer ministro -estará en funciones hasta que se nombre un nuevo gabinete- en su anuncio de dimisión. En realidad, ya llegó al cargo con un sistema que sobrevivía a duras penas y no podía hacer milagros. Ha supervisado un período de inmensa inestabilidad en Cisjordania, incluido el aumento de la violencia de los colonos israelíes y una crisis económica, exacerbada por la guerra y por la decisión de Israel de retener los ingresos fiscales palestinos , que representan una principal fuente de dinero de la ANP. En realidad, un cambio de personal no va a eliminar todos esos obstáculos.
Señaló Shtayeh que "la próxima etapa y sus desafíos requieren nuevos cambios gubernamentales" y acuerdos políticos que tengan en cuenta la nueva realidad en la franja y la necesidad de un consenso palestino basado en la unidad de las facciones y "la extensión de la unidad de autoridad sobre la tierra de Palestina", algo inexistente ahora mismo.
La renuncia del Gobierno instalado en Ramala (Cisjordania) se puede entender como un intento de calmar los ánimos de EEUU y sus presiones de mejora y una muestra de colaboración por parte de la administración palestina en buscar soluciones a la franja, sabedores de que Hamás no va a volver a mandar en ella, al menos de inmediato. Más pistas al respecto que el propio Shtayeh ha dado Riad Malki, su ministro de Exteriores, quien ha confirmado que el cambio se produce para que sus socios internacionales entiendan que están colaborando de cara al futuro. "Muestra nuestra disposición a comprometernos y a estar preparados", dijo a la prensa, para no ser vistos como "un obstáculo ante la implementación de cualquier proceso que pueda avanzar". Diplomático es, pero se entiende todo: que no haya excusas, que no se acuse a la ANP de no buscar la estabilidad y la paz.
Husam Zomlot, el embajador palestino en Reino Unido y uno de los dirigentes más jóvenes y mejor situados para ser un día primer ministro o presidente de su país, también ha afirmado que formación del nuevo Gobierno que ha de venir representa un intento de "comenzar de nuevo en interés de la unidad del pueblo palestino", porque no va a incluir a miembros de ninguna facción o partido. Sólo profesionales. "Este no es el momento para facciones políticas -afirmó- Es el momento del pueblo palestino".
Las quinielas para ser el nuevo primer ministro las encabeza Mohammad Mustafa, que fue ministro de Economía con Abbas y llegó a viceministro, como independiente. Muy respetado, con formación norteamericana y enormes conexiones académicas y empresariales en ese país, parece el técnico de más agrado, hasta para Hamás, porque su no pertenencia a su adversario doméstico, Fatah, el partido de Abbas y del rais Yasser Arafat, le da tranquilidad. Mustafa tiene a su favor, además de su currículum, que ya formó parte de un gobierno de unidad, en 2014, y en sus manos estuvo la gestión de la reconstrucción de Gaza tras la ofensiva de ese año, la operación Margen Protector, la más grave de los últimos años hasta la presente.
Abbas aún tendría la última palabra en las decisiones del Gobierno, ocupe quien ocupe el puesto de primer ministro, pero con especialistas en sus filas daría una imagen más fresca y profesional, lo que EEUU quiere. Matthew Miller, el portavoz del Departamento de Estado norteamericano, no se ha ocultado al decir que acoge con agrado la salida del gabinete palestino, como cualquier otra medida que sirve "para reformar y revitalizar la ANP". "Creemos que esos pasos son positivos", dijo a las claras.
El cambio en la administración estaría dentro de un plan mayor de Washington, que además aborda un año electoral y quiere quitarse cuanto antes de encima el dolor de cabeza de Oriente Medio. Dicho plan incluiría un mayor reconocimiento a Israel por parte de países árabes, sobre todo Arabia, con quien el acuerdo estaba a punto de caramelo antes del ataque de Hamás y la réplica de Tel Aviv en Gaza. Riad ha dicho que para reactivar ese proceso hay una condición indispensable para Netanyahu: si quiere relaciones diplomáticas, primero tiene que reconocer el estado palestino.
