Este país castigado en las guerras mundiales es el estado insular más pequeño del planeta
Un exótico lugar de tan solo 21,3 kilómetros cuadrados.
Ya simplemente por su historia de lucha de su supervivencia y de independencia merece la pena tenerlo en cuenta el itinerario de los que planeen un viaje por el Pacífico. Se trata de Nauru. Un exótico lugar de tan solo 21,3 kilómetros cuadrados, pero que está repleto de playas exuberantes, de habitantes amables y que hablan mayoritariamente inglés, aparte de su idioma oficial, el nauruano.
Como país, en general (ya no como isla) es, además, el tercero más pequeño del planeta (se independizó en 1968), después de Mónaco y el Vaticano. es el tercer país más pequeño del planeta, después de Mónaco y el Vaticano.
Respecto a su ubicación, limita con Kiribati, Islas Salomón, Papúa Nueva Guinea y los Estados Federados de Micronesia, pero lo más interesante para incluirlo en nuestro recorrido turístico es que se encuentra a un tiro de piedra de Australia y de las islas Fiyi, ya que dispone de un aeropuerto internacional, adonde llegan cinco vuelos semanales que salen desde Australia y las Fiyi.
Tiene una ubicación estratégica, junto a la línea del Ecuador, y sus enormes depósitos de fosfato. Según las investigaciones realizadas en la isla, se cree que permanece poblada desde el año 1200 a. C. Y, a lo largo de la historia, varias naciones han peleado por hacerse con la isla, aparte por su interesante ubicación, por sus depósitos de fosfato.
Alemania se hizo con ella en 1888; luego pasó a manos de Australia, en 1920, y, tras la Segunda Guerra Mundial, a las de Japón. Aunque en 1947 la recuperó de nuevo Australia. Hasta que, finalmente, unos 10 años después, en 1968, tras intensas polémicas y luchas, logró independizarse como país.
Pero ya entonces, a lo largo de los siglos XIX y XX, los diversos países habían extraído la inmensa mayoría de sus depósitos de fosfato, que, aunque inicialmente reportó beneficios a la isla, después la dejó sin su mayor riqueza, además de dejar el 90% de sus tierras inhabilitadas para el cultivo. Aún así, a día de hoy, está reflotando gracias al turismo, que empezó a cuidar con mimo en las últimas dos décadas.
Porque su mayor riqueza nadie se la conseguirá expoliar: sus increíbles arrecifes, que rodean toda la isla; sus playas paradisiacas; la comodidad de recorrerla, y con vistas panorámicas desde todas partes (ya que su altura máxima son 65 metros sobre el nivel del mar), y una cada vez más cuidada opción hotelera y residencial a lo largo de toda su costa. Una última cosa. Si van, no se olviden de visitar la pequeña laguna de Buada, un pequeño spa natural dentro del país insular más pequeño del mundo.