Friedrich Merz, el hombre de la CDU que va a gobernar Alemania y coquetea con los ultras
El candidato conservador a las elecciones del 23 de febrero habla de cambio, de menos liberalismo y de recuperar al país de la recesión. Promete que no irá de la mano de la AfD, pero su alineamiento en el parlamento genera dudas sobre su plan.

Llevan a gala en Brilon (Renania del Norte-Westfalia, Alemania) que sus vecinos son gente de palabra. A ella habrá que aferrarse en el caso del más famoso de sus 26.000 pobladores, Friedrich Merz, candidato a la cancillería federal por la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU). De él depende si el neofascismo toca poder en el país que mejor sabe cómo se las gastan sus abuelos e inspiradores.
Las miradas del mundo están sobre él por ser el favorito para las elecciones del 23 de febrero y, sobre todo, porque ha abierto la caja de Pandora, ha reeditado el pecado original, ha roto el cordón sanitario -viejo de 80 años-, para votar con la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD). Primera alianza con los ultras desde el nazismo, buscando endurecer las políticas migratorias.
Ahora dice Merz -un abogado y gran gestor de empresas- que fue flor de un día, que ya no más. ""Puedo asegurar a los votantes algo de forma clara: con el partido que se autodenomina Alternativa para Alemania no cooperaremos antes, ni mientras, ni después", afirmó entre ovaciones en el congreso de la CDU en Berlín, el pasado 4 de febrero.
In Merz we trust, pero lo suyo guarda un poco de acto de fe porque, aunque tiene ya 69 años, su trayectoria política ha estado alejada de la gestión. No ha sido ni ministro, aunque sí diputado en el Bundestag y europarlamentario. Sus cargos siempre han sido orgánicos, en su formación, y ahora de golpe está a las puertas del poder, un premio que ha buscado durante toda su vida y que estuvo a punto de conseguir porque era uno de los elegidos por el excanciller Helmut Kohl, pero al que se le cruzó el vendaval Angela Merkel y nunca fue.
Llegó a estar retirado completamente de la vida política durante una década. Ahora trata de recuperar el tiempo perdido, se ha impuesto en la renovación de su partido, alejándose de un centrismo-liberalismo que no le gusta para la CDU y acercándose a posicionamientos más conservadores, hasta coquetear -hasta votar- con los ultras.
¿Estamos ante una jugada para zarandear a los electores por lo cerca que puede estar la AfD del mando si no confían a ciegas en la derecha de siempre o un acto de puro convencimiento de que no están tan mal, como denuncia la socialdemocracia (SPD) que va a dejar el poder, muy castigada por los ciudadanos? Eso está por aclarar.
Dos días después de la votación ignominiosa, Merz subió al estrado de nuevo con nuevas medidas para restringir la inmigración irregular. Volvió a tener el apoyo de la derecha extrema, pero esta vez perdió la votación por 12 votos. "Si la Unión depende de los votos de AfD, esto será una mancha que les perseguirá para siempre" y ha “dañado las venas esenciales de nuestra democracia”, le espetó el SPD, comparándolo con los conservadores que habían intentado desastrosamente trabajar con Adolf Hitler en los últimos días de la República de Weimar.
Merz está siendo obviamente atacado por sus opositores, pero es que en Alemania, ante el nazismo, todos han sido un bloque hasta ahora, así que tiene a todos los demás partidos en contra. También a una docena de diputados que no están dispuestos a seguirle el juego y a mandos de la formación que arrugan el ceño ante lo visto. Sobre todo, ha enfadado a Merkel, que vio en la votación conjunta un "error". La exmandataria que nunca habla, pase lo que pase, ha salido públicamente a mostrar sus náuseas ante el tabú roto.
Así que, cuanto más se acerca la cita con las urnas, más preguntas surgen sobre la seriedad de Merz cuando promete que no hará una alianza ni pactos puntuales de gobernabilidad con la AfD y sobre si este señor tan alto (1,98), cn pinta clásica pero que guarda un ego arrogante e impulsivo (lo reconoce su propia gente) tiene las habilidades, el carácter y el criterio necesarios para liderar a Alemania y a Europa durante su período más difícil en al menos medio siglo.

De albañil...
