El debate entre Kamala Harris y Donald Trump: bulos, acusaciones y alguna que otra promesa
El primer cara a cara entre los candidatos a las presidenciales en EEUU repasa los temas clave de campaña: inmigración ilegal, aborto, economía o la guerra en Gaza.
Un cara a cara sin titubeos. Filadelfia se ha convertido este martes en el epicentro de la política mundial gracias a una de las citas más esperadas del año: el debate entre Kamala Harris y Donald Trump, los candidatos que aspiran a ocupar la Casa Blanca los próximos cuatro años, toda vez que los estadounidenses decidan el próximo 5 de noviembre quien de los dos ocupará la presidencia. Desde el arranque, con el apretón de manos que escenificaba la cortesía, se intuía que no iba a ser una conversación cordial de noventa minutos, que arrancaron de forma contenida pero que, a medida que avanzaba la noche, se fue cargando de tensión, bulos y promesas tan contundentes como difíciles de creer.
El centro de la batalla fue el Centro Nacional de la Constitución de Filadelfia, un lugar que recuerda al pasado fundacional del país, aunque esta vez, la historia la escribían con palabras cargadas de retórica. Harris, más serena de lo que muchos esperaban, fue la primera en tomar la palabra. Con un tono contenido, comenzó su discurso sobre los logros de la Administración Biden en el terreno económico, y como era previsible, la economía fue el primer campo de batalla. Trump, acostumbrado a pisar fuerte desde el minuto uno, no tardó en desviar la conversación hacia su tema favorito: la inmigración.
Y fue aquí donde el debate cambió de tono. Como si de un guion ya conocido se tratara, el expresidente cargó contra los migrantes, acusándolos de “robar” empleos a los afroamericanos e hispanos. Harris, que en ese momento negaba con la cabeza en un gesto sutil pero elocuente, aprovechó su turno para mirar directamente a la cámara, un recurso que ya había utilizado durante toda la campaña. “Esta noche van a escuchar lo mismo de siempre: mentiras, agravios y descalificaciones”, lanzó con calma. Fue una respuesta calculada, pero no menos contundente.
Sin embargo, el momento más explosivo llegó cuando la discusión giró hacia el conflicto en Gaza. Harris, que siguió la línea marcada por la Administración demócrata, habló de la urgencia de poner fin a la guerra: “Demasiados inocentes palestinos han sido asesinados. Lo que sabemos es que esta guerra debe acabar. Y para hacerlo, necesitamos un alto el fuego inmediato”. La sala parecía contener el aliento. Trump, que esperaba paciente su turno, no tardó en responder. Con su estilo provocador de siempre, atacó a Harris con una afirmación que resonó como una bomba: “Si ella es presidenta, Israel no existirá en dos años”.
El comentario, incendiario como pocos, agitó la conversación. Harris, fiel a su estrategia de no dejarse provocar, mantuvo el rumbo, defendiendo la solución de dos Estados y subrayando la importancia de trabajar por la paz en la región. Mientras tanto, Trump, visiblemente animado por la reacción de sus seguidores en las redes, no dejó de martillear su mensaje de que Harris es “débil” y “equivocada” en materia de política exterior.
Pero la noche no solo giró en torno a la guerra. Hubo momentos para el humor, aunque fuese un humor envenenado. Harris lanzó un dardo directo contra los mítines de Trump, sugiriendo que la gente se marchaba antes de tiempo por “agotamiento y aburrimiento”. El expresidente, siempre rápido en sus respuestas, replicó con vehemencia: “Mis mítines son los más grandes e increíbles en la historia de la política”. El cruce, más propio de una conversación de bar que de un debate presidencial, sacó algunas sonrisas entre los presentes.
Con la temperatura en el plató subiendo por momentos, el debate volvió a la economía. Harris prometió la construcción de tres millones de nuevas viviendas, restaurar el Crédito Tributario por Hijos y dar un impulso a la clase media trabajadora. Trump, en su línea, prefirió hablar de recortes de impuestos y aranceles, con una mención especial a su eterna lucha contra China. “Subiremos los aranceles al 100%”, dijo, sin pestañear, ante la mirada atónita de los analistas que observaban desde sus casas.
No podía faltar un momento surrealista: Trump acusó a los inmigrantes de comerse a los perros y gatos de las ciudades fronterizas. Harris, que ya había demostrado una notable capacidad de autocontrol, optó por no seguirle el juego, mientras los moderadores, David Muir y Linsey Davis, interrumpían rápidamente para desmentir la afirmación. “No hay informes creíbles”, aclaró Muir, pero la declaración ya había quedado flotando en el aire, un eco de la retórica más extrema del expresidente.
La noche cerró con la misma intensidad con la que había comenzado, dejando a los analistas y espectadores preguntándose si alguno de los dos candidatos había logrado marcar la diferencia. Las promesas se sucedieron, los bulos volaron por el aire y las acusaciones se dispararon como flechas. Pero si algo quedó claro en Filadelfia es que Kamala Harris ha sido la gran protagonista de la noche.