En el plano internacional, Qatar y Egipto, que son hoy los principales mediadores para lograr un alto el fuego en Gaza, ya han comunicado que ayudarán al nuevo equipo ministerial. La idea es que, tras la instauración de un gobierno tecnócrata -nadie sabe los plazos-, se planteen unas elecciones parlamentarias y presidenciales y sean los palestinos los que elijan realmente a sus representantes. El embajador en Londres, Zomlot, sostiene que es "una cuestión de meses, no de años", poniendo la venda antes de la herida, de las críticas a los que piensan que se va a cerrar la vía democrática ahora que Hamás está fuerte entre la población y la crisis de credibilidad de sus rivales es importante.
Desde el jueves, en Moscú, representantes de Fatah y de Hamás están reunidos justo para desarrollar una "estrategia unificada" ante el por venir. Aunque ha salido a la luz ahora, en realidad no es la primera reunión de esta naturaleza, sino la cuarta. Malki, el titular de Exteriores, ha enfatizado que nadie debe esperar "milagros" de este encuentro, aunque sí una conciencia compartida de "la necesidad de apoyar al Gobierno tecnocrático que surgirá".
Hamás, dicen medios como Al Jazeera, está en otra fase, sabe que si persiste en su empeño en estar en el nuevo Gobierno Occidente lo va a rechazar, porque lo considera un grupo terrorista. Ahora estaría dispuesto a renunciar al poder en Gaza a cambio de movimientos que, en un tiempo, lleven realmente a elecciones y les permitan ocupar por derecho el espacio político palestino. Sus ojos están puestos también en entrar en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que es una coalición de movimientos políticos y paramilitares reconocida desde 1964 como representante del pueblo palestino y que unificó la lucha contra Israel. Tanto Hamás como la Yihad Islámica siempre han chocado con la OLP porque no plantean la lucha con Israel como un conflicto colonialista e imperialista sino religioso, de fe.
Pero qué es la ANP y de dónde viene
La Autoridad Nacional Palestina fue creada hace 30 años como un Gobierno interino, una herramienta de transición hacia la paz total parida en los Acuerdos de Oslo. Debía llevar progresivamente las riendas de la administración, salvo las materias de seguridad, defensa, economía y política exterior. Es lo que ha venido haciendo, pero con una gobernanza limitada en las zonas no ocupadas por Israel (un porcentaje mínimo de Cisjordania), sin representación en Jerusalén Este (la pretendida capital del futuro estado), con Ramala como capital administrativa y sin poder en Gaza, donde estaba Hamás, que la expulsó tras su victoria.
Ahora mismo, la ANP goza de poca popularidad entre los palestinos, muchos de los cuales lo consideran casi una subcontratista de la ocupación, una administración colaboracionista que no saca los pies del tiesto. Es por eso que, más allá de la violencia censurable, haya quien apueste mejor por Hamás, porque ha zarandeado el avispero. Una encuesta de diciembre realizada por el Centro Palestino de Políticas e Investigación de Encuestas arrojó que casi el 60% de los encuestados en Cisjordania y Gaza apoyan la disolución de la Autoridad Palestina, el porcentaje más alto jamás registrado en las encuestas del citado centro. Sólo un 7% quiere dejar la ANP como está ahora, pero es que menos aún, un 3%, desea el modelo que se está fraguando ahora.
Más aún, un 90%, son los que quieren que Abbas se marche, a sus 88 años y tras 19 sin convocar elecciones. Su legitimidad es prácticamente nula a ojos de sus ciudadanos, por eso se cree que se puede optar en breve, también, por nombrar un vicepresidente, como él lo fue de Arafat, para compensar su figura desgastada.
El reinicio con un nuevo Gobierno puede relanzarla. El hecho de que vaya a ser un equipo no partidista ayuda dentro y fuera de casa. Es una garantía de limpieza y de justicia, se entiende. Por puro pragmatismo, no se descarta que participen en él exfuncionarios que hayan trabajado con administraciones de todo digno -Fatah o Hamás- por su conocimiento y trayectoria. Lo que no se va a admitir es que pertenezcan a ala militar o milicia alguna.