Friedrich Merz (Brilon, 11 de noviembre de 1955) nació en una familia de clase media-alta rural, católica y conservadora. Su madre provenía de la alta burguesía local, los Sauvigny, y su abuelo por esa rama fue alcalde. Su padre era juez local, veterano de la Wehrmacht (las fuerzas armadas unificadas de la Alemania nazi desde 1935 a 1945) y había pasado cuatro años en un campo de prisioneros de guerra soviético. Se esperaba que el hijo siguiera sus pasos estudiando Derecho, lo que al final hizo, pero de pequeño dio unos cuantos quebraderos de cabeza en casa.
En su ciudad balnearia, llena de granjas, el aspirante a canciller era conocido por ir respondiendo mal a sus maestros y obteniendo notas tan bajas que hicieron que sus progenitores, cansados, le propusieran dejar los estudios y formarse como albañil. "Era vago, se aburría y se le ocurrían ideas estúpidas", dice al diario británico The Times Gereon Fritz, amigo de la familia Merz y exdirector de la escuela. Hacía carreras de motos, hacía botellona, jugaba a las cartas al fondo de la clase con los colegas. Der Spiegel dice que acabó meando en el acuario del colegio en una fiesta loca.
Sin embargo, un cambio de centro lo transformó y lo estimuló. Empezó a destacar como aficionado a la música -aprendió trombón, clarinete y batería- y ganó confianza hasta el punto de convertirse en delegado de su clase. Fue entonces cuando entró en la Junge Union, que es el ala juvenil de la CDU. Las orientaciones del partido fueron desde entonces su brújula, en un viraje vital similar al que Merkel relata en sus recientes memorias, en un contexto en el que era el izquierdismo crecía tras la explosión de 1968.
La albañilería se olvidó. Estudió Derecho en las universidades de Bonn y Marburgo. Sus compañeros de pupitre y de partido, en la prensa local, dicen que tras sentar la cabeza fue ya siempre una persona "reflexiva", "crítica y autocrítica", que busca "el cambio".
Tras licenciarse, hacer el servicio militar y trabajar durante varios años como juez de paz y abogado del grupo de lobistas de la industria química germana, Merz fue elegido miembro del Parlamento Europeo en 1989. Es un europeísta convencido y fue uno de los nuevos enviados por Kohl a reforzar esa visión en las instituciones, cuando apenas tenía 33 años. Luego sería parlamentario en el Bundestag, en 1994, de vuelta a la política federal, en la que se le auguraba un enorme futuro.
Eran aquellos los últimos días de gloria de la CDU, tan esencial en la política europea del siglo XX. Tras el derrumbe de la larga era de Kohl a finales de los años 90, muchos esperaban que Merz heredara la corona, directamente. Como líder de la oposición de la CDU en el Bundestag, atacó con solvencia al gobierno del SPD y sus propuestas tenían eco. Pero no contaba con que el mayor problema lo tenía en sus propias filas.

... a millonario y candidato
El supuesto delfín no calculó bien el equilibrio de poder en el partido y Merkel lo superó por completo. En lugar de desempeñar un papel secundario frente a su némesis, de chupar rueda y aguantar como ministro o presidente de la formación hasta que llegase su momento, decidió retirarse. Merkel lo nombró su adjunto, pero no fue suficiente. Aguantó dos años. Desde fuera vio cómo la científica se quedaba 16 años consecutivos como canciller. "Me gustó el hecho de que también él fuera consciente del poder (...), pero desde el primer momento hubo un problema: ambos queríamos ser el jefe", escribe la excanciller en su autobiografía.
Debió ser doloroso pero, como dice el dicho, las penas con pan, son menos. Y él tuvo las espaldas bien cubiertas al aceptar una serie de puestos muy lucrativos en las juntas directivas de diversas empresas, siempre especializado en derecho corporativo y finanzas.
Hay dos lecturas de esta vida empresarial: la de quienes dicen que esa experiencia lo descalifica como gestor porque ha estado demasiado cerca del poder económico alemán y quienes, por contra, defienden que su aire tecnócrata, unido a sus valores conservadores, lo convierten en el ideal para llevar las riendas. "Alemania no es una empresa, miremos lo que hace Donald Trump", avisan Los Verdes.
