Erdogan peligra: las claves de las elecciones turcas que pueden poner fin a 20 años de poder
Los sondeos reflejan que la alianza a seis forjada contra el presidente, cada día más autoritario, lograría la victoria en primera vuelta. La crisis económica, la gestión del terremoto y el cansancio explican la pérdida de influencia del mandatario.
Turquía afronta este domingo, 14 de mayo, unas elecciones decisivas, históricas. Es la primera vez en 20 años que Recep Tayyip Erdogan puede perder el poder, ostentado de inicio como primer ministro y, luego, como presidente. Su figura divide tremendamente al país y se ha forjado, por primera vez, un bloque opositor con seis fuerzas que amenaza su reinado.
Los sondeos señalan que la lista encabezada por Kemal Kiliçdaroglu ganaría los comicios en primera vuelta, logrando superar el 50% de los votos. Un "todos contra Erdogan" que recuerda al cristalizado en Israel contra Benjamin Netanyahu en 2021, por lo heterogéneo, desesperado y frágil, única alternativa viable, al fin y al cabo.
Erdogán, en estas dos décadas, ha sido el hombre fuerte, indiscutible, con aura hasta de líder mundial, que ha sabido aprovechar la posición de Turquía (dentro de la OTAN, a las puertas de Europa, portero de las fronteras de la inmigración, templado con Rusia) para marcar el paso. La agenda islamista pero moderada, transformadora, con la que llegó al poder y logró un importante respaldo ciudadano se ha transformado, con los años, en autoritarismo, en iliberalismo.
Si un día fue ejemplo de secularismo, de centro-derecha, con una política económica neoliberal, cercano a partidos del mismo corte en esa Europa de la que ansiaba ser miembro, ahora ha ido cambiando las estructuras para tener el máximo poder, con el rechazo que eso genera: ha convertido el sistema en presidencialista, ha ampliado el control sobre la judicatura, ha endurecido la persecución de los opositores a lomos de un intento de golpe de Estado. Poder sin control que ha desencantado a parte de sus seguidores, a los turcos de centro-izquierda sobre todo.
La crisis económica, con la lira depreciándose respecto al euro un 200% en cuatro años, y la mala gestión del terremoto de hace tres meses, que causó 50.000 muertos y destruyó ciudades enteras en la frontera con Siria, han colmado el vaso de la paciencia ciudadana y eso explica el vuelco que se augura este domingo, reforzado por el voto joven (8% del total del electorado) de una generación que sólo ha visto a Erdogan mandando y pide cambio. El otro terremoto, el político, puede llegar ahora.
El contexto
Los comicios de este domingo -justo cuando se cumplen cien años de la fundación de la república- son una primera vuelta de las elecciones presidenciales y legislativas. Además de mandatario, los votantes turcos elegirán la nueva Asamblea Nacional, 600 escaños de 87 circunscripciones diferentes, en un país de casi 85 millones de personas. Si ningún candidato supera la mitad de los votos, habrá que ir a una segunda vuelta, el 28 de este mismo mes.
Las elecciones estaban previstas para junio pero coincide con el verano y varios festivos y se optó por adelantarlas, aunque hay quien dice que Endogán buscaba, también, reducir el tiempo para que sus críticos se organizaran en una lista alternativa solvente. Si era así, no le ha salido la jugada.
Turquía estaba experimentando una transición hacia una economía más moderna, lo que estaba teniendo un impacto significativo en la sociedad, creando una nueva identidad nacional y dando esperanzas de un futuro prometedor. Pero a mitad de viaje, el sistema político se ha vuelto más autoritario y la tendencia alcista de la economía se ha frenado. Hoy tiene serios problemas. A la depreciación de la lira se suma una inflación de más del 40% (con picos de hasta el 50,5%), de las peores del mundo, que ha tenido un enorme impacto en la cesta básica de la compra y ha empeorado el estado del bienestar general. No ayuda que el paro supere el 10%.
Los seísmos encadenados del 6 de febrero fueron lluvia sobre mojado. Muchas de las zonas afectadas son feudos de Erdogan, pero la realidad, aplastante, se impone: hay zonas que se levantan poco a poco, que tienen servicios y ayudas, y otras donde no se ha movido ni un ripio. Vecinos sin luz ni agua que no saben cómo apañárselas y, tampoco, dónde ir a votar esta vez. El presidente ha viajado varias veces a la zona y promete ayudas, pero se ha asentado una visión general de fracaso del Estado.
Hay resquemor también por el tiempo previo, además, cuando no se construyó siguiendo las leyes antiterremotos, cuando se ignoraron las normas. ¿Quién responde por eso? Aún nadie. No se admiten errores, y eso le pesa al presidente, pierde rédito. Su reto es devolver la esperanza a quien nada en la desesperación.