En cuanto a las elecciones posteriores, la esperanza viene de lejos y tiene aguante, pero también límite. No se han celebrado elecciones en los territorios palestinos ocupados desde hace casi dos décadas. La última vez que los palestinos de Cisjordania y Gaza votaron fue en 2006, cuando Hamás venció al movimiento secular Fatah en las elecciones al Consejo Legislativo, lo que finalmente resultó en la expulsión de este último de la franja, en la crisis y la división política y territorial que se mantiene hasta hoy.
Desde entonces, el control administrativo de los territorios palestinos se ha dividido entre Hamás en Gaza y Fatah en Cisjordania, donde Abbas ha gobernado por decreto presidencial desde que ganó su primer mandato de cuatro años en 2005. Ha llovido. Desde entonces no se han celebrado elecciones presidenciales, casi siempre bajo el argumeto de que Israel no garantizaba las condiciones óptimas para ello.
Los planes de Israel
Está por ver si Israel, la fuerza ocupante, facilita o complica la labor de nuevo Ejecutivo, al que le tiene retenidos hasta millones de transferencias de impuestos, una medida que dice EEUU que se va a levantar de inmediato. Los ultraderechistas que mandan con Netanyahu pueden poner las cosas muy difíciles al sucesor de Shtayeh, con nuevas viviendas en asentamientos, dejación de funciones ante la violencia colona o nuevas medidas de presión con los impuestos. No lo van a tener fácil, porque son muchas las metas que hay que lograr, empezando por el alto el fuego en Gaza y la liberación de rehenes israelíes y acabando en la creación del estado palestino, pasando por el fin de la represión en Cisjordania, la retirada de suelo ocupado, la reconstrucción de la zona atacada y la mesa de negociaciones.
Por ahora, Netanyahu ha rechazado la perspectiva de que la Autoridad tenga algún papel en Gaza después de la guerra. Igual que la ha desacreditado durante décadas como un verdadero interlocutor para la paz, ahora no se fía de ella para que domine la franja. En vez de eso, acaba de plantear su propio plan para el día 1 sin Hamás, como Washington le ha reclamado repetidamente. Lo que plantea es que Israel mantenga el control indefinido sobre Cisjordania y Gaza, neutralizando así la posibilidad del establecimiento de un Estado palestino, que si un día defendió de palabra, hoy rechaza de palabra y de hechos.
Hilando más fino, el primer ministro de Israel avanzó que quiere "libertad de acción ilimitada" para su Ejército en Gaza; en toda la franja, no en parte, y "sin límite de tiempo" para su dominio. Eso, en la vertiente de seguridad. En la administrativa, como ya se ha dicho, no confía en la ANP, así que propone dejar el máximo de gestión en manos de "entidades locales que no estén afiliadas a estados o que apoyen el terrorismo ni reciban remuneración de ello".
De esta forma no sólo cierra la puerta a la participación de Hamás o la ANP, sino de estados árabes, cuando se ha estado debatiendo la posibilidad de que una fuerza internacional, una suma de estados árabes (¿Jordania, Qatar, Egipto, Arabia Saudí, Emiratos?), se hiciera cargo temporalmente de la franja. El Canal 12 de la televisión de Israel desveló la semana pasada que Israel ya ha intentado montar una especie de gobierno local en la localidad gazatí de Zeitun, pero es muy complicado que los ciudadanos colaboren con la fuerza ocupante.
El diario El País cita una encuesta de la Universidad Hebrea de Jerusalén en la que apenas un 11% de los israelíes apoya el regreso de la ANP a Gaza, mientras que un 18% quiere directamente la anexión, la postura defendida por los socios de ultraderecha de Netanyahu. Otro 22% prefiere el control militar; un 18%, el despliegue de una fuerza internacional en la franja y un 23%, que lo haga una coalición de "Estados árabes moderados". El sondeo es de diciembre pasado.