En particular, se mira con lupa su relación con BlackRock, el gran conglomerado estadounidense de gestión de activos cuya filial alemana Merz presidió entre 2016 y 2020. ¿Le servirá eso para sacar adelante un país que lleva ya dos años seguidos en recesión? De momento le sirve para se criticado por moverse con su avión privado, de un millón de euros y que pilota él mismo, para ir de mitin en mitin. Calderilla, teniendo en cuenta que él mismo dijo que no se iba a casa con menos de un millón al mes. Se hizo multimillonario especialmente con la venta de acciones de Stadler, un fabricante suizo de equipos farmacéuticos, y desde entonces su tren de vida es visiblemente alto. Sus trajes impecables son carne de meme.
Aunque estaba a otra cosa, Merz no dejaba nunca de mirar a su partido, del que seguía teniendo carnet. En la retaguardia, hacía públicas sus críticas a Merkel por acercarse demasiado al liberalismo, con medidas como la asistencia a refugiados en la crisis de 2015, y no dejaba de tejer alianzas por si volvía, el momento en el que ahora nos encontramos.
En 2018, el control de Merkel sobre el partido se tambaleó, tuvo que dejar la dirección después de una serie de malos resultados electorales estatales y se vio constreñida en el Gobierno, aliada con el SPD. Entonces, Merz aprovechó su oportunidad e hizo campaña para reemplazarla. Dos veces fue derrotado por los candidatos elegidos por Merkel, a pesar de contar con un apoyo abrumador de la base del partido con su defensa de la vuelta a los orígenes conservadores.
La desalentadora derrota de la CDU en las elecciones de 2021, con los peores datos de su historia, hicieron que Merz creciera. Ya tenía una red importante de apoyos para su apuesta de cambio. Otros, en cambio, ya avisaban de que si el partido caía en sus manos habría un acercamiento a la AfD, a sus políticas y a sus votos. A pesar de que él mismo no ha tenido espectaculares resultados electorales -recibió una paliza por parte de la AfD en tres elecciones estatales de Alemania del Este el otoño pasado-, la resistencia merkeliana se ha ido disipando -por necesidad, por cierre de filas, por retirada de los más críticos- y el partido se ha acabado alineando detrás del nuevo líder y candidato en el 23-F.
Aún así, tras las dos votaciones recientes en el Parlamento, se ha vuelto a demostrar que hay miembros de la CDU a los que les preocupa que Merz haya llevado las cosas demasiado lejos y haya puesto en problemas sus aspiraciones de ganar con su giro. Temen que su flirteo con la AfD signifique que otros partidos de centro se negarán a formar una coalición con ellos después de las elecciones, porque ya no confían en él. Si eso ocurriera, la política alemana se hundiría en el caos. Un escenario que circula en Berlín es un gobierno minoritario liderado por Merz, apuntalado por mayorías ad hoc, que lo dejarían a merced de la AfD.

Pensamiento y cualidades
Ahora que está en la cima, destacan dos cualidades del candidato de la CDU: su capacidad para diseñar rápido una cúpula del partido en función de sus intereses y su apuesta por lo que llama "retorno" a los valores de la formación y "cambio" en a dinámica general de Alemania. Expone lo que llama "valores fundamentales" como un contrapunto a la socialdemocracia, muy cambiante en esta legislatura, y reclama un apoyo masivo para ellos para evitar coaliciones a tres como la que ha fracasado ahora.
Su receta para sacar a Alemania de su actual crisis apenas ha cambiado desde que la expuso en un libro hace cinco años. Escribía entonces: "¿Tenemos la fuerza y la voluntad de dar de nuevo a nuestro país un nuevo impulso, de dejar que florezca un nuevo dinamismo, de encontrar alegría en lo nuevo y lo desconocido, de asumir riesgos, de cometer errores y, sin embargo, no rendirnos... En una palabra, tenemos la fuerza y la voluntad de repensar lo que es Alemania?".
Los aliados y admiradores de Merz enumeran sus mejores cualidades estos días en los medios y en los mítines: se habla de su audacia, su capacidad oratoria, su ferocidad, su profunda experiencia en los negocios, su claridad moral en su apoyo a Ucrania y en la defensa de más Europa, su instintiva comprensión de dónde se encuentra el sentir de la opinión pública y hasta sus arrebatos emocionales, atrevidos.