En estos comicios con sabor a plebiscito hay que mirar también más allá del contexto doméstico, porque Turquía es la 19ª mayor economía del mundo, con un PIB anual de casi un billón de dólares, miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y del G-20, que "ejerce un papel creciente como donante de Ayuda Oficial al Desarrollo, acoge al mayor número de inmigrantes del mundo y juega un papel ambivalente en la guerra entre Rusia y Ucrania", capaz de alterar el tablero de relaciones con la UE, EEUU, Rusia y la OTAN, como recuerda Judith Arnal, investigadora del Real Instituto Elcano, en un reciente análisis de situación.
Hoy por hoy, media sobre el grano que sale de Ucrania, Erdogan ha sido el último líder que ha sentado a Kiev y a Moscú en la misma mesa, es uno de los pocos presidentes que tiene línea abierta con las dos partes, es decisivo para ver si Suecia entra en la OTAN (ya accedió a que lo hiciera Finlandia, tras mucho sufrimiento), juega a la ambigüedad en materia migratoria con Bruselas y es un vecino incómodo para Grecia y Chipre. Todo eso espera también acontecimientos.
La era Erdogan
El candidato que todos reconocemos es Recep Tayyip Erdogan, 69 años, líder y fundador del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), conservador, nacionalista e islámico templado. Es presidente de Turquía desde agosto de 2014 y, previamente, fue primer ministro entre marzo de 2003 y agosto de 2014. Antes había sido alcalde de Estambul (de 1994 a 1998). Su visión del Islam demócrata se había entendido como una vía a seguir en el resto de Oriente Medio y norte de África, un modelo.
En esta ocasión se presenta al frente de la llamada Alianza Popular, encabezada por su partido, que incluye al Partido del Movimiento Nacionalista (MHP), de extrema derecha, contrario a cualquier concesión a los kurdos; al Partido de la Gran Unidad (BBP), de corte ultranacionalista e islamista suní de extrema derecha, y al Nuevo Partido del Bienestar (YRP), que es islamista no moderado y euroescéptico, una tendencia cada día más acentuada en el propio Erdogan, ese que ansiaba estar en la cumbres de Bruselas.
¿Qué ha hecho Erdogan en estos años? Un poco de todo. Erdogan comenzó con un discurso populista que funcionaba entre la población rural y la clase trabajadora, el político orgulloso con valores islámicos y de orígenes humildes, frente al desgaste previo. En años de prosperidad económica y aupado a un papel clave en lo geopolítico, tras los atentados del 11-S, con ayudas potentes del Fondo Monetario Internacional (FMI), logró tener una inflación baja y contenida, mejorar los servicios sociales y reducir la pobreza. Llegaron más infraestructuras y dio la vuelta a normas insostenibles, de la pena de muerte a la tortura. En 2005 comenzó a negociar su entrada en la UE. Hasta 2011, prácticamente no fue cuestionado.
Las cosas cambiaron con el inicio de las protestas en el Parque Gezi de Estambul, en el verano de 2013. Lo que comenzó como una manifestación ecologista contra la destrucción de dicho espacio acabó en protestas sofocadas violentamente por la policía, con una represión desconocida. Mano dura que extendió la movilización a las principales ciudades del país. La segunda década del presidente venía con peores datos económicos y más cansancio.
En vez de tender la mano, la cerró y golpeó con ella: encarcelamientos, represión, giro a un sistema presidencial que reducía el margen del parlamento. En 2015 ya perdió la mayoría en la Asamblea y tuvo que apoyarse en los extremistas para seguir. Luego le llegó la excusa perfecta para sus planes en 2016, cuando una parte del Ejército intentó derrocarlo sin éxito. Las protestas y redadas acabaron con al menos 290 muertos, más de 50.000 arrestados y 150.000 funcionarios despedidos. Desde el Gobierno se señaló como instigador del golpe al teólogo Fetullah Gulen. Erdogan optó por la mano dura, el aislacionismo y el nacionalismo al alza. Construyó y amplificó la imagen del enemigo interno y le ha funcionado... pero se ha pasado de frenada y ha acabado cruzando líneas rojas.
Dentro de su partido hay una corriente que aboga por el cambio, incluso por la vuelta al parlamentarismo, pero dice la BBC que le cuesta abrirse camino. Hay que pensar también el escenario sin Erdogan porque, si cumple la ley, este sería su último mandato, de cinco años.
Las violaciones de derechos humanos, especialmente sobre la oposición y la prensa libre, han cosechado la crítica de organizaciones como Human Rights Watch o Amnistía Internacional. "El Gobierno presidencial autoritario y altamente centralizado de Erdoğan ha hecho retroceder décadas el historial de derechos humanos de Turquía, apuntando a críticos y opositores políticos percibidos, socavando profundamente la independencia del poder judicial y vaciando las instituciones democráticas", dice la primera entidad. "Turquía se ha retirado del Convenio del Consejo de Europa sobre Prevención y Lucha contra la Violencia contra las Mujeres y la Violencia Doméstica (el Convenio de Estambul) y está sujeta a un procedimiento de infracción del Consejo de Europa por no haber implementado una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que ordenaba la liberación del defensor de derechos humanos encarcelado Osman Kavala", enumera.
