El elefante blanco sobre el problema de los cazas españoles y su futuro
La Armada española, ante una de las decisiones más decisivas tras años de indecisiones.
Una iniciativa de Estados Unidos en los años 90 puede considerarse la responsable de situación actual de la Armada Española respecto a sus cazas. ¿Cómo puede explicarse esto?
Los años de bonanza y el dominio global estadounidense pueden responder a esta cuestión. EE.UU marcaba el ritmo de casi todo, con especial énfasis en los proyectos y producción armamentística.
La intención de renovar sus aeronaves llevó a los norteamericanos a la idea de producir un avión de combate que pudiera satisfacer las necesidades de la fuerza aérea, la armada y la infantería de marina al mismo tiempo.
Esto fue visto con buenos ojos por parte de Reino Unido, que no dudó en sumarse a EE.UU por motivos de necesidad, de modo que ambos se lanzaron al proyecto Joint Strike Fighter, denominado finalmente F-35 Lightning II.
El F-35 como sustituto
La idea americana era la de utilizar esta nueva versión para sustituir al F-16, utilizado por varios países 'otanistas' y aliados de Estados Unidos, con la idea de que su siguiente variante, el F-35B, sirviera de sustituto para el Harrier, usado por las armadas británica, italiana y española, por lo que los tres países decidieron unirse a los americanos -aportando dinero, fundamentalmente-.
De esta forma, en junio de 2008 se lanzó el primer prototipo del F-35B, un año clave ya que, la quiebra de Lehman Brothers y su consiguiente crisis mundial propició que España tuviera que reducir su presupuesto en materia de Defensa, algo que la hizo quedar rezagada respecto a sus tres aliados, y en una situación comprometida por la situación decadente y obsoleta de sus industria armamentística.
La excusa 'imperfecta'
Esta situación -reducción de dos tercios del presupuesto de Defensa- impidió a España mover ficha, y le dio la oportunidad perfecta para "ver y esperar" cómo evolucionaba el proyecto, argumentando que la Armada se encontraba esperando a que los problemas de desarrollo se solucionaran.
Pero en poco tiempo, la situación se volvió muy complicada para España debido a que más países se iban incorporando al proyecto -Asia-Pacifico, Australia, Corea o Japón-, lo que la situaba en una posición muy comprometida al ser el único país que no continuaba en el proyecto bajo la excusa de que "el F-35 daba problemas", algo que, evidentemente, no se correspondía con la realidad.
La verdadera encrucijada
Pero bajo esa excusa se enmascaraban dos problemas de fondo: por un lado, la Armada no podía permitirse el elevado coste de un avión con unas características tan complejas -que obligaba a invertir en enormes infraestructuras para su mantenimiento- que, hasta cierto punto, podía considerarse desaprovechado para la Armada española, y al mismo tiempo requería un esfuerzo económico titánico para las posibilidades españolas.
Y por otro lado y quizá mas importante, se encontraba el debate de cómo debía España enfocar su Armada, si apostarlo todo al F-35A u optar por un avión europeo, como el Eurofighter, que a su vez, unificara flotas y abaratara el coste de la inversión.
Esto abría una nueva incógnita, ya que si España se decantaba definitivamente por el Eurofighter, esto implicaría un ahorro considerable de dinero al tener una base común con los aviones ya en servicio pero al mismo tiempo dejaba a España rezagada en el salto tecnológico que traería consigo el F-35. Aunque, sin duda, la mayor cuestión era que, si por un lado, el Ejército del Aire y del Espacio se decidía a ir a por el Eurofighter y la Armada se quedaba sola en su idea de apostar todo al F-35, su compra sería totalmente inviable a nivel económico.
Las dos soluciones
En este escenario, España tiene que abordar la difícil cuestión de si debe asumir los costes del poder aeronaval: comprar aviones, servicios, sistemas, mantenimientos y resucitar al L61 Juan Carlos I -un buque de asalto anfibio con capacidad para operar los Harrier que fue descartado tras la crisis de 2008- o decantarse por invertir enormes cantidades de dinero en grandes sistemas de armas que consumen muchos recursos pero que nunca están preparados para ser utilizados.