Pero sus críticos cogen todos esos piropos y le dan la vuelta: su audacia, dicen, se transforma en una temeridad susceptible, como con la votación con los ultras; la capacidad de exponer y explicar pasa a ser grandilocuencia y provocación; los 16 puestos en juntas corporativas que figuran en su currículum, una posibilidad de tener demasiados intereses creados para gobernar; y la búsqueda de lo popular, en un populismo descarado.
Muchos votantes comparten esta desconfianza hacia Merz, lo dicen las encuestas. Si su partido oscila entre el 30 y el 33% de la intención de voto, la popularidad de su líder se queda en un 20% como mucho. Un dato bajo para quien pretende mandar en la locomotora de Europa. No para de hacer campaña en pueblos y zonas rurales o de hablar de sus orígenes pero ni por esas se quita el sambenito de trajeado que no sabe lo que se cuece a pie de calle, que no comprende lo que pasa en los hogares. Y su inexperiencia en Ejecutivos también es un lastre, aunque él lo quiera transformar en aire fresco. Poco estimulante, a priori.
En general, Merz ha acumulado algunos episodios incómodos que habrían derribado a un político menos empecinado en lograr su meta. Por ejempl, hiz un comentario "improvisado" que vinculaba la homosexualidad con la pedofilia y una referencia a los adolescentes ruidosos de origen inmigrante llamándolos "pequeños pachás", comparándolos con funcionarios otomanos mimados. Detalles que ahora salen a la luz por las dudas sobre lo que hará con la racista AfD. También denunció que había refugiados poniéndose dentaduras nuevas a cargo de los contribuyentes, lo que no pasaba con el resto de la población -fue desmentido en público por los colegios profesionales- y se quejó de cierto sexismo hacia las profesoras por parte de estudiantes foráneos.

En los 90 votó contra un proyecto de ley que incluía la criminalización de las violaciones dentro del matrimonio, pero luego dijo que eso sí le parecía delito y no estaba de acuerdo con otras cosas de la norma. Las mujeres y los jóvenes no están hoy entre sus votantes más numerosos, como los habitantes en grandes urbes.
Ahora dice en su programa que esta abierto a "familias diversas" y al multiculturalismo y que respeta todas las religiones, aunque no serán bienvenidos los que defiendan "un Islam que no comparte nuestras familias y rechaza nuestra sociedad libre".
En Sauerland, donde ha vivido buena parte de su vida -su esposa, Charlotte, compañera en la universidad, es juez en la zona y allí han criado a sus tres hijos desde que se casaron en 1981- destacan que es más afable en las distancias cortas, que luce la gorra del club de tiro de la ciudad y que acude a beber cerveza a los mercados medievales. Humanizan al hombre que tienen en sus manos el plante a los ultras o un acercamiento que agujerea los cimientos de su propio país.
Ya no hay gas ruso barato, ya no hay exportaciones en constante crecimiento a China, ya no hay garantías de seguridad permanente de EEUU. Alemania mira al pasado con nostalgia y en ese caldo del desencanto engordan los ultraderechistas. Merz plantea para todo ello la llamada Agenda 2030, con reducción de impuestos a empresas y particulares, una notable reducción de la burocracia, el fomento de la inversión en investigación y desarrollo, el desmantelamiento de las regulaciones verdes (o parte de ellas) y el recorte de beneficios sociales. Es "la base de todo", dice. El cómo es lo complicado: a ver dónde va a dar con una financiación que permita aguantar eso, para dar la "estabilidad" que es el eje de su discurso.
En materia exterior, se espera que sea firme con su compromiso europeo y que apoye a Ucrania en su invasión rusa, que intente recuperar el poder perdido de la voz alemana en Bruselas. En la era de Trump 2.0, puede haber tensiones entre el pilar atlantista que defiende y el "Alemania primero" que plantea.
Tiene que andar con pies de plomo en todos los frentes porque, aunque los sondeos lo den ganador, la CDU con él solo subiría seis puntos aproximadamente tras la debacle de las últimas elecciones; la coalición actual ha perdido 17 puntos. En esa debilidad se crece Merz... y se crecen los ultras. "Quiero asegurarme de que la política de mi partido se corrija hasta tal punto que la llamada AfD no sea necesaria", defiende.
59 millones de electores tienen ahora la palabra.