"Defensores y defensoras de los derechos humanos, periodistas, miembros de la oposición política y otras personas siguieron siendo objeto de investigaciones infundadas, procesamientos y sentencias condenatorias. El Parlamento introdujo reformas draconianas a leyes vigentes que restringieron aún más la libertad de expresión en Internet. La policía empleó fuerza ilegítima para detener a cientos de participantes en marchas del Orgullo prohibidas en varias provincias, y el derecho a la libertad de reunión pacífica continuó estando gravemente limitado", añade AI.
La alternativa se llama Kiliçdaroglu
Frente al presidente se encuentra ahora Kemal Kiliçdaroglu, que lidera el Partido Republicano del Pueblo (CHP) y la Alianza Nacional en la que se ha enrolado, una coalición de ideologías muy dispares que tiene en su programa una meta común: echar a Erdogan. Viene de una formación de hondas raíces, porque fue fundado por el mítico Mustafá Kemal Atatürk, el padre de la nación turca. Junto a él se presentan el Partido del Bien, el Partido Democracia y Progreso, el Partido del Futuro, el Partido de la Felicidad y el Partido Demócrata. Suman más bien una corriente de centro-izquierda, cercana a la socialdemocracia con toques liberales en lo económico, nacionalistas pero no ultras, con anhelos europeístas y algunas gotas de islamismo, pero este sí edulcorado.
Promete estabilidad y restaurar derechos y libertades, pese a sus divisiones internas. Eso le dice en sus mensajes a quienes apuestan aún por Erdogan, por entender que es un líder de continuidad, fuerte, conocido en el mundo y protector de valores tradicionales. No es pelea fácil y más cuando el mandatario tiene a su favor la maquinaria de quien están en el poder, lo que amplía también la incertidumbre de unas elecciones limpias y sin zancadillas. Habrá más de cien observadores de la Asamblea Nacional y otros 400 de la OSCE para que todo esté en orden.
Kiliçdaroglu es un burócrata, economista, premiado como funcionario del año, nacido en 1948 en la región de Tunceli, en el este de Anatolia y proveniente de una familia aleví, una minoría étnico-religiosa de su país, muy perseguida. El candidato antiErdogan es un superviviente, porque no era a él a quien le iba a tocar encabezar la alianza opositora, pero la represión del presidente contra sus crñuticos así lo ha forzado, sobre todo, tras el arresto del alcalde centrista de Estambul, Ekrem Imamoglu, sentenciado a dos años, siete meses y 15 días de cárcel en diciembre. Su delito: desacato al haber llamado "idiotas" a los que forzaron la repetición de las elecciones municipales de 2019, en las que se había impuesto por poco más de una décima.
Erdogan es aún muy, muy popular para el núcleo central de su electorado. Hay sondeos muy ajustados, que auguran aún una segunda vuelta, a cara de perro. Por eso Kiliçdaroglu ha reforzado su mensaje estos días, en mítines incuso más multitudinarios que los de su oponente, desde la humildad y la calma: "Yo, con mis amigos, traeré la primavera a este país, traeré la paz. No importa quiénes sean, nos ocuparemos de los problemas de todos los que vivan en esta tierra, nunca discriminaremos a nadie". El presidente, como réplica a los mensajes de "justicia, libertad y cambio", le dijo que era un borracho y un infiel, un hombre "sin libro", en referencia al Corán, informa EFE. Aunque un problema estomacal lo tuvo unos días fuera de juego en campaña, Erdogán volvió duro con estas descalificaciones.
Hay otros dos candidatos: Sinan Oğan lidera la Alianza Ancestral, de partidos ultranacionalistas, antiinmigración y panturcos, de extrema derecha. Y luego está, o estaba, Muharrem İnce, el fundador del Partido de la Patria, creador de una escisión del CHP, y a quien la difusión de un vídeo de supuesto contenido sexual ha sacado del tablero a última hora, lo que ha llevado a los opositores a denunciar incluso una interferencia de Rusia en el proceso electoral.
Aunque los sondeos más recientes hablan de victoria opositora en una vuelta, hace sólo una semana las diferencias eran menores, por lo que se espera una elección a cara de perro. Kiliçdaroglu podría tener a su favor el apoyo de los kurdos y de los jóvenes, además de la alta participación, que se espera de récord 80%. Es querido en entornos urbanos y grandes ciudades como Estambul, Ankara o Esmirna. Frente a eso, el voto fiel de Erdogan, el campo, los religiosos, aquellos a los que convenza de que estos opositores buscan "provocar a la nación", lo que ha llevado a incidentes en sus mítines al grito de "hay que apedrear al diablo".
La competición es muy estrecha y hay mucho en juego. Este domingo llegarán las respuestas. Los turcos deciden su futuro.